YO NO VOY A VOTAR A ADÑ

22.05.2019

Estaba deseando leer los principios programáticos de la Coalición ADÑ. Estaba ansioso por conocer aquellos fundamentos doctrinales que, en sí mismos, han justificado una desoladora batalla interna dentro de FEJONS -todos recordamos lo del único voto de diferencia en la adopción de la política de pactos con la extrema derecha- así como el blanqueo de FE-La Falange que, a la sombra de este acuerdo político y bajo la cobertura de nuestras siglas históricas, ha alcanzado una firme apariencia de solvencia y de seriedad. Mi curiosidad no podía estar más excusada, al querer conocer aquellas razones políticas que han motivado que el nombre y los colores del falangismo se vean mezclados -una vez más y después de tantas otras veces- con la propuesta desgastada de la derechona española: qué principios han sido tan importantes como para dejar a un lado una alternativa independiente y renovada desde el nacionalsindicalismo y para preferir la senda del indisimulado populismo.

Y resulta que -leyendo el escueto programa de los denominados euroescépticos- nos encontramos con que todo esto, después de tanto enfrentamiento y de tanta hostilidad y de tanta declaración grandilocuente, tiene su última razón en una economía al servicio de las personas y no en unas personas al servicio de la economía. Mira por dónde esa es la piedra angular de la Coalición. Un concepto de bondad indiscutible que lo mismo te puede firmar VOX que UNIDAS PODEMOS. En realidad, te lo puede suscribir cualquier partido del espectro político español. Por proclamar este profundísimo principio, se ha venido a presentar al falangismo como parte integrante de esa amalgama confusa de lo que se autodenomina socialpatriotismo.

Supongo que esa definición tiene un significado distinto para cada una de las fuerzas políticas que lo esgrima. Para los falangistas, por ejemplo, poner la economía al servicio de las personas pasa por la atribución de la titularidad de los medios de producción a los trabajadores organizados en sindicatos, en el régimen de autogestión de estos mismos trabajadores en sus respectivas empresas y en la correlativa abolición del salario con la creación de una banca sindical. Eso se estudia en primero de falangismo. Por eso, uno que es torpe y que está un poco más mayor cada año, no es capaz de entender la razón por la cual estos falangistas, en vez de proclamar públicamente los fundamentos básicos de nuestro Estado Sindical, se embarran en las mismas fórmulas pedantes que defienden personajes de una catadura moral tan dudosa como la de una Le Pen, un Salvini o un Víctor Orbán.

Las cosas son mucho más sencillas. Porque todo falangista es euroescéptico, al igual que lo es todo ciudadano medianamente informado de la Unión Europea. Somos muchos los que creemos que el marco legal de los derechos y libertades de la Unión debe ser completado y profundizado porque se nos ha quedado estrecho y que, sin duda alguna, las instituciones europeas no sirven para la defensa de los intereses legítimos de sus ciudadanos más débiles. Somos muchos los que creemos que la Unión Europea debe ser profundamente transformada, y que la sustitución de un modelo económico y político por otro más justo no debe quedar circunscrito a los márgenes de nuestro país. Sin embargo, y tal y como ha hecho ADÑ, ello no nos lleva a formar junto a lo peor que ha ofrecido la cultura política europea hace lustros. Eso no nos hace xenófobos, reaccionarios o racistas. Eso es otra cosa: más bien debe ser todo lo contrario.

Si somos falangistas, hablemos como falangistas. Tenemos experiencia y tenemos un completo corpus doctrinal. No entiendo la razón que nos lleva a unir nuestro destino al de otras formaciones políticas muy distintas a la nuestra -cuervos negros sobrevolando esta vieja Europa en profunda crisis- y que nos hace mantener unas ideas profundamente contrarias a las que constituyen el núcleo central de las nuestras.

La Coalición ADÑ nos habla de medidas contra la inmigración, de una vuelta a la peseta y de una bajada de impuestos. Para este viaje no necesitábamos alforjas. Para dar ese mensaje conservador -somos de familia y somos de Iglesia- no necesitábamos en absoluto mezclar a la Falange en un potaje que, indudablemente, se nos hace indigesto. Suponiendo que algo pueda hacernos daño todavía y que esto le importe a persona alguna fuera de este pequeño círculo.

Y lo malo no es sólo que el falangismo se haya visto envuelto por enésima vez en esta clase de mensaje. Lo malo, lo aterradoramente malo, es que la idea que, del nacionalsindicalismo y de su desarrollo, tienen las personas que apoyan a la Coalición ADÑ es -precisamente- esa: la misma que están ofreciendo en esta campaña electoral.

Por esta razón, no dejo de mostrar mi pesimismo. Porque somos muy pocos los que entendemos que el falangismo es una ideología joven, innovadora y sinceramente revolucionaria: en las antípodas de estos programas del euroescepticismo. Porque somos muy pocos -cada vez menos- los que, enarbolando la bandera roja y negra, la entendemos como un símbolo de libertad y de democracia: de concordia en torno a un puñado de ideas transformadoras.

Yo no votaré en estas Elecciones. No sólo porque siga la acertadísima directriz que, a este respecto, nos ha dado el Movimiento Falangista de España. No votaré porque no quiero seguir una línea política que, a mi modo de ver, resulta profundamente errónea. Y porque al final, y como no puede ser de otra forma, en esta vida todo es una cuestión de conciencia. Abstención falangista por supuesto.

Pedro Peregrino - Calle la provincia 5. Burgos. 09128
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