MI PRINCESA ROJA... A DÓNDE VAMOS Y DE DÓNDE VENIMOS
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Con cierta perspectiva, me he podido parar a escribir unas líneas sobre Mi Princesa Roja. La sorpresa teatral del año 2.015 que se acaba de ir. Yo creo que el musical Mi Princesa Roja es magnífico. Dirigido y producido por Alvaro Saénz de Heredia -del que también es el guión inspirado en El Hombre al que Kipling dijo Sí de nuestro admirado Petón- se está representando con éxito en el Teatro Arlequín de Madrid. La obra es magnífica y, además, está magníficamente representada. Talento actoral. Irene Mingorance, Sonia Reig, Juan Carlos Barona, Nacho Brande, Cecilia Regino... nos pasean de forma convicente por aquel Madrid de la Falange y nos ofrecen una visión en esencia ajustada de los diversos personajes de este drama. Y digo en esencia porque Mi Princesa Roja no es una crónica exacta de aquellos acontecimientos ni, tan siquiera, es un drama histórico en estricto sentido. Se trata de una desgarradora historia de amor. Un ejercicio de creatividad musical que tiene a la Princesa Brivesco y a José Antonio como protagonistas. Pero ello no quita que el guión y, ante todo, la excelente y adecuada profundización en los personajes por parte del elenco de actores, haya sabido encontrar el alma de la historia que cuenta. Todo lo que de pasión y verdad hubo en aquellos años decisivos.
Es maravilloso constatar que, a pesar de la recesión y del desolador panorama político y social de nuestro país, existe una cantera de actrices y de actores briilantes. España como espacio de talento y de creatividad. Raro es el día que no descrubramos a alguien interpretando asombrosamente bien en el cine, en el teatro o en la televisión. Yo me alegro muchísimo de haber descubierto en esta obra actrices y actores tan sólidos y convincentes. Son la clave del éxito de esta historia.
Mi Princesa Roja nos demuestra que se pueden hacer las cosas muy bien contando nuestra triste historia. Trabajo, iniciativa y rigor. Y soluciones técnicas imaginativas y audaces a la hora de suplir en escena la falta de medios de una superproducción teatral con una más que sobrada holgura. Mi Princesa Roja nos alegra la vida, y demuestra que nuestros hitos políticos -las circunstancias históricas que han hecho del falangismo un movimiento político dotado de caracteres propios- pueden dar lugar a interesantísimas manifestaciones culturales. No estamos muertos. Tenemos todavía mucho que decir y que hacer en esta España triste y confusa de 2.016. Y este musical es una buena prueba de ello.
Pero es que, además de todo, es de nuestra propia vida -ni más ni menos- de lo que se trata en Mi Princesa Roja.
En efecto, Mi Princesa Roja cuenta un trozo de nuestras propias vidas. Precisamente, y tal vez por eso, resulta emocionante y conmovedora. Mi Princesa Roja pulsa los íntimos resortes que forjaron nuestra personalidad y trata, de manera asombrosamente brillante, de aquellos lejanos acontecimientos que han determinado nuestra forma de ser y de sentir. Esas circunstancias históricas que, desarrolladas en aquellos años convulsos y violentos, estaban a la vez construyendo la particular trayectoria personal de cada uno de nosotros. Mi Princesa Roja nos llega al corazón porque, al contarnos lo que pasó en nuestros años fundacionalesy en el periplo personal y político de José Antonio Primo de Rivera, también nos está contando -por encima del tiempo y del espacio- lo que ha pasado en nuestras vidas. Aquellos sucesos influyeron en nosotros de forma irreversible, y determinaron lo que somos, lo que fuimos y lo que seremos. En cierta forma, es nuestra propia vida la que está en el escenario junto a la de Elisabeth y José. Su historia nos hace trasladarnos a los oscuros recovecos de la nuestra. Y es que, casi sin darnos cuenta, nos hemos hecho mayores. Hemos ido cumpliendo un año tras otro mientras organizábamos nuestra vida alrededor de la llamada que, desde las brumas de un pasado mítico y heróico, nos hizo -en su momento a cada uno- aquel hombre joven al que mataron a los treinta y tres años. La epopeya de José Antonio y de los años fundacionales del nacionalsindicalismo. Todos nos vemos reflejados en aquel pedacito de la Historia de España porque nosotros -los falangistas- lo contemplamos como algo dolorosamente propio y familiar.
Mi Princesa Roja conmueve porque nos muestra el escenario desolador de una vida deshecha. Una ilusión que, arrancada de raíz de la tierra seca de España, se torna imposible en la búsqueda de visiones originales de convivencia y de concordia. El triunfo de la Muerte que -no es algo casual- sirve de hilo conductor al relato de principio a fin, y que se mueve, majestuosa y terrible, entre el odio y la sangre de los españoles enfrentados. Una Muerte maravillosamente bien interpretada por la fantástica Sonia Reig (como he visto la obra dos veces he podido ver a Sonia Reig también absolutamente brillante en el papel de la Princesa). Una desolación destructora que, sin embargo, deja abierta la esperanza al sueño de un país más habitable y solidario.
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Mi Princesa Roja conmueve porque nos habla de una historia de soledad y de un destino trágico. La soledad de un José Antonio en lucha por su idea de la Revolución. Nosotros conocemos muy bien la soledad. La soledad de los desposeídos y de los descartados. La soledad de los que nos hemos atrevido a soñar con mundos más justos y con personas libres. La soledad de los que hemos perdido alguna vez todo y la soledad de los que no nos resignamos al fracaso y a la derrota. Ese es el José Antonio que interpreta un extraordinario Juan Carlos Barona. Siempre solo y siempre rebelde. Triunfando por encima de la muerte y del olvido, y enfrentándose a las circunstancias trágicas que, de forma inexorable, le iban condenando a muerte ya desde su Discurso del Teatro de la Comedia en Octubre de 1.933.Incluso antes de la fundación de Falange, porque la obra ha sabido plasmar a la perfección este sentido trágico tan hondamente joseantoniano, y que se entiende a través de las elementos adversos que -con la puntualidad de un siniestro reloj- se fueron concatenando hasta terminar en su fusilamiento. Impresionante escuchar la parte final del Testamento en un escenario en la penumbra de un hombre solo enfrentado a su final. Qué bien conocemos y qué bien conectamos con ese José Antonio de los últimos días que Juan Carlos Barona ha sabido entender e interpretar con sinceridad y con convencimiento.
Mi Princesa Roja conmueve porque nos habla de una historia de amor imposible. Un mismo amor y dos posibles caminos a recorrer. Elisabeth y José Antonio podrían vivir un amor feliz, largo y seguro muy lejos del terrible conflicto español. Sin embargo, en la grandeza evidente de las renuncias decisivas, ese amor nunca podrá ser. El ejemplo de compromiso y de sacrificio que José Antonio ha legado a varias generaciones de españoles. El eterno dilema entre el amor y el deber, resuelto de la manera triste y desesperanzada que todos conocemos. MaravillosaIrene Mingorance como Elisabeth Asquith. Elegante, bellísima y sutil, ha interpretado de forma efectiva y creíble a la Princesa Brivesco. Las historias de amor bonitas no suelen tener finales felices. España, para lo bueno y para lo malo, no es Hollywood. La pasión, la renuncia y la derrota, la triste frustración y el recuerdo doloroso de las horas vividas, los sinceros sentimientos de pérdida y de desolación, los errores y las grandes y pequeñas miserias cotidianas. Todo eso, y mucho más, es Mi Princesa Roja. Imprescindible.