SOBRE LA NECESIDAD DE UNA REVOLUCIÓN Y NUESTRA APROXIMACIÓN AL PROYECTO REVOLUCIONARIO DE RAÍZ MARXISTA.

29.08.2022

Follow it up in this strange grey town

They build it up and let it all fall down

Feel like we're living in a battleground

Everybody's jazzed

Síguelo en esta extraña ciudad gris Lo construyen y lo dejan caer todo Siento que estamos viviendo en un campo de batalla Todo el mundo está entusiasmado (Rain Fall Down. 2.005. Album A Bigger Band. The Rolling Stones).

Se acerca un cataclismo capitalista que asolará Europa de parte a parte: una recesión de consecuencias todavía insospechadas que nos afectará a todos y cada uno de nosotros. Al igual que nos ocurrió en 2.008, la crisis no sólo nos encuentra débiles y dispersos, sino también con nuestro mensaje político cada día más desvirtuado y falseado por sus usurpadores. Por ese motivo, se hace muy necesario tener muy claras las ideas: los falangistas no podemos hacer la Revolución al día de hoy pero, desde nuestros postulados, podemos sin duda ayudar a todos aquellos ciudadanos españoles que estén pensando hacerla.

Este trabajo no tiene ninguna pretensión. Está hecho aprovechando estos últimos días de verano y en mi tiempo libre. Si puede colaborar a dotar a los camaradas de algún instrumento doctrinal que ayude a una mejor comprensión de lo que -de verdad- somos y pensamos, bienvenido sea. Si puede ayudar a acercar posiciones o a confrontar con otros revolucionarios en estas horas aciagas, también bienvenido sea.

Falange pretendió realizar una labor doctrinal SUPERADORA del capitalismo y del marxismo, siendo sus gérmen inicial el trabajo incompleto de personas tales como José Antonio o Ramiro Ledesma Ramos. Que nuestra Revolución pretenda ser superadora no significa que esté carente de características que -a la luz de las circunstancias actuales- pueden resultar muy útiles y clarificadoras en la lucha contra el modelo social capitalista. Esta superación -como veremos más adelante- se basa en la coexistencia de elementos espirituales dentro de las corrientes generales inspiradas por las críticas al capitalismo de Marx y Engels. La de estas formas espirituales es por fuerza etérea, y no tiene la contundencia de nuestro programa económico objetivamente considerado. Además, las nuevas condiciones sociales de la España de 2.022 hacen que, sin proponérnoslo, estos valores inmamentes a la persona estén presentes en toda lucha por la solidaridad y la justicia social.

La idea central que me mueve al escribirlo es la de intentar afirmar -sin ambajes- que Falange es un movimiento revolucionario, y que su principal objetivo político es la destrucción del sistema capitalista mediante la desaparición de las formas burguesas de propiedad y mediante la atribución de la titularidad de los medios de producción a los propios trabajadores agrupados en sindicatos. Para alcanzar esas conclusiones transformadoras, Falange aceptó -también sin ambages- la crítica al capitalismo estructurada por la filosofía marxista.

Dice Narciso Perales (Entrevista de Julián Lago a Narciso Perales en el Número 31 de Interviú. Página 118 de Narciso Perales el falangista rebelde. Compilación de José Luis Martínez Morant. Ediciones Nueva República 2006) al marcar nuestras diferencias con los fraudefalangistas de extrema derecha que la evolución que ha conducir a una sociedad sindicalista de la que habló José Antonio, pero de la que no han hablado nunca Girón, Blas Piñar o Raimundo Fernández Cuesta. ¿Dicen ellos que es ilegítima la propiedad basada en la usura, en el monopolio, en el tráfico de influencias, en la especulación o en las actividades financieras? ¿Dicen ellos que la plusvalía no ha de ir a manos de los patronos, como ocurre en los regímenes capitalistas, ni a manos del Estado, como ocurre en los regímenes comunistas, sino a manos de los trabajadores articulados en sindicatos constituídos desde abajo y en las que las grandes y pequeñas empresas sean autogestionarias? Pues no: nada de eso defienden.

Las diferencias esquemáticamente esbozadas por Narciso -al tiempo que nos distinguen del fraude existente en nuestro entorno- no sólo nos separan de los falsofalangistas. Es que además también nos acercan a los revolucionarios sinceros de clara ideología y de limpia trayectoria política y social.

Sin embargo, las diferencias esenciales con el marxismo vienen dadas por dos grandes grupos de características: nuestra concepción del Hombre como ser espiritual y las conclusiones económicas que, traídas por el mismo proceso revolucionario, desembocan en el Dictadura del Proletariado y en la organización económica. La famosa estatalización del comunismo frente a nuestro sindicalismo autogestionario.

¿Pero las cosas son tan distintas como parecen? Yo creo que no si -dejando de lado profundos análisis ideológicos- nos atenemos a los hechos prácticos que se dan en todo proceso político. Tengo la sensación que estos profundos tochos ideológicos van a ser pronto orillados por la sencilla marcha rápida de los acontecimientos.

José Antonio Primo de Rivera no era un filósofo en sentido estricto: era -al igual que el resto de teóricos del nacionalsindicalismo en su primera hora- un pensador político. Esto quiere decir que José Antonio analizaba las causas y los efectos de los problemas de su tiempo y enunciaba -en consecuencia- una serie de principios aplicables al orden social basados en sus estudios, reflexiones y lecturas y sin olvidar, claro está, sus creencias más profundas y arraigadas.

De esta forma, creo que el nacionalsindicalismo es plenamente compatible con el materialismo histórico: con la teoría marxista del desarrollo de los acontecimientos históricos. Nosotros asumimos sin fisuras dos importantísimos aspectos del marxismo: su crítica al capitalismo -con lo que ello comporta acerca del estudio de la organización y del funcionamiento de los medios de producción y de la relación entre el capital y el trabajo- y la consiguiente necesidad histórica de la acción revolucionaria.

Tanto Ramiro Ledesma como José Antonio habían leído y estudiado El Capital: ambos entendían los resortes dialécticos del materialismo histórico. Y al tratarse de pensadores prácticos, analizaban el comunismo a raíz de lo que estaban observando sobre el desarrollo y resultados de la política soviética: es decir, de lo que estaba ocurriendo en Rusia desde la Revolución de 1.917. De esta forma, la crítica al marxismo viene dada por medio de su rechazo a las consecuencias que este modelo político está teniendo en Rusia, pero no a la validez del sistema ideológico que sustenta la Revolución Soviética. Nuestros Fundadores -con independencia de su profundo conocimiento de las tesis de Marx y de Engels- se están refiriendo a la Revolución Rusa y a sus consecuencias: a las directrices de Lenin y de Stalin. Es importante no perder nunca de vista que se estaba produciendo un análisis del comunismo a raíz de sus resultados prácticos. Estos no eran otros que el proceso político que, iniciado por Lenin, estaba continuando Josif Stalin. En estos factores, basan los falangistas sus análisis originarios.

Lo dice Salvador de Brocà al afirmar que en realidad, Ledesma contemplaba más al marxismo-leninismo triunfante en Rusia que a las afirmaciones de Karl Marx. Lo mismo debe decirse, con alguna salvedad, de la postura de José Antonio Primo de Rivera. Uno y otro (Ledesma y Primo de Rivera) recogieron el sentido reivindicativo y sobre todo superador del capitalismo que alentaba en la respuesta socialista... atento lector de El Capital, el Jefe de Falange reconoció el valor anticipatorio de las predicciones marxistas sobre la acumulación de capital, la proletarización y la desocupación consecuente al maquinismo. Para él, como para Marx, la quiebra social del capitalismo estaba a la vista (Páginas 164 y 165. Falange y Filosofía de Salvador de Brocà. Edición particular).

Pocos textos joseantonianos son tan claros al respecto como el que recoge la Conferencia dada en el Círculo de la Unión Mercantil en fecha de 9 de Abril de 1.935. A pesar de su longitud, cito algunos párrafos sumamente clarificadores sobre su actitud intelectual frente al marxismo. Vale la pena leerlo entero y muy atentamente.

Sabéis de sobra que si alguien ha habido en el mundo poco soñador, éste ha sido Carlos Marx: implacable, lo único que hizo fue colocarse ante la realidad viva de una organización económica, de la organización económica inglesa de las manufacturas de Manchester, y deducir que dentro de aquella estructura económica estaban operando unas constantes que acabarían por destruirla. Esto dijo Carlos Marx en un libro formidablemente grueso; tanto, que no lo pudo acabar en vida; pero tan grueso como interesante, esta es la verdad; libro de una dialéctica apretadísima y de un ingenio extraordinario; un libro, como os digo, de pura crítica, en el que, después de profetizar que la sociedad montada sobre este sistema acabaría destruyéndose, no se molestó ni siquiera en decir cuándo iba a destruirse ni en qué forma iba a sobrevenir la destrucción. No hizo más que decir: dadas tales y cuales premisas, deduzco que esto va a acabar mal; y después de eso se murió, incluso antes de haber publicado los tomos segundo y tercero de su obra... Vio que iban a pasar, por lo menos, estas cosas: primeramente, la aglomeración de capital. Tiene que producirla la gran industria. La pequeña industria apenas operaba más que con dos ingredientes: la mano de obra y la primera materia. En las épocas de crisis, cuando el mercado disminuía, estas dos cosas eran fáciles de reducir: se compraba menos primera materia, se disminuía la mano de obra y se equilibraba, aproximadamente, la producción con la exigencia del mercado; pero llega la gran industria; y la gran industria, aparte de ese elemento que se va a llamar por el propio Marx capital variable, emplea una enorme parte de sus reservas en capital constante; una enorme parte que sobrepuja, en mucho, el valor de las primeras materias y de la mano de obra; reúne grandes instalaciones de maquinaria, que no es posible en un momento reducir. De manera que para que la producción compense esta aglomeración de capital muerto, de capital irreducible, no tiene más remedio la gran industria que producir a un ritmo enorme, como produce; y como a fuerza de aumentar la cantidad llega a producir más barato, invade el terreno de las pequeñas producciones, va arruinándolas una detrás de otra y acaba por absorberlas.

Esta ley de la aglomeración del capital la predijo Marx, y aunque algunos afirmen que no se ha cumplido, estamos viendo que sí, porque Europa y el mundo están llenos de trusts, de Sindicatos de producción enorme y de otras cosas que vosotros conocéis mejor que yo, como son esos magníficos almacenes de precio único, que pueden darse el lujo de vender a tipos de dumpimg, sabiendo que vosotros no podéis resistir la competencia de unos meses y que ellos en cambio, compensando unos establecimientos con otros, unas sucursales con otras, pueden esperar cruzados de brazos nuestro total aniquilamiento.

Segundo fenómeno social que sobreviene: la proletarización. Los artesanos desplazados de sus oficios, los artesanos que eran dueños de su instrumento de producción y que, naturalmente, tienen que vender su instrumento de producción porque ya no les sirve para nada; los pequeños productores, los pequeños comerciantes, van siendo aniquilados económicamente por este avance ingente, inmenso, incontenible, del gran capital y acaba incorporándose al proletariado, se proletarizan. Marx lo describe con un extraordinario acento dramático cuando dice que estos hombres, después de haber vendido sus productos, después de haber vendido el instrumento con que elaboran sus productos, después de haber vendido sus casas, ya no tienen nada que vender, y entonces se dan cuenta de que ellos mismos pueden una mercancía, de que su propio trabajo puede ser una mercancía, y se lanzan al mercado a alquilarse por una temporal esclavitud. Pues bien: este fenómeno de la proletarización de masas enormes y de su aglomeración en las urbes alrededor de las fábricas es otro de los síntomas de quiebra social del capitalismo.

Y todavía se produce otro, que es la desocupación. En los primeros tiempos de empleo de las máquinas se resistían los obreros a darles entrada en los talleres. A ellos les parecía que aquellas máquinas, que podían hacer el trabajo de veinte, de cien o de cuatrocientos obreros, iban a desplazarlos. Como se estaba en los tiempos de fe en el "progreso indefinido", los economistas de entonces sonreían y decían: "Estos ignorantes obreros no saben que esto lo que hará será aumentar la producción, desarrollar la economía, dar mayor auge a los negocios...; habrá sitio para las máquinas y para los hombres." Pero resultó que no ha habido este sitio; que en muchas partes las máquinas han desplazado a la casi totalidad de los hombres en cantidad exorbitante. Por ejemplo, en la fabricación de botellas de Checoslovaquia -éste es un dato que viene a mi memoria- donde trabajan, no en 1880, sino en 1920, 8000,obreros, en este momento no trabajan más de 1.000, y, sin embargo, la producción de botellas ha aumentado.

Y vienen todos los resultados que hemos conocido: la crisis la paralización, el cierre de las fábricas, el desfile inmenso de proletarios sin tarea, la guerra europea, los días de la posguerra... Y el hombre que aspiró a vivir dentro de una economía y una política liberales. dentro de un principio liberal, que llenaba de sustancia y dé optimismo a una política y a una economía, vino a encontrarse reducido a esta cualidad terrible: antes era artesano. pequeño productor, miembro de una corporación acaso dotada de privilegios, vecino de un Municipio fuerte; ya no es nada de eso. Al hombre se le ha ido librando de todos sus atributos, se le ha ido dejando químicamente puro en su condición de individuo; ya no tiene nada; tiene el día y la noche; no tiene ni un pedazo de tierra donde poner los pies, ni una casa donde cobijarse; la antigua ciudadanía completa, humana, íntegra, llena, se ha quedado reducida a estas dos cosas desoladoras: un número en las listas electorales y un número en las colas a las puertas de las fábricas.

También -y os ruego perdón por la extensión de lo que reproduzco-se puede apreciar esto en el Discurso del Cine Madrid, pronunciado el día 19 de Mayo de 1.935. No se puede hablar más claro acerca de la infalibilidad del análisis económico efectuado por Carlos Marx.

Cuando hablamos del capitalismo -ya lo sabéis todos- no hablamos de la propiedad. La propiedad privada es lo contrario del capitalismo; la propiedad es la proyección directa del hombre sobre sus cosas: es un atributo elemental humano. El capitalismo ha ido sustituyendo esta propiedad del hombre por la propiedad del capital, del instrumento técnico de dominación económica. El capitalismo, mediante la competencia terrible y desigual del capital grande contra la propiedad pequeña, ha ido anulando el artesonado, la pequeña industria, la pequeña agricultura: ha ido colocando todo -y va colocándolo cada vez más- en poder de los grandes trusts, de los grandes grupos bancarios. El capitalismo reduce el final a la misma situación de angustia, a la misma situación infrahumana del hombre desprendido de todos sus atributos, de todo el contenido de su existencia, a los patronos y a los obreros, a los trabajadores y a los empresarios... pensad a lo que ha venido a quedar reducido el hombre europeo por obra del capitalismo. Ya no tiene casa, ya no tiene patrimonio, ya no tiene individualidad, ya no tiene habilidad artesana, ya es un simple número de aglomeraciones.

Una figura, en parte torva y en parte atrayente, la figura de Carlos Marx, vaticinó todo este espectáculo a que estamos asistiendo, de la crisis del capitalismo. Ahora todos nos hablan por ahí de si son marxistas o si son antimarxistas. Yo os pregunto, con ese rigor de examen de conciencia que estoy comunicando a mis palabras: ¿Qué quiere decir el ser antimarxista? ¿Quiere decir que no apetece el cumplimiento de las previsiones de Marx? Entonces estamos todos de acuerdo. ¿Quiere decir que se equivocó Marx en sus previsiones? Entonces los que se equivocan son los que le achacan ese error... Las previsiones de Marx se vienen cumpliendo más o menos de prisa, pero implacablemente. Se va a la concentración de capitales; se va a la proletarización de las masas, y se va, como final de todo, a la revolución social, que tendrá un durísimo período de dictadura comunista.

Y, a pesar de su prolijidad pero a raíz de su evidente importancia, reproducimos textos del también famoso Discurso del Cine Madrid de fecha 17 de Noviembre de 1.935. Dice José Antonio en este discurso trascendental (luego prohibido, censurado y escondido por el Régimen de Franco) que el movimiento ruso no tiene nada que ver con aquella primavera sentimental de los movimientos obreros; el comunismo ruso viene a implantar la dictadura del proletariado, la dictadura que no ejercerá el proletariado, sino los dirigentes comunistas servidos por un fuerte Ejército rojo; la dictadura que os hará vivir de esta suerte: sin sentimientos religiosos, sin emoción de patria, sin libertad individual, sin hogar y sin familia. En Rusia, sabedlo, ya no existe el hogar; quizá otras veces os hayan presentado un aspecto más duro, más sangriento, del régimen ruso; pero ved si vosotros, españoles, con alma de hombres libres, soportáis esto: el Estado ruso se afana en proporcionar a los obreros sanatorios donde se curen, granjas donde reposen de sus fatigas; sí, trata de hacerlo y lo hace en algunas ciudades, pero les niega aquella libertad que ha de tener todo hombre para elegir su propio reposo... El régimen ruso en España sería un infierno. Pero ya sabéis por Teología que ni siquiera el infierno es el mal absoluto. Del mismo modo, el régimen ruso no es mal absoluto tampoco: es, si me lo permitís, la versión infernal del afán hacia un mundo mejor. Si se tratara solamente de una extravagancia satánica, del capricho de unos cuantos ideólogos, es cierto que el régimen ruso no llevaría dieciocho años de existencia ni constituiría un grave peligro. Lo que ocurre es que el régimen ruso ha venido a nacer en el instante en que el orden social anterior, el orden liberal capitalista, estaba en los últimos instantes de su crisis y en los primeros de su definitiva descomposición.... el dinero nace en el instante en que la economía se complica hasta el punto de que no pueden realizarse las operaciones económicas elementales con el trueque directo de productos y servicios. Hace falta un signo común con que todos nos podamos entender, y este signo es el dinero; pero el dinero, en principio, no es más que eso: un denominador común para facilitar las transacciones. Hasta que llegan quienes convierten a ese signo en mercancía para su provecho, quienes, disponiendo de grandes reservas de este signo de crédito, lo alquilan a los que compran y a los que venden. Pero hay otra cosa: como la cantidad de productos que pueden obtenerse, dadas ciertas medidas de primera materia y trabajo, no es susceptible de ampliación; como no es posible para alcanzar aquella cantidad de productos disminuir la primera materia, ¿qué es lo que hace el capitalismo para cobrarse el alquiler de los signos de crédito? Esto: disminuir la retribución, cobrarse a cuenta de la parte que le corresponde a la retribución del trabajo en el valor del producto. Y como en cada vuelta de la corriente económica el capitalismo quita un bocado, la corriente económica va estando cada vez más anémica y los retribuidos por bajo de lo justo van descendiendo de la burguesía acomodada a la burguesía baja, y de la burguesía baja al proletariado, y, por otra parte, se acumula el capital en manos de los capitalistas; y tenemos el fenómeno previsto por Carlos Marx, que desemboca en la Revolución rusa... Perdida la armonía del hombre y la patria, del hombre y su contorno, ya está herido de muerte el sistema. Concluye una edad que fue de plenitud y se anuncia una futura Edad Media, una nueva edad ascensional. Pero entre las edades clásicas y las edades medias ha solido interponerse, y éste es el signo de Moscú, una catástrofe, una invasión de los bárbaros.

Pero en las invasiones de los bárbaros se han salvado siempre las larvas de aquellos valores permanentes que ya se contenían en la edad clásica anterior. Los bárbaros hundieron el mundo romano, pero he aquí que con su sangre nueva fecundaron otra vez las ideas del mundo clásico. Así, más tarde, la estructura de la Edad Media y del Renacimiento se asentó sobre líneas espirituales que ya fueron iniciadas en el mundo antiguo... Pues bien: en la revolución rusa, en la invasión de los bárbaros a que estamos asistiendo, van ya, ocultos y hasta ahora negados, los gérmenes, de un orden futuro y mejor. Tenemos que salvar esos gérmenes, y queremos salvarlos. Esa es la labor verdadera que corresponde a España y a nuestra generación: pasar de esta última orilla de un orden económico social que se derrumba a la orilla fresca y prometedora del orden que se adivina; pero saltar de una orilla a otra por un esfuerzo de nuestra voluntad, de nuestro empuje y de nuestra clarividencia; saltar de una orilla a otra sin que nos arrastre el torrente de la invasión de los bárbaros...

Podemos realizar -por tanto- una serie de afirmaciones sólidamente apoyadas en los textos del nacionalsindicalismo primitivo. Estas afirmaciones tienen -a mí modo de ver- una importancia capital en el desarrollo que vaya a tener nuestra doctrina en el futuro.

El nacionalsindicalismo estima inevitable la situación actual de lucha de clases, y reconoce la existencia de una enorme clase social de desposeídos y de otra pequeña clase social de poseedores. La diferencia entre una clase y otra se encuentra en la titularidad de los medios de producción: unos pocos son sus titulares y la gran mayoría no son sus poseedores. Se encuentra indeseable esta situación de guerra social y se aspira a su desaparición superadora. Sin embargo, nunca es negada en su existencia.

El nacionalsindicalismo juzga inevitable el advenimiento de las consecuencias de la dialéctica marxista en la sociedad europea: el devenir de los acontecimientos económicos y sociales desembocará en la definitiva crisis del capitalismo como sistema.

El nacionalsindicalismo asume íntegramente la crítica económica que, del sistema capitalista, han ido elaborando los pensadores del marxismo. En concreto, y como parte fundamental de esta asunción teórica, asumimos plenamente la teoría de la plusvalía elaborada por el materialismo histórico: en consecuencia, admitimos sin duda la explicación de la explotación capitalista elaborada por el materialismo histórico.

El nacionalsindicalismo propugna el desmontaje del orden capitalista mediante la eliminación de las formas de propiedad burguesa.

Estos cuatro puntos constituyen la base de nuestra Revolución. Sin ellos, lo demás no son más que alegaciones muertas y frases sin sentido. Los supercheros del falangismo dicen -como yo expongo ahora- ser anticomunistas por encima de todo, y ello a raíz de las objeciones al comunismo que, como parte de nuestra doctrina, expongo a continuación.

Lo que pasa es que, al hacer esas recias y constantes afirmaciones contrabolcheviques, los falsofalangistas orillan nuestra aceptación al esquema marxista de crítica al capitalismo y, por consiguiente, se olvidan de los cuatro puntos anteriores. Eso lleva inevitablemente al sostenimiento de posiciones huecas profundamente reaccionarias.

En palabras de Arnaud Imatz (José Antonio entre odio y amor. Página 244. Altera 2.005), si José Antonio admite ciertos elementos de la crítica marxista del capitalismo rechaza, sin embargo, el materialismo. Es posible ser discípulo de Marx en cuanto a economía política y no ser materialista en el sentido metafísico del término. Contrariamente a lo que pretendía demostrar Lenin, no es indispensable la filosofía dialéctica del mundo materialista ni para admitir el análisis marxista del capitalismo ni para ser revolucionario.

Me han venido a la cabeza las respuestas de Narciso Perales en el Número 32 del antiguo Semanario Interviú, muy clarificadoras sobre esta cuestión:

¿No se considera asimismo anticomunista? No. Yo estoy más allá del comunismo. Yo estoy en el poscomunismo. Leí siendo muy joven a Lenin y a Marx. Creo que soy uno de los pocos españoles que conoce El Capital.

¿Y qué es lo que no le gusta de la aplicación de esta filosofía? En primer lugar, Rusia. En segundo lugar, la burocracia. El partido es en los países comunistas un instrumento del imperialismo. Marx dice que el problema radica en la supresión de la propiedad privada y que ésta debe ser transformada en propiedad común. Pero, claro, esto es una abstracción. Porque la proopiedad común a administra la burocracia, y eso va contra la libertad del hombre, que pasa a constituirse en número y ser mandado por el que más posee.

(Entrevista de Julián Lago a Narciso Perales en el Número 31 de Interviú. Página 117 de Narciso Perales el falangista rebelde. Compilación de José Luis Martínez Morant. Ediciones Nueva República 2006).

Para Narciso, el rechazo no se encontraba en cuestiones espirituales principalmente. Nuestra oposición durante la Transición había de buscarse en el carácter monumental del Estado Soviético y en su burocracia, así como en el imperialismo y capitalismo estatal posterior a la Era Stalin.

Centrándonos en la cuestión, cuatro son las objecciones básicas que el nacionalsindicalismo aduce frente al marxismo. A mí modo de ver, y en un hipotético triunfo político de una Revolución Nacionalsindicalista, estas objeciones pasarían a un segundo plano, siempre y cuando tuviera lugar la primera premisa indispensable de cualquier revolución basada en la crítica marxista de la economía: la destrucción del modelo capitalista mediante la eliminación del sistema de propiedad privada de los medios de producción y la emancipación consiguiente de los trabajadores.

Si esto se consigue de manera radical y transformadora, nos encontraríamos con unos factores que -en puridad- deberían ser una inevitable consecuencia de la actuación revolucionaria desde la perspectiva falangista. Y esta perspectiva dista menos del marxismo-leninismo en la práctica de lo que pudiera parecer.

De estas objeciones sólo puedo dar, por fuerza, pequeñas pinceladas. Se trata de un trabajo pequeño y sin más pretensión que la ya señalada de dotar a nuestros camaradas de ciertos instruentos de trabajo político. Cada uno de estos puntos puede ser exhaustivamente desarrollado y existen multitud de obras de autores falangistas.

En primer lugar, confrontó al comunismo el carácter RELIGIOSO de muchos de nuestros fundadores. Ello les apartaba irremisiblemente de la solución comunista, la cual es manifiestamente atea y negadora del hecho religioso. En pleno 2.022, las consideraciones religiosas en materia política se deberían considerar propias de la conciencia íntima de cada uno de los individuos. Y, de todas formas, los católicos deberíamos atenernos en esta cuestión a los resultados de la Revolución: si tenemos una sociedad más justa, solidaria, hermanada y próspera no creo que la cuestión importara demasiado. Además, la Iglesia y sus posiciones han avanzado desde el Concilio Vaticano II y, mediante el valiosísimo aporte teológico de la Teoría de la Liberación, el cristiano se ha incorporado a la revolución social: es su obligación la lucha por un modelo político justo alejado del capitalismo. Sobre la oposición de José Antonio al comunismo por la llamada cuestión religiosa, resulta obligada la consulta a la monumental y siempre útil obra Un Pensador para un Pueblo (Alejandro Muñoz Alonso. Ediciones Almena 1.969. Página 181 y siguientes. Capítulo José Antonio y el pensamiento marxista).

En segundo lugar, nuestra consideración trascendente y espiritual del HOMBRE, como portador de valores eternos. Falange recogió la concepción judeocristiana del ser humano y la incorporó a nuestro ideario. Yo apunto al respecto estas dos notas: la consideración del alma inmortal de la persona en nada interviene en las poderosas fuerzas económicos que inciden sobre la misma ni sobre sus relaciones recíprocas en sociedad. En segundo lugar, estos valores eternos son definidos por nuestra doctrina en la libertad, en la integridad y en la dignidad de las personas. Aludiendo a su marcado contenido idealista o metafísico, la extrema derecha pseudofalangista las ha utiizado muy a menudo para confrontar con el marxismo.

Sin embargo, esta trilogía se aleja de la grandilocuencia fatua si la otorgamos la capacidad de constituir -en sí misma- un programa político en base a la consideración del ser humano conforme a su nota trascendente y espiritual. La acción revolucionaria debe volver a integrar al hombre con su entorno próximo -acabando con el desarraigo típico del capitalismo- creando las condiciones dignas de su desarrollo vital y garantizándole la libertad en todos los órdenes posibles: básicamente a nivel económico y político -la propiedad de los medios de producción le libera del capitalista y le da poder de decisión sobre la misma- y a nivel político por medio de instrumentos de representación directa. De esta forma, esta trilogía de los valores eternos del hombre constituye un perfecto programa político-económico que fundamenta nuestra propuesta autogestionaria.

Nuestra Revolución -por tanto- termina con la alienación del hombre y lo dota de una nueva dimensión más elevada y más humana. Se considera teniendo a la persona como su primer y fundamental escalón. ¿No hace lo mismo el marxismo-leninismo con la teoría del hombre nuevo soviético que, a través de la cultura y el trabajo, se ha liberado de las antiguas cadenas de la opresión? ¿No se trata en ambos casos que a la liberación de la persona, se la considere como se la considere, pudiera darse una perspectiva espiritual?

En tercer lugar, nuestra afirmación de existencia de la Patria como entidad suprema e integradora de todas las fuerzas que operan en la sociedad. En el momento de la elaboración de esta tesis, existía en el comunismo internacional un decidido rechazo a la idea burguesa de Patria, concebida como un instrumento idealista de dominación capitalista del proletariado. La Patria no dejaba de ser superestructura en el marxismo. Nuestros pensadores reaccionaban frente a lo que estaba pasando en Europa en aquellos momentos históricos. Sin embargo, la III Internacional se disolvió en 1.943 y se recuperó una idea de Patria en la URSS como realidad suprema que no sólo galvaniza los esfuerzos de todos para ganar la Guerra, sino que consolida los logros de la Revolución. Una idea fuerza que vino a reconciliar al marxismo leninismo con una idea de Patria totalmente compatible con la que propugna el falangismo. Las luchas descolonizadoras de liberación nacional encontraron también rasgos de simbiósis entre el concepto de la Patria y la lucha armada marxista-leninista. Por nuestra parte, la concepción joseantoniana de la Patria como proyecto revolucionario -alejada absolutamente de las definiciones capitalistas sobre la misma- nos acerca de un modo positivo a las concepciones marxistas sobre la misma. La Patria existe en cuanto encarna un proyecto sugestivo de vida en común: una Revolución. Debemos recordar lo que afirman al respecto los puntos programáticos del Movimiento Falangista de España:

El MOVIMIENTO FALANGISTA DE ESPAÑA AFIRMA su idea de una España UNIDA EN LA SOLIDARIDAD. La unidad nacional carece absolutamente de significado siempre y cuando no vaya acompañada de un modelo económico justo y de un sistema político verdaderamente democrático. Estos tres elementos de unidad nacional, justicia social y participación política forman un conjunto indivisible e inconcebible de forma separada, y su consecución y desarrollo forman el proyecto nacional que nos mantendría unidos.

La Patria sólo será Patria en su concepción más amplia y hermosa, cuando comprenda el proyecto revolucionario que, defendido y desarrollado por los ciudadanos, se va construyendo diariamente. Las ideas del progresismo cursi sobre la resignificación del patriotismo estaban ya hace mucho tiempo enunciadas tanto por el falangismo como por el marxismo leninismo.

Por último, existe un firme y rotundo rechazo falangista a la Dictadura del Proletariado, y ello por dos motivos de fondo: uno de principio, como máxima expresión de la lucha de clases y de revanchismo de una clase sobre otra, y otro de orden político y práctico, al estimar el nacionalsindicalismo que la Dictadura del Proletariado se ha convertido, cada vez que se ha aplicado, en un gigantesco engranaje burocrático sobredimensionado, en el que la libertad del individuo ha sido anulada al tiempo que se limitaba en gran medida la capacidad de crecimiento económico del Estado Soviético. El mayor inconveniente puesto por José Antonio a la Revolución Soviética estriba -precisamente- en la ferocidad esgrimida por la Dictadura del Proletariado en Rusia. José Antonio -en prevención de que algo parecido vaya a pasar en la débil República de mediados de los años 30- viene a calificar de asiática la crueldad tiránica de la Dictadura Rusa y alerta de este peligro en muchas de sus intervenciones. Baste su crítica realizada en el Cine Madrid en 1.936 donde -no obstante- contempla valores francamente positivos al hecho soviético.

Acerca de la Dictadura del Proletariado, caben las siguientes consideraciones:

La Dictadura del Proletariado no es más que el gobierno de la clase trabajadora: una vez alcanzados los resortes del poder y expulsada del mismo la clase explotadora, debe existir un poder proletario capaz de, un lado, defender la Revolución de las distintas fuerzas que, inevitablemente, se dirigirán contra ella. De otro lado, debe existir un poder fuerte que establezca las directrices revolucionarias que inicien este nuevo proceso histórico y que se ocupe de dirigir el mismo.

Por esta razón, los falangistas no podemos menos que reconocer la necesidad de un órgano fuerte que, iniciada la Revolución, se ocupara de defenderla y de desarrollarla. Entenderlo de otro modo sería algo tremendamente pueril: las revoluciones ni se dirigen solas ni se defienden sin un mando centralizado. La denominación exacta de ese modelo de poder, su obligada transitoriedad, sus facultades y sus límites dependerían indudablemente de las condiciones imperantes en ese momento: prioridades de la población, intensidad de la reacción y tareas institucionales a desarrollar.

En lo tocante a la lucha de clases y al eventual revanchismo asiático del poder obrero, debemos pensar que la Dictadura del Proletariado viene, precisamente, en el momento inicial que determina el cambio histórico de finalización de la pugna entre clases. La victoria del proletariado coloca a la sociedad ante nuevas disyuntivas y contradicciones. Y hace absurda esta polémica, siempre y cuando la Revolución se haya hecho de manera correcta mediante la victoria efectiva de los trabajadores.

El poder del falangismo no se concentra en ningún órgano estatal concreto ni se monopoliza por ningún grupo determinado de presión: se procede a un reparto del poder dentro del conjunto de los miembros de la clase trabajadora. En el orden económico, y al asumir los trabajadores la titularidad de los medios de producción, el poder de la empresa reside en la autogestión de la misma. Y lo mismo ocurre en el poder político mediante la autogestión municipal. Mientras este modelo político no quedara firmente asentado -el Estado Sindical, Autogestionario y Federal de Trabajadores- sería manifiesta la necesidad de alguna clase de órgano rector. Y he aquí como, en tan importantísimo asunto, llegamos a la misma conclusión que llega el marxismo-leninismo en su aplicación práctica.

Lo que ocurre es que la práctica soviética -tal vez por el tamaño del propio territorio y por la magnitud de la tarea a desarrollar- desembocó en una megaburocracia de partido: un gigantesco y omnipresente Estado que, entre otras cosas, ralentizaba en gran medida las actuaciones de gobierno y de la administración. Contra esta desmesurada burocracia se alzó el falangismo, propugnando una distribución del poder más flexible y un Estado -frente a lo que ideológicamente pudiera parecer a simple vista- cada vez más pequeño.

A mi juicio, la clave del acercamiento de un modelo a otro en este punto estriba en las facultades de gestión y dirección -de soberanía- que la Dictadura del Proletariado quiera dar a los Soviets. La Rebelión de Krondstadt de 1.921, por ejemplo, se basaba en una exigencia de mayor funcionamiento democrático dentro de los soviets. Aquí se plantea una duda fecunda y muy interesante, em el sentido de estudiar si el soviet puede tener -a nivel de empresa y subsiguiente de sector y rama de producción- el mismo papel que nuestros Sindicatos de Empresa y de Sector. La clave se encontraría -sin duda- en la posibilidad de elección directa de sus miembros por parte de los trabajadores sin exclusiones ni cortapisas.

Tampoco debe olvidarse que la finalidad fundamental de este órgano gubernamental centralizado y transitorio no es otro que llegar a la sociedad sin clases.

Pedro Peregrino - Calle la provincia 5. Burgos. 09128
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