UNA VOZ EN LA TEMPESTAD

Tenemos la obligación de seguir intentándolo. Tenemos la obligación de procurar la coordinación de nuestras escasas fuerzas, de poner en común nuestros pobres recursos y de integrar -mediante fórmulas sencillas de trabajo conjunto- todos los elementos humanos y materiales de que dispongamos. Este asunto es tedioso... ¿verdad? Entiendo que este asunto aburre. Es normal que la mayor parte de nosotros haya caído en un estado de cierta postración política: en una absurda conformidad frente a esta situación lamentable. Pero muchos no nos resignamos. Existe un sentimiento arraigado entre nosotros sobre la necesidad de emprender -las veces que haga falta- alguna nueva singladura común. Sin falsos dramatismos -y sin absurdas e histriónicas disyuntivas- tal vez sea el momento de tomar una decisión definitiva. Se trata -una vez más- del viejo dilema entre las dos posibles opciones del nacionalsindicalismo: o defendemos las posturas viejas del viejo falangismo inmovilista, o respaldamos las opciones que, dentro de nuestro entorno político, se han caracterizado por un carácter abierto y renovado. Se trata del problema de siempre y tambien de las mismas soluciones, si bien la situación de España ya no nos deja demasiado margen para la reflexión pausada. Porque, tal vez, ahora existe -con más fuerza que nunca- la tercera posibilidad: la de quedarse en casa para siempre. Yo no pienso hacer eso. Y muchos de vosotros tampoco.
Hace siglos, durante la última de las revueltas contra Diego Márquez -contra Diego vivíamos mejor- estábamos luchando por un acercamiento entre organizaciones basada en la asunción de un cierto liderazgo moral por parte de las siglas históricas: FEJONS como motor del cambio y como fuerza capaz de aglutinarnos en torno a un proyecto integrador. Durante nuestro último cuerpo a cuerpo con el oficialismo, propugnábamos una refundación nacionalsindicalista pivotada sobre nuestras organizaciones. Sin embargo, y en muy poco tiempo, varíaron estas condiciones políticas: la recesión se estaba acentuando. A medida que los efectos de la misma se iban patentizando, también se remarcaba la total pérdida de protagonismo de lo poco que quedaba de nuestros partidos. Nos quedó entonces claro que el falangismo militante ya no podía encabezar iniciativa alguna dentro de nuestro entorno político. Habían perdido peso y, en consonancia con ello, el último Manifiesto para la Refundación -surgido en la Primavera de 2.011- postulaba una integración falangista desde la base: una coordinación entre personas por encima de miltancias concretas y de estructuras obsoletas. La primacía de las personas tejiendo lazos políticos a través de una red activista que orillaba a las, ya viejas, organizaciones.
Este es el camino. El camino de lo que yo alguna vez he llamado el falangismo interesante. Un falangismo que, de abajo a arriba y en los últimos años, se ha ido organizando en torno a tertulias, mesas redondas, novedades editoriales y otros eventos culturales. Un falangismo que, al mismo tiempo que daba voz y voto a todos los sectores del entorno, ha ido adaptando su mensaje -durante estos últimos años duros- a lo que estaba ocurriendo en España y en el mundo. Por encima de siglas, de los prejuicios y de los rígidos esquemas partidarios -y muchas veces basado en sólidas relaciones de amistad y en una común sensibilidad ante cuestiones políticas concretas- bien pudiera servir de base sólida en la tarea de nuestro retorno a una actuación política eficaz. Yo sigo creyendo que -en este sector determinado- es muy sencillo llegar a acuerdos de coordinación y de actuación conjunta. Es lo único que queda. Y es lo único que se puede hacer. Estamos tardando, mientras esperamos el advenimiento de no se sabe bien qué favorables astros.
Pero es que, además, la recesión ha venido a traer una varíable más a la cuestión. Una importantísima varíable que ha supuesto -ni más ni menos- que muchos españoles estén, al día de hoy, luchando en la calle por los mismos principios que nosotros llevamos defendiendo desde nuestro mismo nacimiento como fuerza organizada. El malestar social -y el empobrecimiento general de nuestro pueblo- ha desembocado en un inesperado auge de los movimientos sociales. Y ello ha traído -a nuestro hasta ahora aislado y pequeñísimo mundo- la posibilidad de luchar eficazmente contra el modelo social que rechazamos. Coincidimos en objetivos políticos -por primera vez en la Historia de España- con un gran número de ciudadanos españoles: la República, la transformación del modelo económico y bancario, la profundización de nuestros instrumentos democráticos, la participación ciudadana en todos sus posibles niveles...
Nuestro distinto nivel de adhesión a estos movimientos sociales ha venido a clarificar -de manera inesperada y limpia- nuestro panorama político. Porque la eterna cuestión de nuestros esfuerzos integradores puede tener ahora -y por obra y gracia de la desintegración capitalista- una plasmación práctica. Porque pienso que, y como yo seguro que muchos de vosotros, nuestra coordinación sólo puede tener una finalidad palpable: la de tener una sola voz dentro del conjunto de estas fuerzas sociales. Una sola voz capaz de luchar, con ellas y junto a ellas, en las jornadas revolucionarias que -tal vez- se están aproximando. Este es el sentido de cualquier intento integrador en la actualidad. Dotarnos de un mínimo grado de operatividad política que -trascendiendo de tal o cual individualidad- pueda encontrar la manera más idónea de colaborar con estos movimientos sociales.
Si se abre en España un proceso revolucionario, nosotros debemos de estar en él. Participar en estos acontecimientos políticos y no quedarnos fuera. Yo defiendo nuestra participación en este combate social.
Se han intentado cosas estos últimos años. Defensa Social. La experiencia de Defensa Social nos ha mostrado lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Nos ha enseñado que nuestro sector más reacio al diálogo puede sentarse a negociar acuerdos de mínimos, sin duda acuciado por diversas circunstancias externas e internas. Pero nos ha enseñado también que el buenrollismo de este mismo sector termina y acaba justo ahí. Porque Defensa Social perdió la oportunidad -casi desde el principio- de servir de factor de cohesión ilusionante entre todos nosotros. Lejos de constituir una ocasión única para cerrar heridas y de culminar un cierto proceso pacificador, una de las partes del pacto -FEJONS- no cejó en su línea tradicional de enfrentamiento frente a otros falangistas. Torpe línea táctica que ha impedido una adhesión mayor a esta iniciativa integradora. Del mismo modo -y tal vez por idénticas razones- quedó patentizado el desfase existente entre nuestros sectores más dinámicos y los de más tardo reflejo: la guerrilla marcha al ritmo del más lento de sus integrantes, dijo Ernesto Guevara. Me inclino a creer -por ello- que estas iniciativas no resultan eficaces si no se realizan entre iguales. Entre personas y entidades dotadas no ya sólo de una misma sensibilidad política, sino de un mismo -o parecido- nivel de agilidad en su funcionamiento. Firmemos, desde nuestra perspectiva, el acta de defunción de este valioso experimento.
Defensa Social ha sido públicamente finiquitada -además- por nuestras familias más conservadoras. No les gusta -a pesar de esa cierta e indudable timidez revolucionaria en su mensaje- ni en la forma ni en el fondo. Ello ha motivado dos claras posiciones, cuyo resultado ha sido el no apoyar este proyecto. Nuestros ultramontanos se han acabado alineando -sin complejos y sin ninguna floritura doctrinal- con otras formaciones extremoderechistas en un frente común filofascista. Tanta paz se lleven como nos dejan porque -tanto por estas alianzas como por su manera de hacerlas- han dejado de jugar en la Liga que nos interesa. El resto de nuestros segmentos más conservadores anuncia iniciativas integradoras en la misma línea apuntada de coordinación. Todo parece indicar que se pretende -desde estos ámbitos concretos- ofrecer posiciones comunes dentro del proceso histórico que se avecina. Nada de lo que hagan o digan -a estas alturas- puede despertar la más mínima adhesión por nuestra parte. Un mensaje gastado y baldío en medio de este zafarrancho.
De esta manera, comprobamos como la triste realidad política española está ayudando a clarificar nuestras posibles trayectorias públicas. Unos y otros estamos decidiendo sobre ello espoleados -en cierta forma- por la gravedad de la situación de emergencia nacional por la que atravesamos. Y yo creo que el falangismo interesante debe coordinarse urgentemente. Podemos hacerlo. Tomando como puntos de referencia a entidades tales como Falange Auténtica, Gallos de Marzo o Ademán, y a las publicaciones que nos han acogido sin problemas -tales como la innovadora Agora Digital o la generalista Mediterráneo Digital- es posible todavía agrupar a aquellos de nosotros que pensamos de forma similar, y que tenemos parecidas ideas sobre lo que debe ser nuestra actuación pública. Hemos demostrado que iniciativas de esta clase funcionan -por ejemplo, a través de la experiencia municipalista- siempre y cuando sepamos articular personas y recursos en torno a un conjunto simple de ideas de lucha. Coordinemos mensajes y rescatemos nuestros instrumentos de debate y encuentro. Y sirvamos de base a una opción fuerte e integrada que, participando en nuestra lucha nacional, se encuentre presente y activa en las circunstancias que se avecinan. Extendamos estos simples principios a ámbitos políticos novedosos. Encontremos la mejor manera -la más positiva- de propiciar la República y la Revolución.
Todo menos quedarnos quietos. O -lo que es peor- discutiendo interminablemente sobre las mismas cosas. Se avecina una Segunda Transición, y nuestra voz debería ser escuchada en medio de esta agitada tempestad.