UN PUENTE RUSO HACIA LA NADA

30.10.2022

La discusión entre los analistas más serios se encuentra, a fecha de hoy, en saber si Ucrania será capaz de mantener la iniciativa militar y si los rusos -finalmente y a fuerza de sufridos mobiks- serán capaces de estabilizar una línea defensiva eficaz. En otras palabras, si la guerra se estancará definitivamente en Ucrania o si podremos contemplar todavía operaciones armadas que nos acerquen a un pronto final del conflicto: si todavía podremos ver una victoria estratégica de Ucrania antes de fin de año.

La verdad es que los acontecimientos han dejado a Rusia fuera de sus objetivos políticos iniciales. La guerra rusa -al día de hoy- no es más que una actuación gratuítamente destructiva de los resortes elementales de la economía ucraniana. Una destrucción sin ningún sentido militar que tan sólo tiende a extrañas formas de revancha. La guerra ha perdido su razón de ser -si es que alguna vez tuvo alguna- hace muchos meses para Rusia. La guerra entendida en el sentido en el que la entendía Clausewitz, al afirmar que la guerra era la continuación de la política por otros medios.

Los fines políticos de Rusia eran muy claros: la caída del Gobierno de Zelenski, el alejamiento definitivo de Rusia de la Alianza Atlántica, la desactivación del Ejército Ucraniano y la impronta de una imagen mundial de gran potencia. Lejos de ello, la Presidencia de Wolodimir Zelenski ha alcanzado una solidez incontestable, Ucrania se ha acercado más que nunca al ámbito occidental, el Ejército Ucraniano se ha convertido en una maquinaria militar mucho más eficaz y el prestigio exterior ruso ha saltado en mil pedazos a causa de tanta improvisación, corrupción, incompetencia, ineficacia y crueldad. La Federación Rusa no sólo no ha logrado ninguno de sus objetivos políticos sino que,también y a raíz de la agresión, toda la estructura del poder ruso se encuentra amenazada por negros nubarrones de crisis.   

Mientras tanto, se ha desencadenado una campaña de bombardeo sobre la infraestructura civil de las ciudades ucranianas. Se trata de forzar el hartazgo de la población civil mediante la destrucción de sus fuentes esenciales de vida: electricidad, gas y combustibles. Tampoco la historia de la guerra nos muestra victorias basadas exclusivamente en campañas aéreas de bombardeo de la retaguardia enemiga. Por todo esto cabe preguntarse la razón por la cual sigue Rusia empeñada en una operación militar que se ha convertido en una trampa: una carísima trampa que está arruinando al país mientras resquebraja los hasta ahora sólidos pilares de su Gobierno. Rusia ya no gana absolutamente nada en esta guerra. Rusia debería retirarse, ahora con más motivo que nunca, de las zonas ocupadas de Ucrania. Pero los ataques continúan aún en la certeza -si no lo saben deberían saberlo- de que todos los destrozos que hagan hoy serán reconstruídos mañana.

El mundo occidental va a reconstruir hasta el último metro cuadrado de Ucrania gastándose hasta el último céntimo, de lo que se desprende que el dinero tirado por la Federación Rusa en seguir ocasionando desolación y muerte no es más que un miserable desperdicio de recursos económicos que, de otro lado, distan mucho de tener. Es, sencillamente, una acción terrorista llevada a efecto por un Estado terrorista.

Una de las obras de ingeniería más repugnantes del mundo está en el Estrecho de Kerch. Wladimir Putin quiso erigir un puente faraónico que uniera Crimea con el -según siempre su peculiarísimo relato- el resto de Rusia. Un kilométrico puente que -desde su grandiosidad- se construyó con una idea de persistencia en la ocupación ilegal de una parte de Ucrania y con la voluntad inequívoca de permanecer eternamente en la península. Es el símbolo del poder ruso sobre Crimea. Al mismo tiempo, sirve para obstaculizar el tráfico marítimo ucraniano y -después de la invasión- para abastecer logísticamente a las bandas rusas que ocupan el sur del país. La propaganda monclovita decía que este puente era inexpugnable pero, una vez más a lo largo de los últimos meses, esta afirmación era mentira. El puente ha sido atacado por las Fuerzas Armadas Ucranianas en una acción militar tremendamente simbólica y feliz, en lo que tiene de anuncio de la intención de no renunciar en ningún momento a la soberanía sobre Crimea. Y lo mismo ha pasado con Sebastopol, atacado ayer por los drones ucranianos en un ataque trazado mediante de la poética de la resistencia al invasor.

Mientras tanto, se ha desencadenado una campaña de bombardeo sobre la infraestructura civil de las ciudades ucranianas. Se trata de forzar el hartazgo de la población civil mediante la destrucción de sus fuentes esenciales de vida: electricidad, gas y combustibles. Tampoco la historia de la guerra nos muestra victorias basadas exclusivamente en campañas aéreas de bombardeo de la retaguardia enemiga. Por todo esto cabe preguntarse la razón por la cual sigue Rusia empeñada en una operación militar que se ha convertido en una trampa: una carísima trampa que está arruinando al país mientras resquebraja los hasta ahora sólidos pilares de su Gobierno. Rusia ya no gana absolutamente nada en esta guerra. Rusia debería retirarse, ahora con más motivo que nunca, de las zonas ocupadas de Ucrania. Pero los ataques continúan aún en la certeza -si no lo saben deberían saberlo- de que todos los destrozos que hagan hoy serán reconstruídos mañana.

El mundo occidental va a reconstruir hasta el último metro cuadrado de Ucrania gastándose hasta el último céntimo, de lo que se desprende que el dinero tirado por la Federación Rusa en seguir ocasionando desolación y muerte no es más que un miserable desperdicio de recursos económicos que, de otro lado, distan mucho de tener. Es, sencillamente, una acción terrorista llevada a efecto por un Estado terrorista.

Una de las obras de ingeniería más repugnantes del mundo está en el Estrecho de Kerch. Wladimir Putin quiso erigir un puente faraónico que uniera Crimea con el -según siempre su peculiarísimo relato- el resto de Rusia. Un kilométrico puente que -desde su grandiosidad- se construyó con una idea de persistencia en la ocupación ilegal de una parte de Ucrania y con la voluntad inequívoca de permanecer eternamente en la península. Es el símbolo del poder ruso sobre Crimea. Al mismo tiempo, sirve para obstaculizar el tráfico marítimo ucraniano y -después de la invasión- para abastecer logísticamente a las bandas rusas que ocupan el sur del país. La propaganda monclovita decía que este puente era inexpugnable pero, una vez más a lo largo de los últimos meses, esta afirmación era mentira. El puente ha sido atacado por las Fuerzas Armadas Ucranianas en una acción militar tremendamente simbólica y feliz, en lo que tiene de anuncio de la intención de no renunciar en ningún momento a la soberanía sobre Crimea. Y lo mismo ha pasado con Sebastopol, atacado ayer por los drones ucranianos en un ataque trazado mediante de la poética de la resistencia al invasor.

El Régimen de Putin acelera en lo posible la movilización de sus reclutas, conformando una de las ideas más antiguas y simples del arte militar: levantar un muro de soldados frente al enemigo al objeto de ralentizar sus avances a través del simple peso de la carne de cañón. Esa antiquísima táctica ha dado buenos resultados a Rusia desde tiempo inmemorial y, sin duda y una vez más, Putin va a utilizarla para ganar tiempo. Sin embargo, estos miles de hombres movilizados no van a cumplir los estándares mínimos de entrenamiento y organización de un ejército occidental. Van a morir a miles porque se están enfrentando a un Ejército bien motivado y entrenado. Van a morir a miles porque son peores soldados, porque carecen de moral y porque no están bien armados ni entrenados. Y lo peor de todo es que -a diferencia de los soldados de Ucrania- van a morir a miles porque nadie les ha contado la verdad de lo que está pasando y porque no conocen la debilidad extrema de su Ejército. Día doscientos cuarenta y nueve de la guerra.   



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