UN CONCEPTO REVOLUCIONARIO DE PATRIA
En este texto -y en contra de lo que viene siendo mi costumbre- voy a reproducir extensamente tanto citas de pensadores muy poco conocidos dentro de nuestro ámbito político, como párrafos de nuestros Fundadores que pudieran ser útiles al estudio de las materias que se tratan. Mi intención es -aunque resulte en extremo difícil o casi imposible- que el lector se interese por leer estos textos fundamentales al objeto de que reflexione y de que llegue a deducciones muy distintas de las que se suelen obtener en estos pastos muy a menudo yermos.
Para nosotros -los falangistas- no debiera constituir ningún problema el hecho de que, en los últimos años, haya personas -que de forma personal o colectiva- estén defendiendo públicamente unos postulados políticos muy similares a los nuestros. Lejos de constituir problema alguno, es un motivo de satisfacción poder constatar que muchos ciudadanos españoles han llegado a conclusiones políticas muy parecidas a las del nacionalsindicalismo, habiendo resultado también esto por la vía del hartazgo y por la extrema urgencia requerida por la actual realidad española. Seguro que me entendéis bien. Cuando hablo de conclusiones similares a las del falangismo, me estoy referiendo precisamente a eso: al falangismo. No estoy aludiendo a ese pastiche pseudoideológico perpretrado por las organizaciones que han usurpado impúdicamente nuestros símbolos.
Uno de los conceptos que más -y peor- se han debatido desde el falangismo es el de la noción de Patria. De esta manera, se ha ido repitiendo machaconamente -de generación en generación- un concepto de Patria en modo alguno coincidente con el definido de forma nítida por nuestros Fundadores. Todas las fuerzas políticas que sustentan nuestro actual modelo, han llegado a identificar a la Patria con una definición burguesa más o menos uniforme. Los falangistas no defendemos la concepción burguesa y capitalista de la Patria.
Para la burguesía, la Patria -España- sería aquel territorio constitucional e inexorablemente delimitado -cincuenta provincias y demás- unidos de manera indestructible por los lazos no sólo de una ley constitucional común, sino de una Historia común y de una Cultura común. Cuanto más identificado se está con el Régimen de 1.978, y desde la derecha, más se tiende a uniformizar este concepto, identificando a la Patria con una lengua común y con los menos ámbitos territoriales posibles: la misma España de las provincias, de las regiones y del idioma español y del rechazo a las Comunidades Autónomas que siempre han propugnado nuestros sectores más conservadores. Desde una visión progre, España sería básicamente lo mismo, si bien matizando el concepto por las notas del federalismo asimétrico y del estado plurinacional dentro de los límites – a ser posible- marcados por la vía constitucional. Todas estas fuerzas se unen en el inmovilismo a la hora de consolidar esta visión de España. Y también -como fuerzas profundamente reaccionarias típicamente nativas- tenemos formaciones separatistas que, en interés propio, intentan romper esta unidad histórica y legal.
En esta cuestión, como en todas y a estas alturas de 2.023, no se trata de ser de izquierdas o de ser de derechas. Se trata de querer transformar o no -profunda y radicalmente- la sociedad en la que vivimos. De esta forma, se es revolucionario o se es reaccionario: es extremadamente simple. Y uno de los factores ideológicos que distingue a las fuerzas reaccionarias españolas de las que no lo somos es el significado otorgado al concepto de Patria. Una España inmovilista -anclada en el recuerdo de los Tercios y de Hernán Cortés- que proclama un futuro unitario dentro de un marco legal ya más o menos definido. Esta es la PATRIA BURGUESA: la nacida al calor de la creación de las sociedades estatales moldeadas por el capitalismo ascensional.
Pero esa España cutre y limitada no es la concepción que nos ha legado el trabajo doctrinal de nuestros antecesores. Os voy a hablar ahora de memoria. Allá por el ya lejano 2.008 -inolvidable Primer Curso de aquel desaparecido Centro de Estudios Nacional Sindicalistas dirigido por Luis Sánchez Novelle- el Padre Villegas -qué grandes se hacen algunas personas con la debida perspectiva del tiempo- definía a la Patria como una mesa de tres patas: o están todas o no tenemos Patria porque la mesa se cae. La Patria era así algo definido por el contenido y no por el continente. La Patria no sólo era un conjunto de territorios y de ciudadanos unidos: era un espacio de Justicia Social y un ámbito de Revolución. Lo que nos hace libres -y hace que la Democracia que defendemos sea verdadera y profunda- es que la Patria no sólo se concibe en su unidad, sino en el proyecto político que defiende: Justicia y Revolución. Sin estos elementos, la Patria es una mesa coja. Mercancía averíada de la reacción endémica española.
Nosotros amamos la España que debería ser y no la que, efectivamente, es. Y ello porque la Patria es un concepto de construcción revolucionaria y no una oxidada carcasa de formas muertas y de pasados míticos que no tienen proyección en el futuro.
El MOVIMIENTO FALANGISTA DE ESPAÑA lo proclama en sus puntos programáticos de 2.015, al decir que afirma su idea de una ESPAÑA UNIDA EN LA SOLIDARIDAD. La unidad nacional carece absolutamente de significado siempre y cuando no vaya acompañada de un modelo económico justo y de un sistema político verdaderamente democrático. Estos tres elementos de unidad nacional, justicia social y participación política forman un conjunto indivisible e inconcebible de forma separada, y su consecución y desarrollo forman el proyecto nacional que nos mantendría unidos.
De esta concepción falangista de la Patria, puede extraerse una directísima y esencial consecuencia. La de que hoy NO tenemos Patria siendo, precisamente, la construcción de esta nueva Patria la tarea esencial del falangismo. Y de aquí, también se extrae otra de nuestras verdades evidentes: la Patria es un proyecto. Una tarea colectiva capaz de galvanizar a los trabajadores en su consecución. En esta formulación de la Patria, nuestros Fundadores eran directamente tributarios de las tesis de Ortega y Gasset. No en vano, José Antonio profesaba por el filósofo una admiración no disimulada y había estudiado su obra con la profundidad que merecía.
En España Invertebrada (Alianza Editorial. Edición Digital), en el Punto II de la Primera Parte, al referirse a los procesos integrativos que forman las naciones, dice Ortega que en toda auténtica incorporación, la fuerza tiene un carácter adjetivo. La potencia verdaderamente sustancial que impulsa y nutre el proceso es siempre un dogma nacional, un proyecto sugestivo de vida en común. Repudiemos toda interpretación estática de la convivencia nacional y sepamos entenderla dinámicamente. No viven juntas las gentes sin más ni más y porque sí; esa cesión a priori sólo existe en la familia. Los grupos que integran un Estado viven juntos para algo: son una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. No conviven por estar juntos, sino para hacer algo juntos... no es el ayer, el pretérito, el haber tradicional, lo decisivo para que una nación exista. Este error nace, como ya he indicado, de buscar en la familia, en la comunidad nativa, previa, ancestral, en el pasado, en suma, el origen del Estado. Las naciones se forman y viven de tener un programa para mañana.
Ya en nuestros Puntos Fundaciones de Diciembre de 1.934 -con Falange en sus primeros balbuceos doctrinales- se tiene perfectamente clara esta visión de la Patria como proyecto. La famosa frase -tantas veces incomprendida y ridiculizada- de la Patria como unidad de destino en lo universal. Se dice en estos Puntos que FALANGE ESPAÑOLA cree resueltamente en España. España no es un territorio. Ni un agregado de hombres y mujeres. España es, ante todo, una unidad de destino; una realidad histórica: una entidad, verdadera en sí misma, que supo cumplir -y aún tendrá que cumplir- misiones universales. Como algo superior a cada uno de esos individuos, clases y grupos, y aún al conjunto de todos ellos. Luego España, que existe como realidad distinta y superior, ha de tener sus fines propios. Son esos fines: 1. La permanencia en su unidad. 2. El resurgimiento de su vitalidad interna. 3. Las participación, con voz preeminente, en las empresas espirituales del mundo.
Al nacionalsindicalismo -desde sus mismos principios- no le interesa en absoluto la perpetuación de la unidad de España sin la postulación simultánea de otros objetivos. Esta lucha por la unidad en base a una herencia histórica y legal mil veces repetida -hasta este mismo 2.023 en el que escribo- no sirve absolutamente para nada si no tiene unos objetivos que cumplir. No es estar estar unidos porque sí. Es estar unidos para qué.
Como en tantos y tantos conceptos del Fundador, debemos partir del Discurso sobre la Revolución Española del Cine Madrid el día 19 de Mayo de 1.935. José Antonio proclama esta idea de Patria con una claridad meridiana... esta era su promesa de fecundidad, porque yo os digo que no hay patriotismo fecundo si no llega a través del camino de la crítica. Y os diré que el patriotismo nuestro también ha llegado por el camino de la crítica. A nosotros no nos emociona, ni poco ni mucho, esa patriotería zarzuelera que se regodea en las mediocridades, con las mezquindades presentes de España y con las interpretaciones gruesas del pasado. Nosotros amamos a España porque no nos gusta. Los que aman a su Patria porque les gusta la aman con una voluntad de contacto, la aman física, sensualmente. Nosotros no amamos a esta ruina, a esta decadencia de nuestra España física de ahora. Nosotros amamos a la eterna e inconmovible metafísica de España.
Y -una vez más- para completar correctamente la idea fundacional de Patria, tenemos que recordar La Gaita y la Lira, que es un pequeño texto firmado por José Antonio el 11 de Enero de 1.934. En muy pocas líneas, se recoge con absoluta nitidez nuestra idea de la Patria forjada en la Revolución... el que se diluye en la melancolía cuando plañe la gaita. Amor que se abriga y se repliega más cada vez hacia la mayor intimidad; de la comarca al valle nativo, del valle al remanso donde la casa ancestral se refleja: del remanso a la casa, de la casa al rincón de los recuerdos... A tal manera de amar, ¿puede llamarse patriotismo?Si el patriotismo fuera la ternura afectiva, no sería el mejor de los humanos amores. Los hombres cederían en patriotismo a las plantas, que les ganan en apego a la tierra... bien está que bebamos el vino dulce de la gaita, pero sin entregarle nuestros secretos. Todo lo que es sensual dura poco... no plantemos nuestros amores esenciales en el césped que ha visto marchitar tantas primaveras... tendámoslos, como líneas sin peso y sin volumen, hacia el ámbito eterno donde cantan los números su canción exacta. La canción que mide la lira, rica en empresas porque es sabia en números. Así pues, no veamos en la Patria el arroyo y el césped, la canción y la gaita; veamos un destino, una empresa.La Patria es aquello que, en el mundo, configuró una empresa colectiva. Sin empresa no hay Patria; sin la presencia de la fe en un destino cómún, todo se disuelve en comarcas nativas, en sabores y colores locales. Calla la lira y suena la gaita.
Un maduro y enérgico Ramiro Ledesma Ramos -en su Discurso a las Juventudes de España de 1.935 (Ediciones FE. 1.938)- nos dice que la unidad no puede consistir en una simple destrucción de los afanes separatistas que hoy alientan en Cataluña y Vasconia, aunque tenga que triunfar violentamente sobre ellos: pues España tiene que representar y ser para todos los españoles una realidad viva, actuante y presente. Tiene que ser una fuerza moral profunda, un poder histórico que arrastre tras de sí el aliento optimista de la nación entera. La unidad de España se nos presenta hoy como el primer y más valioso objetivo de las juventudes. La unidad en peligro, deficiente y a medias, no puede ser aceptada un solo minuto con resignación, no puede ser conllevada. Sin la unidad, careceremos siempre los españoles de un andamiaje seguro sobre el que podamos disponernos a edificar en serio nada. Así, hasta que no se logre la unificación verdadera, hasta que no queden desprovistas de raíces las fuerzas que hoy postulan el relajamiento de los vínculos nacionales, seguirá viviendo el pueblo español su triste destino de pueblo vencido, sin dignidad histórica ni libertad auténtica...
Con anterioridad, en la Revista JONS, Ramiro Ledesma había dejado muy clara su concepción de la Patria como tarea de construcción revolucionaria y como escudo de los derechos de los trabajadores. En la edición digital de la Revista JONS (Escritos políticos de Ramiro Ledesma Ramos 1.933-1.934) podemos leer varios ejemplos ilustrativos:
El movimiento JONS es el clamor de las gentes de España por recuperar una Patria, por construir -o reconstruir- estrictamente una Nación deshecha. Pero también la necesidad primaria del pueblo español en el orden diario, el imperativo de una economía, el logro de pan y justicia para nuestras masas, el optimismo nacional de los españoles (Pág. 4. Núm. 1 JONS de Mayo de 1.933).
Nosotros creemos, y ésa es la razón de existencia que las JONS tienen, que se acercan épocas oportunas para injertar de nuevo en el existir de España una meta histórica totalitaria y unánime. Es decir, que lance a todos los españoles tras de un afán único, obteniendo de ellos las energías y reservas que según la Historia de España -que es en muchos de sus capítulos la Historia del mundo- resulte lícito, posible e imperioso esperar de nuestro pueblo. Aquí reaparece nuestra consigna de revolución nacional, cuyo objetivo es ni más ni menos devolver a España, al pueblo español, la seguridad en sí mismo, en su capacidad de salvarse política, social y económicamente, restaurar el orgullo nacional, que le da derecho a pisar fuerte en todas las latitudes del globo, a sabiendas de que en cualquier lugar donde se halle españoles de otras épocas dejaron y sembraron cultura, civilización y temple (Pág 14. Núm. 2 de JONS de Junio 1.933. Nuestra Revolución)
Las revoluciones no se hacen solas, sino que requieren y necesitan hombres de temple, hombres revolucionarios. Nuestros grupos tienen que poseer mística revolucionaria, es decir, creencia firme en la capacidad de construcción, que sigue a las masas nacionales cuando éstas imponen y consiguen conquistar revolucionariamente a la Patria. Pues se conquista aquello que se estima y quiere. Y las JONS no tienen otra estimación y otra querencia que la de servir una línea de poderío y eficacia para España. No hay romanticismo lírico en nuestra actitud. Es que necesitamos y precisamos de la Patria para el desarrollo cotidiano de nuestro vivir de españoles. Es que con una España débil, fraccionada y en pelea permanente consigo misma no hay en torno nuestro sino indignidad, vacío, ruina, injusticia y miseria. No añoramos nada o muy poco; es decir, no nos situamos, política y socialmente, como tradicionalistas, sino como hombres actuales, cuya necesidad primera es sentirse españoles, disponer de un orden nacional donde confluya nuestro esfuerzo y se justifique incluso nuestra propia vida. Todo cuanto hay y existe en España adolece de esa infecundidad radical que consiste en estar desconectado de toda emoción y servicio al ser histórico de España. En plena anarquía antinacional o por lo menos indiferente a que las tareas nacionales, los fines comunes, lo que da entrañas y personalidad a la Patria, se realice o no (Pág 46. Núm. 6 JONS de Noviembre de 1.933. Hacia el sindicalismo nacional de las JONS).
Nos calumnian quienes dicen que las JONS vienen a salvar a la burguesía. Mentira. Somos tan antiburgueses como antimarxistas. Lo que sí proclamamos es la necesidad de una España grande y poderosa como el mejor baluarte y la mejor garantía de los intereses del pueblo trabajador. El sentimiento nacional corresponde al pueblo. ¡No os dejéis arrancar, obreros, vuestro carácter nacional de españoles, porque es lo que ha de salvaros! Los internacionalistas son unos farsantes y hacen el juego a la burguesía voraz, entregándole íntegras las riquezas de la Patria. «Sólo los ricos pueden permitirse el lujo de no tener Patria.» (Pág 55 del Núm. 7 JONS de Diciembre de 1.933).
Narciso Perales -a quien me gusta citar siempre con cariño y respeto- manifiesta en el Prólogo al Libro de Bertrand Lefèbvre -fechado en 1.962- El Occidente en Peligro que la definición de la Patria como misión, como tarea de una sociedad, que la caracteriza y distingue de otras en el curso de la historia, como unidad de destino en lo universal. La Nación es el soporte físico de la Patria, sus pobladores componen la comunidad nacional, unidad jurídica, cultural y laboral que exige la estrecha solidaridad de los que la integran en la salud y en la enfermedad, en la prosperidad o en la desgracia. El elemento fundamental de la comunidad nacional es la familia... el cuerpo político de la comunidad nacional es el Estado, cuyos poderes se derivan de la comunidad. El servicio a la comunidad es un honor y en ningún caso puede consistir un negocio para particulares, sino fuente exclusiva de beneficios para la comunidad. Los servicios públicos y los seguros deberán ser de propiedad de la comunidad nacional y administrados por el Estado (Narciso Perales. El Falangista Rebelde. Compilación dirigida por José Luis Martínez Morant. Página 64).
Y podemos citar así a la noción del patriotismo solidario. Dice el Centro de Estudios Económicos y Sociales (De la Protesta a la Propuesta. Obra coordinada por Gustavo Morales. Ediciones Barbarroja. Página 38) que entendemos que la solución puede estar en la defensa de un concepto, a la vez nuevo y sugerente, el patriotismo solidario cuya esencia se basa en la afirmación de la idea de España como Patria hacia dentro, es decir, reconociendo y respetando la diversidad de los pueblos que la integran, y como Patria hacia fuera, como nación comprometida y solidaria con el resto de los países del mundo y en especialmente con el mundo Hispanoamericano... con mayor exactitud, el nexo entre este nuevo concepto de patriotismo solidario y la idea de justicia social vendría no sólo de la reivindicación laboral izquierdista sino básicamente de la ética cristiana... finalmente el patriotismo solidario como opción política de regeneración de España ha de establecer un tercer y fundamental vínculo: ha de ser un patriotismo popular que vincule al conjunto social en las tareas de regir los destinos de la Patria.
Mediante este sencillo esbozo de nuestra idea de Patria resulta evidente -una vez más- la estrecha relación existente entre el nacionalsindicalismo y otras ideas de transformación social. Esta vinculación ha podido ser apreciada con la debida perspectiva temporal y sin el violento apasionamiento propio de nuestra etapa fundacional. Fuera de aquel violento contexto histórico -que se caracterizaba por un estado de confrontación armada permanente- podemos analizar propuestas y estudiar, con la debida profundidad, lo mucho que se ha escrito sobre determinadas cosas desde sectores aparentemente antagonistas.
Dentro
del marxismo,
la llamada cuestión nacional
ha dado origen a interesentes y profundos debates respecto al papel
de los trabajadores dentro del hecho nacional. Partiendo, una vez
más, de El Manifiesto Comunista de
1.848, Marx
y Engels afirman que se
ha reprochado también a los comunistas el querer suprimir la patria,
la nacionalidad. Los obreros no tienen patria.
No se les puede quitar lo que no tienen. Sigue siendo nacional el
proletariado en la medida en que ha de conquistar primero la
hegemonía política, en que ha de elevarse a clase nacional, en que
ha de constituírse a sí mismo en nación, pero de ningún modo en
el sentido de la burguesía. Los particularismos nacionales y los
antagonismos de los pueblos desaparecen cada día más, simplemente
con el desarrollo de la burguesía, con la libertad de comercio, el
mercado mundial, la uniformidad de la producción y las formas de
vida que a ella corresponden. El dominio del proletariado va a
hacerlos desaparecer más todavía. Acción conjunta, al menos en los
países civilizados, es una de las primeras condiciones de la
liberación del mismo (El Manifiesto
Comunista. Alianza Editorial. 2.001. Pág. 75).
En este corto párrafo,
existen tres afirmaciones concatenadas, siendo estas el núcleo
fundamental del concepto marxista de la Patria. En primer lugar, la
contundente frase de los obreros no tienen Patria. Esta
afirmación no podríamos menos que compartirla a estas alturas de
2.023. Los trabajadores no tienen Patria porque, entre otras
muchas cosas, hay que construírla a partir de la Revolución. Y -qué
casualidad y como segundo punto- vemos que en El Manifiesto se
llega a nuestras mismas conclusiones iniciales sobre este asunto: los
trabajadores no tienen Patria pero deben constituirse en clase
nacional y construírse a sí mismos en cuanto nación. Por tanto -y
como tercera premisa- se afirma que la clase obrera es nacional,
aunque no en el sentido de la burguesía. Este aparentemente
complicado equilibrio nos resulta asombrosamente familiar: la
Patria es Patria sólo en el caso de que los trabajadores -a través
de la toma del poder estatal- estén construyendo una nueva sociedad
basada en los nuevos principios de la Revolución. Y como uno de
estos nuevos principios es el internacionalismo proletario, los
pensadores del marxismo deberán conjuntar -en el futuro- ambas
circunstancias presuntamente antitéticas.
El marxismo nos
plantea una interesantísima visión sobre el hecho nacional ya que,
tal y como exponemos, estudia las distintas relaciones de explotación
que inciden sobre el mismo. De un lado, existen naciones
opresoras y naciones oprimidas. Es la burguesía de las naciones
oprimidas las que suelen iniciar los movimientos nacionales. En este
sentido, existe una opresión de una nación frente a otra. Pero es
que, además, la burguesía de las naciones oprimidas explota al
proletariado de las mismas, del mismo modo que la burguesía de las
naciones opresoras explota a su proletariado nacional. Este
problema necesita de dos soluciones: de un lado, terminar con toda
forma de opresión de una nación sobre otra. De otro lado, no romper
la unidad del proletariado durante su lucha de emancipación.
La visión marxista de
la nación está muy condicionada por la situación de Rusia desde
1.905. La caída del zarismo, y la especial composición del
Imperio Ruso -integrado por una serie de etnias y nacionalidades
diferenciadas- obligó a los revolucionarios rusos a conjugar el
hecho nacional -el derecho de autodeterminación de las naciones- con
los principios del internacionalismo proletario y de la unidad de la
clase obrera. Lenin y Stalin encuentran la solución doctrinal
y práctica sobre ello, y convierten este derecho en un instrumento
de subversión de lo existente. El marxismo no niega el hecho
nacional -la nación- e impone examinar la situación de cada una de
ellas a través del prisma de su propia dialéctica: de sus propias
condiciones materiales. En este asunto, y posiblemente más que
en ningún otro, cada caso es distinto de otro.
Stalin,
en su obra El
marxismo y la cuestión nacional,
publicada en 1.913 (La
Caja de Herramientas, Biblioteca Virtual UJCE),
comienza definiendo los exactos contornos de lo que debe entenderse
por nación: Nación
es una comunidad humana estable, históricamente formada, surgida
sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida
económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de
cultura… Sólo la presencia conjunta de todos los rasgos
distintivos forma la nación
(Págs. 7 y 8). Analiza la lucha de la burguesía de las naciones
oprimidas que en todo caso van a intentar incorporar a su lucha
nacional a las clases trabajadoras.
Pero los obreros -continúa Stalin- están interesados en la fusión completa de todos sus camaradas en un ejército internacional único, en su rápida y definitiva liberación de la esclavitud moral a que la burguesía los somete, en el pleno y libre desarrollo de las fuerzas espirituales de sus hermanos, cualquiera que sea la nación a que pertenezcan. Por eso, los obreros luchan y lucharán contra todas las formas de la política de opresión de las naciones, desde las más sutiles hasta las más burdas, al igual que contra todas las formas de la política de azuzamiento de unas naciones contra otras. Por eso, la socialdemocracia de todos los países proclama el derecho de las naciones a la autodeterminación. El derecho de autodeterminación significa que sólo la propia nación tiene derecho a determinar sus destinos, que nadie tiene derecho a inmiscuirse por la fuerza en la vida de una nación, a destruir sus escuelas y demás instituciones, a atentar contra sus hábitos y costumbres, a poner trabas a su idioma, a restringir sus derechos. Esto no quiere decir, naturalmente, que la socialdemocracia vaya a apoyar todas y cada una de las costumbres e instituciones de una nación. Luchando contra la violencia ejercida sobre las naciones, sólo defenderá el derecho de la nación a determinar por sí misma sus destinos, emprendiendo al mismo tiempo campañas de agitación contra las costumbres y las instituciones nocivas de esta nación, para dar a las capas trabajadoras de dicha nación la posibilidad de liberarse de ellas. El derecho de autodeterminación significa que la nación puede organizarse conforme a sus deseos. Tiene derecho a organizar su vida según los principios de la autonomía. Tiene derecho a entrar en relaciones federativas con otras naciones. Tiene derecho a separarse por completo. La nación es soberana, y todas las naciones son iguales en derechos (Página 18).
Frente a lo que se suele afirmar por nuestros sectores más reaccionarios en la actualidad, el marxismo no es antinacional. Al contrario, no solamente proclama el derecho de toda nación a regir sus destinos sino que, de manera expresa, asume que, en la evolución histórica de toda sociedad, existen elementos de progreso que el proletariado debe respetar en todo caso. De igual manera, todo elemento que sea considerado nocivo debe ser erradicado de la nación como atentatorio a los derechos de los ciudadanos.
En este sentido, prosigue Stalin que eso, naturalmente, no quiere decir que la socialdemocracia vaya a defender todas las reivindicaciones de una nación, sean cuales fueren. La nación tiene derecho incluso a volver al viejo orden de cosas, pero esto no significa que la socialdemocracia haya de suscribir este acuerdo de tal o cual institución de una nación dada. El deber de la socialdemocracia, que defiende los intereses del proletariado, y los derechos de la nación, integrada por diversas clases, son dos cosas distintas. Luchando por el derecho de autodeterminación de las naciones, la socialdemocracia se propone como objetivo poner fin a la política de opresión de las naciones, hacer imposible esta política y, con ello, minar las bases de la lucha entre las naciones, atenuarla, reducirla al mínimo. En esto se distingue esencialmente la política del proletariado consciente de la política de la burguesía, que se esfuerza por ahondar y fomentar la lucha nacional, por prolongar y agudizar el movimiento nacional. Por eso, precisamente, el proletariado consciente no puede colocarse bajo la bandera "nacional" de la burguesía (Pág. 19).
Así, Stalin llega a la conclusión de que la nación tiene derecho a organizarse sobre la base de la autonomía. Tiene derecho incluso a separarse. Pero eso no significa que deba hacerlo bajo cualesquiera condiciones, que la autonomía o la separación sean siempre y en todas partes ventajosas para la nación, es decir, para la mayoría de ella, es decir, para las capas trabajadoras. Los tártaros de la Transcaucasia, como nación, pueden reunirse, supongamos, en su Dieta, y, sometiéndose a la influencia de sus beys y mulhas, restaurar en su país el viejo orden de cosas, decidir su separación del Estado. Conforme al punto de la autodeterminación, tienen perfecto derecho a hacerlo. Pero ¿iría esto en interés de las capas trabajadoras de la nación tártara? ¿Podrían los socialdemócratas contemplar indiferentes cómo los beys y los mulhas arrastraban consigo a las masas en la solución de la cuestión nacional? ¿No debería la socialdemocracia inmiscuirse en el asunto e influir sobre la voluntad de la nación en un determinado sentido? ¿No debería presentar un plan concreto para resolver la cuestión, el plan más ventajoso para las masas tártaras? Pero ¿qué solución sería la más compatible con los intereses de las masas trabajadoras? ¿La autonomía, la federación o la separación? Todos estos son problemas cuya solución depende de las condiciones históricas concretas que rodean a la nación de que se trate. Más aún; las condiciones, como todo, cambian, y una solución acertada para un momento dado puede resultar completamente inaceptable para otro momento (Pág. 20).
Por lo tanto, Stalin en 1.913 reconocía el derecho de las naciones a su autodeterminación pero, al mismo tiempo, también el deber del proletariado de seguir defendiendo de manera inflexible sus fines propios dentro de la lucha de clases. Derecho de autodeterminación como medio de terminar con la opresión de unas naciones sobre otras pero -al mismo tiempo- distinción inequívoca entre el movimiento nacional burgués y la lucha de los trabajadores. En otras palabras, el marxismo rechaza la idea burguesa de Patria y otorga una nueva significación a la lucha nacional: la Patria existe en tanto en cuanto existe un proyecto nacional de emancipación de las clases trabajadoras.
Profundizando en esta interesantísima cuestión, Lenin expresa en su artículo El Derecho de Autodeterminación de las Naciones (publicado de Abril a Junio de 1.914 en la Revista Prosveschenie y fácilmente localizable en la Red)) el núcleo central de esta concepción. En defensa del Punto 9 del Programa de los marxistas rusos -que proclamaba el derecho a la autoderminación de las naciones- Lenin refuta las tesis al respecto de Rosa Luxemburgo -que no creía en el apoyo de la clase trabajadora a los movimientos nacionales- y expone su detalladísima opinión en la materia. Evidentemente -y cada vez que hablamos de marxismo-leninismo en este pequeño estudio- se ha de partir del análisis de las condiciones existentes en cada país analizado. Para Lenin, las naciones occidentales no necesitarían proclamar ningún derecho de autodeterminación ya que, históricamente, han finalizado las etapas de formación de sus Estados nacionales. Sin embargo, ello no es así en la Europa Oriental que, en ese preciso momento, está alumbrando distintos movimientos nacionales burgueses.
Así, dice Lenin que en laEuropa continental, de Occidente,la época de las revoluciones democráticas burguesas abarca un lapso bastante determinado, aproximadamente de 1789 a 1871. Esta fue precisamente la época de los movimientos nacionales y de la creación de los Estados nacionales. Terminada esta época, Europa Occidental había cristalizado en un sistema de Estados burgueses que, además, eran, como norma, Estados unidos en el aspecto nacional. Por eso, buscar ahora el derecho de autodeterminación en los programas de los socialistas de Europa Occidental significa no comprender el abecé del marxismo.En Europa Oriental y en Asia, la época de las revoluciones democráticas burguesas no comenzó hasta 1905.Las revoluciones de Rusia, Persia, Turquía y China, las guerras en los Balcanes: tal es la cadena de los acontecimientos mundiales ocurridos en nuestra época en nuestro "Oriente". Y en esta cadena de acontecimientos sólo un ciego puede no ver eldespertar de toda una serie de movimientos nacionales democráticos burgueses, de tendencias a crear Estados independientes y unidos en le aspecto nacional. Precisa y exclusivamente porque Rusia y los países vecinos suyos atraviesan por esa época necesitamos nosotros en nuestro programa un apartado sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación.
Sobre
el papel del proletariado en la formación de las naciones, resulta
manifiestamente clara su explicación... ¿Contestar
"sí o no" en lo que se refiere a la separación de cada
nación? Parece una reivindicación sumamente "práctica".
Pero, en realidad, es absurda, metafísica en teoría y conducente a
subordinar el proletariado a la política de la burguesía en la
práctica.
La
burguesía plantea siempre en primer plano sus reivindicaciones
nacionales. Y las plantea de un modo incondicional. El proletariado
las subordina a los intereses de la lucha de clases.
Teóricamente
no puede garantizarse de antemano que la separación de una nación
determinada o su igualdad de derechos con otra nación ponga término
a la revolución democrática burguesa. Al proletariado le importa,
en ambos casos, garantizar el desarrollo de su clase; a la burguesía
le importa dificultar este desarrollo, supeditando las tareas de
dicho desarrollo a las tareas de "su" nación.
Por
eso el proletariado se limita a la reivindicación negativa, por así
decir, de reconocer el derecho a la autodeterminación, sin
garantizar nada a ninguna nación ni comprometerse a dar nada a
expensas de otra nación... En
aras del "practicismo" de sus reivindicaciones, la
burguesía de las naciones oprimidas llamará al proletariado a
apoyar incondicionalmente sus aspiraciones. ¡Lo más práctico es
decir un "sí" categórico a la separación de tal o cual
nación, y no al derecho de todas las naciones, cualesquiera que
sean, a la separación!
El proletariado se opone a semejante practicismo: al reconocer la igualdad de derechos y el derecho igual a formar un Estado nacional, aprecia y coloca por encima de todo la unión de los proletarios de todas las naciones, evalúa toda reivindicación nacional y toda separación nacional con la mira puesta en la lucha de clase de los obreros. La consigna de practicismo no es, en realidad, sino la de adoptar sin crítica las aspiraciones burguesas.... Se nos dice: apoyando el derecho a la separación, apoyáis el nacionalismo burgués de las naciones oprimidas. ¡Esto es lo que dice Rosa Luxemburgo y lo que tras ella repite el oportunista Semkovski, único representante, por cierto, de las ideas de los liquidadores sobre este problema en el periódico de los liquidadores! Nosotros contestamos: no, precisamente a la burguesía es a quien le importa aquí una solución "práctica", mientras que a los obreros les importa la separación en principio de dos tendencias. Por cuanto la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora, nosotros estamos siempre, en todos los casos y con más decisión que nadie, a favor, ya que somos los enemigos más intrépidos y consecuentes de la opresión. Por cuanto la burguesía de la nación oprimida está a favor de su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra. Lucha contra los priviliegios y violencias de la nación opresora y ninguna tolerancia con el afán de privilegios de la nación oprimida. Si no lanzamos ni propugnamos en la agitación la consigna del derecho a la separación, favorecemos no sólo a la burguesía, sino a los feudales y el absolutismo de la nación opresora.
Lenin publica en Diciembre de 1.914, en una apenas iniciada Primera Guerra Mundial, su ensayo El Orgullo Nacional de los Gran Rusos. Yo he encontrado el artículo entero en El Viejo Topo y lo considero esencial para un correcto y completo entendimiento del asunto tratado. En un país sacudido por el chovinismo y por la guerra imperialista declarada por el Régimen Zarista frente a las Potencias Centrales, Lenin reacciona frente al patrioterismo zarzuelero de la sociedad rusa y puntualiza su visión del patriotismo.
https://www.elviejotopo.com/topoexpress/el-orgullo-nacional-de-los-gran-rusos/
¿Nos es ajeno a nosotros, proletarios conscientes rusos, el sentimiento de orgullo nacional? ¡Pues claro que no! Amamos nuestra lengua y nuestra patria, ponemos todo muestro empeño en que sus masas trabajadoras (es decir, las nueve décimas partes de su población) se eleven a una vida consciente de demócratas y socialistas. Nada nos duele tanto como ver y sentir las violencias, la opresión y el escarnio a que los verdugos zaristas, los aristócratas y los capitalistas someten a nuestra hermosa patria. Nos sentirnos orgullosos de que esas violencias hayan promovido resistencia en nuestro medio, entre los rusos, de que de ese medio saliera un Radíschev, salieran los decembristas y los revolucionarios del estado llano de los años 70, de que la clase obrera rusa formara en 1905 un poderoso partido revolucionario de masas, de que el mujik ruso empezara a convertirse, al mismo tiempo, en un demócrata y a barrer al pope y al terrateniente... Recordamos que el demócrata ruso Chernyshevski, al consagrar su vida a la causa de la revolución, dijo hace medio siglo: "Mísera nación de esclavos, todos esclavos de arriba abajo". A los rusos, esclavos manifiestos o encubiertos (esclavos respecto a la monarquía zarista), no les gusta recordar estas palabras. A nuestro juicio, en cambio, son palabras de verdadero amor a la patria, de nostalgia por la falta de espíritu revolucionario en la masa de la población rusa. Entonces no lo había. Ahora, aunque no mucho, lo hay ya. Nos invade el sentimiento de orgullo nacional porque la nación rusa ha creado también una clase revolucionaria...
Y nosotros, obreros rusos, impregnados del sentimiento de orgullo nacional, queremos a toda costa una Rusia libre e independiente, autónoma, democrática, republicana, orgullosa, que base sus relaciones con los vecinos en el principio humano de la igualdad, y no en el principio feudal de los privilegios, humillante para una gran nación. Precisamente porque la queremos así, decimos: en la Europa del siglo XX (aunque sea en el extremo Este de Europa) no se puede "defender la patria" de otro modo que luchando por todos los medios revolucionarios contra la monarquía, los terratenientes y los capitalistas de la propia patria, es decir, contra los peores enemigos de nuestra patria; los rusos no pueden "defender la patria" de otro modo que deseando, en cualquier guerra, la derrota del zarismo, como mal menor para las nueve décimas partes de la población de Rusia, pues el zarismo no sólo oprime en el terreno económico y político a estas nueve décimas partes de la población, sino que las desmoraliza, humilla, deshonra y prostituye, acostumbrándolas a oprimir a otros pueblos, acostumbrándolas a encubrir su oprobio con frases hipócritas de seudopatriotismo...Pero la revolución del proletariado requiere una larga educación de los obreros en el espíritu de la más completa igualdad y fraternidad nacionales.Por tanto, desde el punto de vista de los intereses precisamente del proletariado ruso es imprescindible una prolongada educación de las masas en el sentido de defender del modo más enérgico, consecuente, audaz y revolucionario la completa igualdad de derechos y el derecho a la autodeterminación de todas las naciones oprimidas por los rusos. El interés del orgullo nacional (no entendido servilmente) de los rusos coincide con el interés socialista de los proletarios rusos (y de todos los demás proletarios).
Como corolario, y con la claridad que ofrece la perspectiva histórica y el tiempo transcurrido, Pedro Fedoséiev (Director del Instituto de Marxismo-Leninismo del Comité Central del PCUS de 1.967 a 1.973) nos expone una visión de la trayectoria histórica del patriotismo desde la perspectiva del marxismo-leninismo, profundamente ilustrativa, en su obra Dialéctica de la Epoca Contemporánea (Ediciones Pueblos Unidos. Montevideo. 1.968). Adjuntamos enlace para su lectura:
https://www.filosofia.org/urss/fed/index.htm
En su Parte Segunda -Patriotismo y Socialismo- se resume perfectamente esta cuestión:
Desde hace muchos siglos, el hombre vive en patrias que se han formado históricamente. En ellas se desarrolla como ente social y cultural. Esta es la razón de que el patriotismo se haya convertido en uno de los sentimientos y estímulos humanos más hondos, estables y fuertes. No se trata de una propiedad ingénita, biológica, de los individuos; es un sentimiento social, históricamente condicionado, de amor al propio país, a cuyos intereses sirve, y de este modo se manifiesta. Todos los pueblos están interesados en el desenvolvimiento social y cultural de sus patrias respectivas, es decir, del medio social, cultural y político en que viven y trabajan; cada pueblo posee determinados intereses comunes relacionados con la defensa de la patria, de la lengua materna y de la cultura frente a los invasores... A finales del siglo XIX empezó una nueva época: la imperialista. La cuestión nacional fue adquiriendo cada vez más un carácter internacional. El dominio del imperialismo agrava en colosales proporciones el yugo colonial. El imperialismo dividió el mundo entero en un puñado de naciones burguesas dominantes y dirigidas por la burguesía imperialista y la enorme mayoría de los pueblos de los países coloniales y dependientes, oprimidos y explotados por los estados imperialistas. Bajo el imperialismo, también se desarrolla sobre una base más amplia el movimiento de liberación nacional.
En esta nueva época, el valor progresivo del patriotismo ha trascendido con singular fuerza en el desarrollo de los movimientos de liberación nacional, en la lucha por la independencia nacional, contra la coyunda imperialista.. El alzamiento contra el imperialismo, por la independencia nacional y por la existencia independiente como estado, ha hecho brotar, entre las masas del pueblo, un flujo inmenso de sentimientos patrióticos... El marxismo-leninismo, a la vez que pone en evidencia de qué modo la burguesía ha tergiversado las consignas del patriotismo, nos enseña que la tarea histórica y el deber patriótico de la clase obrera de los países capitalistas consisten en luchar contra el imperialismo y las guerras, por la paz y la democracia, por la creación de la sociedad socialista. Los partidos comunistas educan a la clase obrera en consonancia con la idea de que la defensa de la independencia nacional y de las libertades democráticas es una condición necesaria del éxito en la lucha por el socialismo.
Para los marxistas, para los obreros conscientes, la concepción del patriotismo sólo puede basarse en un criterio justo y posible: el que radica en los intereses. de la lucha por la democracia y el socialismo, en los intereses de la colaboración pacífica de los pueblos y del movimiento obrero internacional. En cambio, los chovinistas exaltan la defensa de la "patria" incluso cuando lo que la burguesía busca es esclavizar a otros pueblos, a otras patrias. Los marxistas siempre han considerado un crimen y una vileza predicar la "defensa de la patria" en las guerras de rapiña y conquista, pues en tales casos dicho lema se utiliza para engañar al pueblo, para disfrazar los objetivos rapaces, imperialistas, de la guerra.... Lenin demostró que el socialismo no se opone al patriotismo, que los intereses de un patriotismo auténtico, no adulterado ni chovinista, coinciden con los del socialismo... Al descubrir esta interconexión, profundamente dialéctica, entre socialismo y patriotismo, Lenin dejó sin disfraz tanto al nihilismo nacional como el chovinismo burgués.
Si en la época del capitalismo ascendente la burguesía se manifestaba en pro de los estados nacionales soberanos ahora, en el período de la crisis general del capitalismo, la soberanía nacional se ha convertido en un obstáculo para la burguesía imperialista de los países capitalistas principales en su apetencia de dominio mundial... La defensa de la soberanía e independencia nacionales se ha convertido ahora en una gran causa de la clase obrera. En la lucha por restablecerlas y conservarlas, esta clase agrupa a las masas más amplias del pueblo, ante todo al campesinado y a la pequeña burguesía urbana, contra los imperialistas extranjeros y los monopolistas del propio país, que oprimen a los trabajadores. En esa lucha, también interviene ahora, activamente, la intelectualidad nacional, que actúa cada vez con mayor decisión en defensa de la cultura de su país, de las libertades democráticas y de la causa de la paz. Se inclinan asimismo a defender la soberanía nacional las capas burguesas no incorporadas a las asociaciones monopolistas internacionales, cuya presión les va resultando cada día más agobiante.
El régimen socialista soviético ha engendrado un tipo nuevo, más elevado, de patriotismo, el patriotismo socialista soviético; ha fomentado y multiplicado las tradiciones heroicas de los pueblos de Rusia, ha conferido al patriotismo una nueva significación poniéndolo al servicio de la causa del socialismo... El trabajo heroico de nuestra gente en los años de la industrialización del país y de la colectivización agrícola constituyó la más palmaria manifestación de un patriotismo sin igual en la historia, la prueba de cómo los pueblos de la U.R.S.S. aman a su patria y se esfuerzan para hacer avanzar y consolidar su potencia económica y militar. Gracias a la industrialización socialista del país y a la colectivización de la agricultura, nuestra patria dio un gigantesco paso adelante, un salto histórico por el que pasó del atraso al progreso. La transformación de un país antes agrario y de bajo nivel técnico-económico en una gran potencia industrial fue la hazaña patriótica de millones de soviéticos alentados y dirigidos por el Partido Comunista. Los abnegados esfuerzos de los patriotas soviéticos permitieron que nuestra patria soviética se hallase preparada para defenderse eficazmente contra los, ataques de los imperialistas... La guerra del pueblo soviético contra los agresores germano-fascistas ha sido la más justa de cuantas guerras justas registra la historia. La lucha histórica que nuestro pueblo sostuvo no fue tan sólo una lucha por la independencia del país, sino, además, por conservar y afianzar el régimen más avanzado, baluarte de la cultura y del progreso, de la libertad y de la independencia de todos los pueblos.
En sus orígenes, el falangismo -que conocía perfectamente la obra filosófica de Marx y de Engels- se acercó sólo muy superficialmente a las tesis de Lenin y de Stalin. Esta visión inexacta se debía a múltiples y varíadas razones.
En primer lugar, y tal y como ya he indicado antes, existía una generalizada tensión en Europa entre las fuerzas entonces denominadas fascistas y los partidos marxistas, ya fueran éstos revolucionarios o reformistas. Después del triunfo de Mussolini y de Hitler en Italia y Alemania, se dió una estrategia de constante confrontación orquestada desde el Komitern. En esta situación de posicionamiento violento no resultaba coherente ninguna de las posibles aproximaciones prácticas entre estas tendencias.
En segundo lugar, porque nosotros hemos jugado con la ventaja de la perspectiva histórica y del conocimiento pleno del desarrollo del marxismo leninismo una vez transcurridos los años treinta. La Segunda Guerra Mundial -o Gran Guerra Patria en su acepción soviética- y la extensión de regímenes comunistas en gran parte del mundo, las luchas de liberación nacional, el XX Congreso del PCUS y la desestalinización de Jruschov, el capitalismo de Estado subsiguiente y el socio-imperialismo del Bloque Soviético. Numerosos factores que, si bien fueron exhaustivamente analizados por nuestros pensadores durante los años 60 y 70, exceden en mucho las estrictas pretensiones de este trabajo.
En tercer lugar, porque se contemplaba el comunismo como una fuerza política al servicio del imperialismo extranjero. El triunfo de Lenin y de Stalin era visto por nuestros Fundadores como una Revolución Nacional, siendo considerados los distintos partidos comunistas como una mera sucursal de un poder imperialista extranjero. Resulta extremadamente revelador al respecto el análisis de la Rusia Soviética realizado por Ramiro Ledesma en su Discurso a las Juventudes de España de 1.935 (Págs. 125 a 130 obra citada. Ediciones FE 1.938). El internacionalismo proletario se considera fracasado por Ledesma ya que, a esas fechas, los bolcheviques sólo han triunfado en Rusia. Dice Ramiro que la conquista del Poder por el marxismo en Rusia es, sin ninguna duda, el primer fruto subversivo de la época actual, en el orden del tiempo. Cada día que pasa se hace más fácil comprender el verdadero carácter histórico de la revolución soviética, el papel que le corresponde en el proceso de realizaciones revolucionarias inaugurado a raíz de la Gran Guerra... Ahora bien, apresurémonos a decir que esa contribución valiosa y positiva lo es en el grado mismo en que resultaron fracasadas y fallidas las apetencias más profundas que informaron sus primeros pasos.En efecto, pudo creerse y pudieron también creer naturalmente los animadores rojos hacia 1920-21, que la llamarada soviética se disponía a ser la bandera única de la revolución universal, es decir, que toda la capacidad trasmutadora de nuestro tiempo iba a polarizarse y unirse en el único objetivo mundial de instaurar la dictadura proletaria, con arreglo a los ritos, a la mecánica y a los propósitos del marxismo.Tal creencia es ya hoy un error absoluto, y no tiene creyentes verdaderos ni en el mismo Comité supremo de la III Internacional. Y ello no porque resultasen falsas las características subversivas del presente momento histórico, es decir, no porque se haya abroquelado o impermeabilizado la época para toda hazaña revolucionaria, sino porque los moldes trasmutadores bolcheviques no se han ajustado ni han monopolizado los valores realmente eficaces de la subversión moderna. La revolución bolchevique triunfó en Rusia no tanto como revolución propiamente marxista que como revolución nacional. El fenómeno no es nada contradictorio y tiene una explicación en extremo sencilla. En el año 1917, en plena guerra europea, culminaban bajo el cielo ruso todas esas bien conocidas monstruosidades que eran la base del régimen zarista... En esas condiciones, los bolcheviques eran los únicos que podían dar las consignas salvadoras de la situación, consignas que no eran otras que las de curar el dolor de cabeza cortando si era preciso la cabeza... con aquellas grandes masas rusas supervivientes de campesinos, de obreros y de soldados, una sociedad nacional... Jugaron la carta de Rusia y la ganaron. Incorporaron desde luego una cosa que en esta época no sólo no es nada despreciable sino principalísima y fértil: un nuevo sentido social, una nueva manera de entender la ordenación económica y una concepción, asimismo nueva, del mundo y de la vida. Con esos ingredientes han forjado su victoria. Pero entendámoslo bien: esa victoria no es otra que la de haber edificado de veras una Patria. Es una victoria nacional.Que la revolución soviética sea en efecto la revolución mundial es cosa que parece ya resuelta en sentido negativo. Es más, la Rusia actual no sacrificaría un adarme de sus intereses nacionales por incrementar y ayudar una revolución de su mismo signo en una parte cualquiera del globo... Desde el punto de vista del espíritu de la época, es decir, para quien de veras se sienta dentro de la realidad operante en esta hora del mundo, la Rusia bolchevique es una nación más, provista de un régimen social más o menos apetecible, en parte monstruoso y en parte interesante para nosotros.
Profundizando en esta idea del triunfo nacional leninista, continúa diciendo Ramiro que el frente marxista mundial ha quedado en efecto quebrantado, de un modo paradójico, con la victoria soviética.Y ello no sólo por la consecuencia inmediata de dividirlo en dos fracciones, en dos internacionales y en dos banderas. Sino por algo más profundo y de consecuencias más graves.Desde 1921, fecha que podemos señalar como término del comunismo de guerra y de la guerra civil contra los ejércitos contrarrevolucionarios blancos, y asimismo fecha de comienzo de una edificación, que pudiéramos llamar normal, de la economía socialista en Rusia,la influencia subversiva de la revolución soviética se debilita y disminuye en los demás pueblos...La hora bolchevique fue ésa, el bolchevismo de guerra. Lenin lo vio con absoluta claridad. Las famosas 21 Condiciones, dictadas por él mismo como definición de lo que era y tenia que ser la III Internacional, se encaminan a ligar la revolución mundial bolchevique con los períodos heroicos y «ascendentes» de la revolución rusa... Pero sucedió que la revolución rusa quedó la única triunfante, que fracasó el bolchevismo húngaro, que fracasaron los bolcheviques alemanes, y que, como tenía necesariamente que ocurrir, la III Internacional, radicada en Moscú, perdió en absoluto el contacto con la realidad, dictó consignas que en muchos momentos alcanzaron un signo de veras pintoresco... Los partidos comunistas mundiales evidenciaron muy pronto su impotencia para la conquista revolucionaria del Poder, y, donde lo tomaron episódicamente, como en Hungría y Baviera, la imposibilidad de retenerlo para edificar un régimen socialista. Con ello quebró la base combatiente de que disponía el marxismo, pues los cuadros comunistas eran, en efecto, la selección revolucionaria de la falange marxista mundial. En tal situación, los grupos bolcheviques, cada día más picudos y enemistados con las clases medias que ascendían a un plano de «conciencia revolucionaria social», no han cumplido otra misión que la de actuar de eficacísimos «provocadores», para desencadenar el triunfo fascista en Italia y el racismo de Hitler en Alemania. Nada más. La revolución rusa, triunfante, quitó además al marxismo su mito creador, su esperanza en algo de veras nuevo, que polarizase la ilusión de las grandes masas hacia objetivos en absoluto vírgenes. No es lo mismo hacer frívolamente una revolución, «para instaurar lo que en otro país hay», el régimen de Rusia, que hacerla respondiendo a una conciencia radicalmente subversiva y disconforme, producto verdadero de las realidades cercanas sobre que operan siempre las revoluciones.
Después de esta extensa exposición, podemos perfectamente delimitar las notas de un concepto de PATRIA que fuera común a cualquier orientación política que pretendiera una transformación radical de nuestro actual sistema:
La Patria no sólo es un conjunto de territorios y de personas delimitadas por un ordenamiento legal y por un conjunto de relaciones económicas recíprocas.
La Patria no consiste en la exaltación incondicional de todos los elementos históricos de un pasado glorioso ni tampoco de un presente indiscutible: se identifican perfectamente tanto los valores que deben permanecer como los que deben ser erradicados.
La unidad de España no nos sirve absolutamente de nada si no va acompañada de unas notas revolucionarias esenciales: del proyecto común integrador.
La Patria es un proyecto común y permanente de transformación política, económica y social.
La Patria se configura en torno a un proyecto político de eliminación del sistema capitalista, recuperación de nuestra plena soberanía, abolición de la propiedad privada burguesa, asunción del poder político por parte de los trabajadores, atribución a los mismos de la titularidad de los medios de producción, banca pública y profundización de nuestros resortes democráticos de participación política.
El patriotismo consiste en la asimilación de estos valores revolucionarios por parte de cada uno de nuestros ciudadanos: se es patriota en tanto en cuanto se tiene conciencia de estos valores y se lucha por su implantación.
La Patria se erige como un baluarte de protección de los derechos de los trabajadores frente a los excesos capitalistas nacionales o foráneos.
Otra cuestión en sumo interesante es la de si el marxismo-leninismo, con su reconocimiento al derecho de autodeterminación de las naciones, nos dota de instrumentos de oposición teórica a los movimientos separatistas de Cataluña y del País Vasco. En mi opinión, se llegan a conclusiones interesantes a raíz de la aplicación de esta teoría a nuestras actuales condiciones. Veamos.
El estudio de esta cuestión de derecho a la autodeterminación de cualquier territorio español ha de comenzar por un estudio concreto de las circunstancias materiales concretas que rodean el problema.
Las fuerzas nacionalistas parten de un hecho social absolutamente falso ya que, a la fecha de hoy, no existe una burguesía de una nación opresora ni una burguesía de una nación oprimida: ambas son la misma. No existe ninguna pugna entre una burguesía emergente -que lucha por tener su propio mercado- y la burguesía ya consolidada. La burguesía catalana o vasca es la misma que la castellana, valenciana o madrileña.
Las fuerzas nacionalistas también parten del hecho social falso de la existencia de una situación de opresión de una nación frente a la otra. Todos los ciudadanos españoles tenemos los mismos derechos y libertades, y gozamos de los mismos sistemas de protección frente a las vulneraciones de estos derechos por parte de los poderes públicos.
Los territorios que pretenden gozar de un presumible derecho de autodeterminación son los más desarrollados económicamente de España. Gozan no sólo de una mejor situación financiera que la mayoría de los demás territorios españoles sino que, además, han sido objeto de beneficios económicos constantes por parte de los diferentes Regímenes españoles desde el Siglo XVIII hasta hoy.
Las fuerzas nacionalistas no contemplan el hecho de ser la separación imposible al existir miles de relaciones económicas recíprocas entrelazadas entre la totalidad de nuestro territorio nacional.
La proclamación del derecho a la autodeterminación del País Vasco o de Cataluña no favorece en absoluto a la unidad del proletariado español: el separatismo disgrega la lucha obrera y tiende a una fragmentación artificial de la misma.
España es en sí misma una sola nación si nos atenemos a la definición de Stalin de 1.913
En
el marco de un Estado Federal se podría tal vez proclamar el derecho
a la autodeterminación de los antiguos Reinos de España -únicas
entidades políticas que resultaron absorvidas en el proceso
integrador de la nación española- si bien desde los poderes
públicos y desde las nuevas entidades sindicales debería de
rechazarse pública y contundentemente tal posibilidad.