SOMBRAS DE LA MEMORIA
A cierta edad, aquellos veranos lejanos y antojados eternos -en aquellos inolvidables giros del destino- se aparecen de nuevo al llegar Junio. A cierta edad, te sepultan las paramnesias recurrentes de los tiempos felices y sientes -siempre con la certeza del tiempo malgastado- que tus viejos anhelos y que tus alegres esperanzas jamás se han ido. Han estado ahí en todo momento: dando vueltas y vueltas dentro de esta noria enloquecida que es tu vida. A cierta edad, y al llegar Junio, regresan los rostros queridos y difusos y retornan los dolores antiguos y los recuerdos que no quedaron sepultados dentro de cajas de tristeza en medio de mudanzas y trasteos y en mitad de los campos infinitos del olvido.
Ha vuelto el verano con una serie interminable de desastres y de estremecedoras situaciones. Los misiles rusos siguen cayendo sobre los barrios residenciales de la Ucrania que resiste a los invasores. Nuestro país sigue prácticamente secuestrado por una banda de chantajistas profesionales que -como en los ya anticuados secuestros express de los cárteles mejicanos- van exigiendo cada vez cantidades más altas. Ochenta Aniversario del Desembarco de Normandía en esta Europa pusilánime en la que los bandos enfrentados ya no están tan nítidamente definidos: los largos sollozos de los violines del otoño hieren mi corazón con monótona languidez. Intervención inminente en el Poder Judicial y en lo que queda de prensa libre. Personas que -con los nombres propios que la fría estadística de las encuestas no consigue quitarles- siguen necesitando de toda nuestra ayuda. Insultos y rostros crispados y una nación que se ha vuelto incomprensiblemente inhabitable: pobreza económica y moral que desdice, en sí misma, el triunfalismo oficialista de estos fulleros profesionales que llevan el timón de la nave. Y, como cada verano, el olvido del ejemplo de Las Navas de 1.212, cuando demostramos que podíamos luchar todos juntos para derrotar al atrasado y negro poder islamista que, de manera inaudita, sigue siendo el mismo a pesar del tiempo transcurrido.
Con el calor, vuelve aquella tormenta de los tiempos felices y aquel vendaval de los que no lo fueron tanto. Vuelve esa secuencia de inolvidables sentimientos y de personas que nunca he dejado, inadvertidamente, que se fueran. Con el calor, es más intensa nuestra sensación de desamparo y más firme nuestra invaríable rectitud en la senda elegida: la senda incómoda de los eternos perdedores y de los que nunca, de manera cierta y profunda, hemos triunfado. El calor del destierro, de la ira y del recuerdo de las viejas y lejanas heridas y de las también viejas y lejanas batallas. Sin embargo, siempre existe una fresca brisa que nos devuelve algunas de nuestras horas más brillantes. Siempre ocupando tu lugar dentro de la pequeña formación de los que no se rinden y de lo que, en lo poco o lo mucho que puedan hacer, siguen creyendo y luchando a pesar de las tinieblas oscuras. Verano de 2.024 y las cosas siguen como siempre. Verano de 2.024 y sé -tal vez con más fuerza que nunca- que, al final, triunfaremos en este duro y eterno combate.
En Normandía, un veterano se ha casado con su novia en Francia. Ciento dos y noventa y nueve años cada uno. Este tal vez sea el resumen perfecto de cómo nos sentimos algunos: de espaldas a la pared y sin ganas de levantar los brazos y rendirnos. Singular corolario de las cosas vividas y de los sentimientos ciertos: de todo aquello que te acaba demostrando que, pese a la aridez de este largo camino cuesta arriba, acaban encajando nuestras cosas dentro del complicado rompecabezas que es vivir.