LAS RELACIONES TÓXICAS Y EL PESADO LASTRE DEL FALANGISMO
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Una vez más, me acuso de haber sobrevalorado a la izquierda española. Nuestro sector del falangismo mantiene frente a las distintas izquierdas de nuestro país una relación tóxica parecida a la que se puede tener con una antigua novia: cada cierto tiempo, uno se olvida de las putadas tan grandes que te ha hecho y vuelves a intentar quedar con ella para que, seguida y abruptamente, vuelva a comportarse contigo de una forma amargada y dañina. Una antigua novia que no ha superado los viejos rencores y las tristes historias que, en su momento, pudieron darse entre vosotros. Sin duda alguna, algunos falangistas no hemos aprendido nada de pasados errores. Volvemos a intentar reencontrarnos cada cierto tiempo con la izquierda, en un intento sentimental de estrechar lazos y de acercar posturas. Pero es inútil porque no nos quieren.
Hace unos días volví a Facebook. Eso me lleva a estar en contacto directo con las opiniones de muchísimas personas y a tantear la opinión de aquellos sectores políticos que, por una u otra razón, pudieran resultar interesantes para nuestra actuación pública. Por consiguiente, he podido leer centenares de opiniones que, sobre un asunto u otro, vierten en esta Red Social personas autoproclamadas de izquierdas.
Soy de una generación que, todavía, pudo llegar a tiempo de conocer a aquellos viejos militantes de la izquierda española. Los formados en las luchas sindicales clandestinas de los últimos diez años de Francisco Franco. Aquellos activistas que, dotados de una cultura enciclopédica, distinguían perfectamente entre las distintas fuerzas políticas, conocían sus distintas propuestas y programas, y estudiaban tanto la situación real de la economía española a gran escala como la de los propios ciudadanos por los que luchaban. Unos militantes de izquierda dotados de una cultura política capaz de distinguir entre el Régimen de Franco y entre el Movimiento Nacional y la Falange. Personas que se habían encontrado, en el transcurso de sus luchas sociales, con falangistas en las mismas trincheras y en la mismas causas. Aquellos militantes de izquierdas con los que tuvieron el honor y el placer de trabajar Hedilla, Perales o Maestú.
Y decía que he sobrevalorado a la izquierda porque sus militantes ya no son esos de los que os escribía. Idealizados en nuestro imaginario fantástico, queremos creer que los militantes de la izquierda de hoy son aquellos militantes de antaño: que sus aspiraciones y anhelos políticos son los mismos que habían alumbrado aquellos años y aquellas contiendas. Por desgracia, los activistas de hoy no tienen nada que ver con los de aquella vieja izquierda patriota, seria e ilustrada. Afortunadamente todavía quedan algunos que han asumido esa tradición de decencia y de dignidad. Bienvenidos sean pues estos militantes izquierdistas serios, honestos y educados porque, con los otros, ninguna persona íntegra y civilizada querría tener algo que ver.
Y es que las Redes Sociales nos ofrecen la imagen al minuto de la izquierda de 2.019. La mayoría de ellos ni tan siquiera saben hilar dos frases seguidas: abuso de la mayúscula, sintaxis aberrante y confusión expositiva. Dentro de este caos ortográfico y gritón, mantienen un conjunto de ideas facilonas sobre el pasado, el presente y el futuro de España: el Partido Popular, Ciudadanos y VOX son los continuadores directos de Franco; el Gobierno del Frente Popular era un Gobierno democrático y moderado que fue injustamente atacado por el fascismo; no es necesario hacer examen de conciencia o análisis crítico de su intervención en la Guerra Civil, ya que todo se reduce a una historieta de buenos y malos; la Falange es la responsable directa de todos los crímenes del franquismo, así como de sus políticas económicas y educativas; los asesinatos cometidos por las fuerzas de izquierda en el período 1.931-1.939 están plenamente justificados ya que fueron cometidos para defender al pueblo español de la barbarie franquista. Y así hasta el infinito en una inclemente concatenación de barbaridades, incongruencias, crueldades y meras chorradas. Un basurero tan sólo comparable al que -del mismo modo y de manera muy similar- va llenando cada día la extrema derecha española. Las dos Españas ideológicas han dado paso a una diferenciación más nítida, y más cruel, en nuestra piel de toro: los españoles cultos y los que no lo son. Es así de terrible y, en el fondo, es así de sencillo.
Da mucha pena. Porque sigue siendo necesario luchar desde un frente republicano y revolucionario. Porque sigue siendo necesario que todos aquellos que pretendemos una transformación radical de España caminemos juntos y coordinados. Ese sería uno de los primeros pasos de la Revolución. Sin embargo, no sólo es que todas estas corrientes ideológicas de izquierda no quieran caminar junto a nosotros: es que tampoco ellas saben muy bien hacia dónde caminar y para qué. La ilusión social por un cambio en España ha quedado enfangada, como siempre, en las instituciones y en los sueldos y, desde luego, si esta transformación profunda depende de las personas que he leído en internet últimamente, hemos de concluir en que este cambio nunca va a tener lugar. He llegado a pensar que nadie tiene tan claros sus fines y objetivos políticos como los tenemos nosotros: siempre pobres, siempre desarbolados y siempre en la indigencia más absoluta de medios materiales y humanos.
Los falangistas debemos luchar en todo caso con el lastre que, en la identificación de nuestro pueblo, ha supuesto el franquismo para nuestra maltratada ideología. La pesada herencia del Dictador, que sigue haciendo la guerra a la Falange aún después de muerto. Aunque este lastre queda notoriamente agravado a raíz de la ignorancia histórica y la insolvencia intelectual de aquellos a los que queremos alcanzar. Entre los que no sabemos llegar y aquellos que no quieren, España sigue enfangada en el lodo.