YA ESTÁN AQUÍ

05.09.2017

Otra vez la sangre de los nuestros. Otra vez nos han arrancado el alma sobre las calientes aceras del verano. Barcelona y el dolor que ha conmocionado a una nación. De nuevo, el terror yihadista y su afán tenebroso de paralizarnos por el pánico y de devolvernos a una fría Edad Media de hambre, de fanatismo y de locura. Ese parece ser el único objetivo de la demencia irracional del Daesh: sumergirnos mediante el terror en la oscuridad negra del fundamentalismo religioso.

Ante estas muertes sin sentido, y al contemplar la enormidad de la tragedia, tenemos la primera y natural reacción de exigir una mayor dureza frente al terror así como una inmediata adopción de medidas que garanticen, en el futuro, una seguridad más completa de nuestros ciudadanos ante estos ataques terroristas. Y así, en una creciente escalada de dolorosa indignación, se ha llegado a exigir desde una intervención directa de nuestras Fuerzas Armadas sobre el propio terreno del Estado Islámico hasta un terminante cierre de fronteras con expulsión masiva de inmigrantes de origen musulmán. Mano dura frente a la crueldad de este enemigo despiadado.

El terrorismo yihadista -al igual que toda clase de terrorismo- es como un espejo deformante de nuestra propia realidad social. Nos enfrenta, de manera abrupta, al reflejo de nuestros más ocultos miedos y de nuestras prácticas políticas más lóbregas y tenebrosas. Nos encara a nuestros sentimientos menos nobles. El terror introduce, en el seno de las sociedades occidentales, una serie de consecuencias políticas negativas no deseadas: no sólo aparece la acostumbrada reacción xenófoba y ultraderechista sino también -y a una misma altura moral- puede hacer surgir el aprovechamiento oportunista que, de estas muertes, articulan fuerzas políticas interesadas en la confusión general.

De esta forma, la extrema derecha españolona y los nacionalistas catalanes han visto en los atentados una oportunidad ventajosa de esgrimir sus muy particulares puntos de vista. Los nacionalistas catalanes han ido esta vez de la mano de la extrema derecha en la instrumentalización del dolor.

Los separatistas han convertido una sincera manifestación de repulsa, y de duelo por las víctimas, en un festival nacionalista: poniendo una estelada en la cara de Felipe VI y enfrentando a sus huestes en la calle a Rajoy y al Partido Popular han alcanzado unos niveles de abyección difícilmente superables. Una instrumentalización del dolor de los muertos que ha colocado al nacionalismo catalán, una vez más, al margen de los estándares mínimos de un buen comportamiento democrático. Charlotada siniestra que deberá tener su colofón el 1 de Octubre mediante el referéndum anticonstitucional por la independencia catalana mientras que -verdadero clamor popular- una atónita ciudadanía española se pregunta hasta cuándo va a durar esta ópera bufa: hasta cuándo se va a seguir riendo esta oligarquía corrupta envuelta en la cuatribarrada no sólo de los ciudadanos catalanes sino también -siniestro humor negro de mordida y tres por ciento- del resto del conjunto de la ciudadanía española.

Otra de las consecuencias adversas del terrorismo fundamentalista es la de abrir el camino a la vía de la extrema derecha. Yo creo que la islamofobia y que el terror fundamentalista no son más que dos aspectos de una misma posición política: la de aquellos que no creen que nuestras libertades sean algo digno de ser completado y profundizado. Por el contrario, ellos creen que -de una forma violenta y taxativa- suprimido y eliminado.

Ambas posturas son tremendamente parecidas en sus ejes esenciales de su oferta política.

Nuestros xenófobos de la preferencia nacional comparten conceptos políticos básicos con los propios islamistas que dicen combatir. Ambos propugnan un papel preponderante de la religión en la vida pública -el nacionalcatolicismo preconciliar en un caso y el fundamentalismo salafista en el otro- comparten una curiosa animadversión hacia el Papa Francisco -al que consideran una marioneta de la masonería y del sionismo- así como un antisemitismo esquemático y un análisis lineal y conspiratorio de los procesos históricos y políticos. Unos y otros postulan soluciones autoritarias y eliminan cualquier posibilidad de oposición política dentro de la sociedad occidental: los dos rechazan la libertad de expresión y de opinión, comparten una concepción machista del papel social y laboral de la mujer y, en general, los dos no siguen los hábitos y usos democráticos propios de una convivencia pacífica y ordenada. Ambos son enemigos directos de nuestra libertad y pretenden la implantación de muy parecidos modelos sociales.

El problema del terror islámico no tiene solución ni a corto ni a medio plazo. Ante este fenómeno ofensivo y expansivo, nosotros tan sólo podemos seguir afirmando la plena validez de nuestros valores y usos. Defender la vigencia de un Estado Social y Democrático de Derecho -con el continente y el contenido que cada uno de nosotros defienda y propugne- como único cauce válido de desarrollar nuestra vida en libertad, y un rechazo decidido a todo aquello que postule su limitación o desaparición.

Soy muy pesimista al respecto. La enfermedad del yihadismo está muy avanzada y es imparable en el actual estado de cosas. Yo creo que el enemigo está dentro. Los asesinos no son refugiados infiltrados de reciente llegada. Lejos de ello, y en toda Europa, los descerebrados que conducen las furgonetas o que blanden el cuchillo son nuestros vecinos. Personas que juegan al fútbol sala, que compran en el supermercado y que hacen cola esperando el autobús. Jóvenes que han encarrilado violentamente el desencanto y la ausencia total de expectativas. Personas que ya están aquí y que atentarán, irremediablemente y por desgracia, en el futuro. Personas con las que, tal vez en un siniestro juego de azar, ya nos hemos cruzado alguna vez en nuestras calles.

Podremos paliar el peligro o reducirlo. Podremos incrementar nuestra presión sobre las mezquitas sospechosas o sobre los imanes salafistas. Podremos reforzar el control de nuestras fronteras e incluso podremos endurecer nuestro actual régimen de expulsiones. Podremos exigir un mayor respeto por los derechos humanos en Arabia Saudita y podremos aplaudir cada bomba que cae en el territorio del DAESH. Podremos coordinar mejor nuestros recursos de seguridad y policía. Incluso podremos vencer militarmente al Estado Islámico y ocupar sus ciudades y derrotar a sus milicias armadas.

Pero no podremos evitar que lo vuelvan a hacer. Porque hacerlo es muy fácil y muy barato y porque, como todos ya nos hemos dado cuenta, siempre habrá un loco asesino dispuesto a matar y a morir para imponernos una visión religiosa exclusivista y reaccionaria. Ya están aquí. En este preciso momento y en algún lugar de España, varios jóvenes ya están preparando el siguiente atentado en nombre de un Dios vengador y siniestro.

Pedro Peregrino - Calle la provincia 5. Burgos. 09128
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