LOS MUERTOS DE UCRANIA

23.11.2023

Acabo de terminar de leer un interesantísimo libro: Esta República del Sufrimiento (Drew Gilpin Faust. Ediciones Desperta Ferro. 2023). La obra analiza la profunda conmoción que, en la sociedad norteamericana, tuvo la Guerra de Secesión en lo tocante a sus creencias sobre la muerte. Nos relata como, a raíz de las indescriptibles matanzas que tuvieron lugar a lo largo de la Guerra Civil de 1861 a 1.865, quedaron transformadas no sólo las distintas concepciones sociales sobre el hecho humano de la muerte sino también, y paralelamente, también las ideas morales y éticas sobre la misma de los supervivientes y de sus contemporáneos. Se trató de un gigantesco enfrentamiento entre dos ejércitos que, lejos de ser profesionales, estaban integrados por ciudadanos de muy escasa vocación militar. Esta cuestión, junto a la del elevadísimo número de caídos en los combates, determinó un enorme impacto social de la guerra. Quedaban así inauguradas las matanzas industriales que caracterizarían los terribles enfrentamientos del Siglo XX.

Tal vez, uno de los mayores problemas morales que la Guerra Civil había motivado era el de la determinación del sentido de tanta muerte y de tanto padecimiento: el dilema de si los centenares de miles de muertos y mutilados había servido -finalmente- para algo. Lincoln, en su magistral Discurso de Gettysburg, encontró en los caídos de la Guerra Civil no sólo el tributo de honor de los que mueren por una causa justa sino -y esto es lo esencial- también los pilares morales de una nueva nación nacida al calor del cataclismo. De esta forma es definido por Drew Gilpin Faust: en su discurso, los propios difuntos se convierten en actores de significado político y de devoción; actúan incluso su silencio y anonimidad. Lincoln los inmortalizó al convertirse en la duradera inspiración de una inmortal nación... los óbitos de los soldados, como el sacrificio de Cristo, devenía vehículo de salvación, los medios para una redención terrenal, política.

Tal vez no sea una casualidad esta lectura y el hecho de haberme encontrado estos días con la curiosa historia del soldado Zenyk y de su perro Nik (El Periódico. 25 de Octubre de 2.023). Zenyk tiene cincuenta y un años y, con toda Ucrania movilizada, no le hubiera resultado en extremo complicado encontrar algún servicio cómodo en la segunda o la tercera línea. Sin embargo, y desde 2.014, viene ocupándose del penoso trabajo de llevar en su camión los cuerpos de los caídos en combate -clasificados en bolsas en el mismo frente de batalla- hasta un centro de retaguardia donde serán distribuídos para su entrega a las familias. El soldado Zenyk conduce en silencio durante este viaje, tan sólo acompañado en la cabina por su perro Nik. El soldado Zenyk entiende que la devolución de estos cuerpos a las personas que, en vida, les quisieron es un deber moral. Una obligación terriblemente desagradable pero absolutamente esencial para la sociedad ucraniana.

Las crónicas de guerra que leemos en la prensa o vemos por la televisión, así como los comentarios de los analistas políticos o militares que escuchamos diariamente, se traducen, al final, en eso: centenares de muertos clasificados en bolsas cerradas. Ese es el precio que está pagando Ucrania a raíz de su negativa a la rendición y a la pérdida de su soberanía. Ese es el precio diario de la libertad de todo un pueblo. Y -también en este caso- existe una sociedad atribulada que, sin duda, se pregunta la razón de tanto sufrimiento y de tanta muerte: de tanto duelo abierto dentro de una ciudadanía tranquila y pacífica. Miles de viudas y de huérfanos constatarán en primera persona -estupefactos y doloridos- el tributo de sangre que la nación está ofreciendo ante las fuerzas invasoras.

Una vez más, la explicación de la sangre derramada se encuentra en el futuro. Los muertos ucranianos están construyendo los pilares de una nueva nación más justa, democrática y soberana. Después de la Guerra -cuando este huracán de violencia y de destrucción pase su página en la Historia- la sociedad ucraniana se habrá transformado en el dolor. Esos cuerpos que, a diario, trasladan el soldado Zenyk y su perro Nik, son las bases morales de una nueva Ucrania y de un nuevo modo de articular esa nación sobre los principios de una libertad más profunda y de unas instituciones renovadas. Quiero creer que -a pesar de la ayuda exterior y de la aparente dependencia extranjera de esta Ucrania que sigue combatiendo- el futuro es luminoso y brillante bajo los pliegues azules y el amarillos y que -tal y como cree la mística ucraniana del soldado caído- miles de estrellas vigilarán, en las limpias y frías noches de Crimea, Donestk o Kyiv, el desarrollo positivo de una nación en marcha.

Pedro Peregrino - Calle la provincia 5. Burgos. 09128
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