NUNCA MIRAR PARA OTRO LADO
Tal y como os he anunciado en alguno de mis columnas anteriores, este Curso 21-22 ha comenzado de una manera radiante: luminosa y brillante como una mañana soleada. Sin embargo -y como era de esperar- mis últimas columnas no han gustado a casi nadie dentro del ambiente político del fascismo gritón. Y digo "casi nadie" porque hay personas allá dentro que me dan la razón, si bien su posición es como la de aquellos resistentes de la Europa Ocupada en 1.941. Nunca me cansaré de decir que esta alegre pandilla de amigos -instalada sine die en la cúpula de las tres marías- debe ser sometida a la constante crítica interna, a la obligación de rendir cuentas y a la asunción de responsabilidades por parte de los pocos afiliados que les quedan. La cúpula de estos tres partidos vive, cómodamente instalada, al margen de estos mecanismos de control democrático: no tengáis miedo en ejercitarlos porque -evidentemente- no váis a estar solos en esa lucha. Os protegen los Tribunales del Estado de Derecho y os protegemos nosotros, los abogados falangistas.
Decía un impresentable ultra ya fallecido -y creo que junto a otro u otros no menos impresentables ultras todavía vivos y coleando- que mi única grandeza estribaba en haber unido -al fin y desde 1.937- a todos los falangistas en la causa de estar en contra mía. Esta simpleza, digna del nivel neuronal del mencionado, tuvo la virtud de alimentar mi ego durante semanas. Como es lógico, consideraba un orgullo esa circunstancia, interpretándola como un firme respaldo a la línea política que había adoptado hacía ya muchos años. Hay personas a las que, sencillamente y a riesgo de estar haciendo algo muy mal, uno no puede gustar. Por principio.
Digo esto porque un amigo mío, de mi más acrisolada y cariñosa confianza, me ha avisado que tenga cuidado, porque existen personas de muy dudosa catadura que se están interesando por encontrar tanto mi domicilio personal como el de mi Despacho. Esto no es nuevo: he sido muy a menudo amenazado de todas las formas posibles y, la verdad, es que estamos todos -yo el primero- absolutamente curados de espanto.
Desde que elegimos defender las posiciones que ahora defendemos, hemos debido hacerlo tanto frente a los violentos -a menudo armados- como frente a los que los blanquean con su respaldo. Bajo nuestros sagrados colores, se ha venido desarrollando un malsano matonismo de poses marciales y de gestos faciales más propios de matachín mussoliniano que de militante de un partido moderno. Yo siempre os animo a no tener miedo: a hacer frente a todo este antiquísimo entramado.
Debemos confrontar con ellos. Porque ese es, ni más ni menos, el primer paso hacia la Revolución. Traer la República Sindical pasa, inevitablemente, por el apartamiento público de este circo siniestro. Esa es nuestra primera tarea revolucionaria si queremos sobrevivir a estos confusos tiempos: nuestra primera Revolución.
No soy un hombre valiente: soy tan sólo una persona que dice lo que piensa y que tiene la inmensa suerte de saber expresarlo. A mi edad, y con mi pesado bagaje, puedo aseguraros que me importa muy poco mi integridad física. Además -y como no soy ningún loco suicida- he tomado mis precauciones. Lo que me extraña es que la práctica totalidad de vosotros -falangistas- sigáis soportando este percal cuando lleváis años conociéndolo perfectamente. No debéis aguantar más estas conductas indecentes.
Si os amenazan, denunciadlo. Si os agreden, denunciadlo: acudid a los Tribunales para defender vuestros derechos vulnerados. Porque está en vuestras manos que estas cúpulas sigan o no manchando nuestra doctrina fecunda con estas actitudes. Pensad que muchos integrantes de esta singularísima peña cuentan con antecedentes penales y que, a la larga, no quieren más problemas con la Ley. Por ello, es todo este entramado el que debe tener miedo al futuro, y no nosotros: los ciudadanos libres y conscientes. Por eso, expulsarlos de la vida pública es hoy -más que nunca- nuestro deber moral en estos momentos aciagos y oscuros.
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