LOGSE Y REVOLUCIÓN
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Nuestros jóvenes revolucionarios son hijos de la LOGSE. Unos jovenes revolucionarios que, hijos de su tiempo, no se han leído nunca ni Técnica del Golpe de Estado de Curzio Malaparte ni la Historia de la Revolución Rusa de Leon Trotsky. Por citar dos ejemplos literarios llamativos, brillantes y referentes a la cuestión que -de un tiempo a esta parte- viene ocupando nuestras reflexiones y demás cavilaciones políticas: la de cómo lograr que un núcleo dirigente -fuertemente atrincherado en nuestro tejido institucional, social y económico- abandone el poder y deje paso a un nuevo proceso político de carácter constituyente. Porque -y también lo digo a menudo- una cosa es teorizar sobre la necesidad de la Revolución y otra -muy distinta- es tener claro cómo empezarla. El día que optemos -al terminar las numerosas discusiones abiertas en este sentido- por una u otra de las distintas vías posibles de actuación -las llamadas posibilidades insurreccionales- estaremos mucho más cerca del triunfo. Sabremos no sólo hacia dónde queremos ir -que eso sí lo sabemos- sino también cómo nos acercamos a estos objetivos políticos.
Hijos de la LOGSE, nuestros jóvenes revolucionarios nos convocaban -nada más y nada menos que en la fecha totémica del 25 de Abril- a tomar el Congreso, a derrocar la Monarquía, a cambiar de Régimen, a abrir un proceso constituyente... a eso y más... era como si creyeran que -por arte de esa magia misteriosa que, a veces, afecta a las masas- todo aquello fuera a venir de una única convocatoria y de una misma jornada de lucha. La cuestión era tan surrealista que no faltaron voces que acusaban a este llamamiento de estar directamente diseñado en las cenagosas cloacas del CNI y del Cuerpo Nacional de Policía. Provocar esta clase de actos públicos para tener perfectamente controlados a sus organizadores, en el más puro estilo de las operaciones policiales organizadas por el aparato tardofranquista del Coronel San Martín y del Presidente Carrero Blanco. En realidad, se trata de una situación muy similar: un grupo dirigente aferrado a un poder en descomposición, y mucha gente interesada en derrocarlo. Pero sin saber todavía demasiado bien cómo.
Aquello parecía una Revolución de Gila. Yo veía a Gila llamando por teléfono al enemigo, y avisando del día y la hora del ataque al Congreso porque luego todavía había tiempo para después ir a cenar o porque -recordad esas conversaciones surrealistas- a esa hora podían ir todos porque después había fútbol y tenían entradas. Esta idea de una guerra de risa se vió luego confirmada por la escasísima asistencia de manifestantes, por la nula combatividad revolucionaria de estos activistas, y por la correlativa propaganda institucional sobre la defensa de la soberanía popular ante el golpismo. Escuchando cualquier telediario, parecía que se les venían encima las milicias del Instituto Smolny al asalto de la Duma y del Palacio de Invierno. Gila en estado puro.
Nuestros jóvenes revolucionarios no han leído ni a Malaparte ni aTrotsky. Y de Sorel y el mito de la huelga general ya ni hablamos. Nosotros sí. Por eso, sabemos que un Régimen no se derroca en una tarde, y sin asegurarse el concurso -o al menos la omisión- de determinadas instituciones básicas. Nosotros -como nos consta por haber leído mucho aquí y allá- sabemos que España no está todavía suficientemente pourri, como decían los paras de Jean Lartéguy. En otras palabras, y por eso mismo de haber leído, sabemos que en la sociedad española -en general en todas las sociedades europeas- todavía no se dan las condiciones objetivas como para que triunfe una insurrección de esta clase, si bien ya están apareciendo y se están delimitando estas premisas. Como nosotros sí hemos leído a Malaparte y a Trotsky, sabemos que un alzamiento revolucionario es el resultado del trabajo político prolongado de una vanguardia consciente sobre distintos sectores sociales. Como los hemos leído -y mucho en su momento- sabemos que para hacer una Revolución hace falta tener muy claros tanto sus objetivos políticos como los instrumentos que permitan iniciarla. Por eso, también nos consta que, lo del último cerca el Congreso, era una acción escasamente planificada y sin ninguna garantía de éxito en su convocatoria y que -sin entrar en las sospechas más que fundadas de una preparación del acto en las cloacas del Estado- fue rechazada por la práctica totalidad de los movimientos sociales mayoritarios.
Consistiere en lo que consistiere este curiosísimo acto público, ha quedado demostrada la falta de eficacia de esta iniciativa como acto de confrontación directa con las instituciones. Tomemos la experiencia como escuela de errores y como ejemplo de una muy equivocada línea de actuación. Un simple ensayo dentro de este extraño camino que -tal vez- ya hayamos comenzado a andar. El camino de la caída de un Régimen y del nacimiento de uno nuevo. La apertura del período constituyente de la que todos hablamos tanto.
El fracaso de este toma el Congreso vuelve a poner de manifiesto el problema teórico -y práctico- del derrocamiento de un modelo agotado. Amplísimos sectores de la sociedad española quieren ponerle fin pero -a estas alturas de esta historía triste y terrible- todavía no se sabe cómo hacerlo. Andamos enfangados en la cuestión difusa de querer alumbrar un mundo nuevo, pero sin haber clarificado los pasos necesarios para que llegue ese momento. Y la tarea es urgente. Tan urgente como para que tengamos que releer -una vez más y con todos los posibles subrayados- a Malaparte, a Trotsky, a Sorel y -por supuesto y tal vez en primer lugar- a Jean Lartéguy. Y a muchos más, en definitiva.