LOS HOGARES PERDIDOS DE ANA ALCAIDE
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Tiene el don de trasladarnos a aquellas regiones lejanas donde viven nuestros recuerdos más queridos: escuchar su música es conectar con estos resortes íntimos del alma. Con ella, sentimos el escalofrío sutil de la memoria y de aquellas cosas que perdimos y -quién sabe- si también nos enlaza con las premoniciones ciertas de aquellas que nos quedan por vivir. Intentaba explicarme todo esto cuando -el pasado viernes- tuve la suerte de volver a escuchar en directo el Concierto de Ana Alcaide en Getafe. La experiencia de sentir su música, esta vez en la pequeña Capilla del Hospitalillo de San José, y de emprender -con su obra- un viaje fascinante al interior de nosotros mismos. Una ruta de búsqueda que nos propone la misma Ana Alcaide, cuando dice que un gran viaje es el espejo de lo que somos... nos obliga a tomar conciencia de nosotros mismos: a descubrir nuestra esencia.
Tal vez, Ana Alcaide nos llega al corazón porque muchos de nosotros seguimos teniendo una llave colgada en la puerta de casa. La llave de esa otra casa inolvidable que -en otro tiempo y en otro lugar- perdimos para siempre. Ana Alcaide es la voz del destierro: del hogar perdido en la ciudad perdida. Yo también he perdido Toledo. Como aquel pueblo antiguo bañado por la luz azulada de la luna sefardita, yo también he sido expulsado de mis sueños. Ana Alcaide ha llegado al corazón de los que, de una forma u otra, iniciaron desde su Toledo el camino de un largo destierro. Por eso, al escucharla, he vuelto a pasear por la Calle del Angel adentrándome en la Judería. He vuelto a las callejas y plazuelas, a las Sinagogas, a Santa Leocadia y a Santo Tomé. He regresado a San Juan de los Reyes y a mirar la Ciudad, al caer la tarde, desde algún punto alto del otro lado del río. He vuelto a escuchar a Ana Alcaide tocando junto a la Catedral en primavera. Y así, durante los aproximadamente sesenta minutos de concierto, mi vida volvió a ser aquella vida, y mis sentimientos los mismos de entonces. Ana Alcaide y los eternos versos de los que tuvieron que marcharse, y de los que lloraron sobre pozos amargos de tristeza.
Nuestro Renacimiento Cultural no puede entenderse sin Toledo, sin el mito de Sefarad y sin la cultura sefardí. Los mimbres culturales del pueblo judío que, expulsado a finales del Siglo XV, había adquirido en España unos rasgos distintivos propios y bien diferenciados. Después de la expulsión, este mismo colectivo humano conservó un idioma -el ladino- y un amplio bagaje de tradiciones musicales y literarias, siempre mantenido a pesar de la distancia. Un trágico destino que forma parte, por derecho propio, de nuestra Historia y de nuestra Cultura con mayúsculas. La Luna y el Sol, como dice la canción de Ana Alcaide, en referencia a un pueblo que quiere volver a Sefarad pero que no es capaz -al igual que el día y la noche- de reunirse otra vez con su tierra. Una historia de amores imposibles, de íntimas renuncias y de profundo desarraigo, que encuentra en la magia de Toledo un símbolo adecuado.
Hoy, todos somos sefardíes y estamos desterrados. Humillados y escarnecidos por actuaciones de un poder injusto, nos vemos condenados a vagar por las rutas del abandono y del desarraigo. Desterrados de nosotros mismos, estamos pensando en el retorno. Pensamos en una vuelta a formas de vida más sencillas y, desde luego, mucho más sinceras. El regreso a lo elemental como forma suprema de expresión de lo que somos y de lo que sentimos. El retorno al alma de un pueblo proscrito. A mí, desde que la escuché por primera vez, Ana Alcaide me ha evocado siempre ese mundo soñado y futuro: un mundo asentado sobre la base de lo mejor que seamos capaces de ofrecer, y un resultado musical que puede ser considerado un lujo en estos tiempos desesperanzados. Los sueños de un mundo más feliz siempre han tenido -y tendrán- un fondo musical de viola de teclas y de ecos de antiguas leyendas. La música que nos hace soñar y nos devuelve a un hogar lejano.
La viola de teclas -la nyckelharpa- es un instrumento tradicional sueco. Ni en su origen ni en su posterior desarrollo, la viola de teclas ha tenido relación alguna con la cultura de los judíos que vivían en la Península Ibérica. Ana Alcaide descubrió este instrumento en Suecia y lo adaptó a las composiciones tradicionales sefardíes. Es esta una metáfora perfecta de los caracteres propios de nuestra cultura. Nosotros supimos integrar elementos distintos dentro de un todo armónico. Por eso, una vuelta a nuestras raíces culturales supondría -qué fácil y que difícil a la vez- volver a saber combinar elementos distintos de también distinta procedencia. Ana Alcaide ha interpretado aires sefarditas con una viola de teclas -un sonido clarísimo, nítido y limpio- acompañada por un músico neoyorquino y por otro alemán: en Getafe la acompañaron sus habituales Bill Cooley y Rainer Seiferth. Una conjunción perfecta entre temas de la vieja Castilla y músicos e instrumentos foráneos.Una síntesis de lo que culturalmente hemos sido capaces de hacer a través de los siglos.
Ana Alcaide se ha hecho tremendamente popular en Toledo. Se la puede ver tocando por sus calles y plazas cuando el tiempo y su agenda de conciertos lo permite. Tiene tres maravillosos discos editados. Viola de Teclas (2.006), Como la Luna y el Sol (2.008) y La Cantiga de Fuego (2.012). Está trabajando en el cuarto. Ha interpretado versiones de música tradicional y ha trabajado en composiciones propias.
Absolutamente imprescindible, podéis seguirla en su Web: https://anaalcaide.com/