LAS NUEVAS RELACIONES
Publicado en el Núm. 31 (ÉPOCA II) de "La Gaceta Escurialense".

A pesar de lo que el título de mi Columna de hoy pueda parecer, no me estoy refiriendo a la ya -tristemente- famosa fotografía de Otegui reunido con los socialistas vascos. No me estoy refiriendo, pese a que me siento muy tentado a ello, a este episodio de la reciente Historia de España: episodio este que marcará un antes y un después en la crónica triste de la rendición y de la infamia. Porque, se quiera o no se quiera, fotos como esta -noticias como esta- han provocado el definitivo divorcio entre una parte importante de la ciudadanía con el estado de ilusión nacido de la última victoria electoral socialista. La certeza de que existe un plan preconcebido para la claudicación... para el olvido y la vergüenza de los muertos.
No me refiero a este tipo de nuevas relaciones. Entre otras cosas, porque -al parecer- los contactos entre los socialistas y la cúpula etarra no son nuevos, y siempre según las estremecedoras noticias dadas a conocer por los Medios de Comunicación estas últimas semanas. Habrían existido conversaciones desde hace ya varios años, todas ellas tendentes a la legalización de Batasuna y a la reconducción de la situación política hacia este llamado proceso de paz. Lo dicho, olvido y vergüenza, y necesidad imperiosa de resistencia cívica a la rendición.
Con este título me refiero a algo más ligero... más adecuado para sobrellevar la ola de calor que padecemos (multiplicada por dos para los que asumimos la cruz de usar corbata por necesidades del trabajo). Con la expresión nuevas relaciones me refiero, ni más ni menos, a las relaciones sentimentales y amistosas que están naciendo al calor de internet. Al amparo del anonimato y tranquilidad de los medios cibernéticos de conocimiento entre personas. El ligue de toda la vida realizado desde el salón de tu propia casa...
Si os digo que el mundo está deshumanizado, caeré en el inevitable tópico. Pero no por ello es menos cierto. Por un lado, mucha gente no tiene tiempo -ni ganas- para relacionarse. Llega a casa agotado tras su jornada de trabajo, siendo su único descanso el ratito que pasa delante de la televisión o del ordenador. Ello ha motivado que las formas antiguas de relación humana -aquellas maravillosas historias nacidas en las barras de los bares- coexistan con estos nuevos modos de relación virtual, de ligue cibernético y frío.
Comienzan a darse historias que, por curiosas, no están exentas de cierta crudeza y horror... de desconcierto en la relación entre personas que, de un lado, se conocen muchísimo pero que, de otro, se ignoran de manera supina.
Me comenta un amigo -un buen amigo- una historia terrible acaecida en fechas recientes. Aún más terrible -si cabe- que sentarse en la mesa con Otegui y de reírse de la sangre de los muertos. Se trata de un señor de mediana edad, divorciado, que conoce a una Señora, también divorciada, en un chat (maldita palabreja) de internet. Pronto congenian: charlan, hablan, se cuentan profundamente su vida y sus milagros, sus divorcios, sus penas, sus alegrías, sus incidentes laborales... en resumen, se lo cuentan todo. Diariamente, conversan y se explayan a través de la ventana mágica de su ordenador. Lógicamente, acaban conociéndose mejor que mucha de la gente que, a su alrededor, puede encontrarse con ellos -de manera personal- todos los días. Por razones que desconozco, además, no se dan el teléfono. Por esta razón, su relación se circunscribe al estrecho marco de los mecanismos de internet.
Es tan fuerte el grado de simpatía entre ambos -de compenetración, sin segundas- que deciden, al final, encontrarse personalmente. Salir a cenar para comprobar si esa química es sólo virtual o si, por el contrario, puede compararse a la sintonía que existe -pongo por ejemplo- entre los socialistas españoles y los asesinos de ETA. Deciden hablar de ello a lo largo de la semana.
Sin embargo, ella cesa -de repente y sin aviso previo- en sus comunicaciones. Se interrumpen -abruptamente- las charlas diarias entre ambos. Extrañado y molesto, él comienza a envíar mails una y otra vez, en demanda de una comunicación que, por la razón que sea, no acaba de tener lugar. Al final, llega la sorpresa. La triste sorpresa.
Nuestro amigo recibe un mensaje de alguien que dice ser sobrino de la Señora en cuestión. Le dice que, revisando el correo de su tía, han aparecido muchos mensajes suyos. Y -así como si nada- le comunica que su tía ha muerto. Que ha fallecido, de repente, de un ataque al corazón. Le dice que su funeral es justo al día siguiente y le anuncia hora y sitio del mismo. Después de agradecer la información a vuelta de mail, nuestro hombre queda sumido en una profunda reflexión y llama a mi amigo en busca de consejo.
Resulta que conoce a esa persona de manera profunda y concienzuda. Durante los últimos meses, han hablado de lo divino y de lo humano. Conoce perfectamente sus puntos de vista políticos, sociales y deportivos. Conoce sus gustos y aficiones. En definitiva, existen pocos aspectos que, de la personalidad de la fallecida, se le escapen. Pero, sin embargo, duda en si acudir o no a su funeral. No sabe si acudir a esta cita triste con su amiga y, finalmente, decide no ir a la misma. No acude porque, al fin y a la postre, no conoce personalmente a su amiga. Nunca se han visto fuera del margen estrecho del ventanuco de una webcam.
La anécdota es reveladora. Nos puede llevar a la conclusión de que, al funeral de la Señora, acudieron personas que la conocían de forma directa, pero no de manera tan profunda como nuestro amigo. Gente que, por razones sociales, acude a ese acto social definitivo, pero con un conocimiento mucho menor -y limitado- de la persona fallecida. Eso nunca lo sabremos.
Lo cierto, y a la luz del relato de esta curiosa anécdota, es que se ha producido una profunda transformación de las relaciones humanas a través de internet. Están cambiando las antiguas formas de relación y conocimiento, dando lugar a situaciones tan indefinibles como esta. Gente que se conoce pero que no se conoce. El final revolucionario del amor al calor en un bar de Gabinete y Jaime Urrutia. Todo un universo barrido por los avances técnicos.
Nosotros, los falangistas, tenemos una gran experiencia cibernética. Básicamente, usamos de la Red para desencontrarnos y atacarnos mútuamente: para confrontar tendencias muchas veces de forma áspera y agresiva. Sin embargo, la Red sirve también para aproximar posiciones, para dialogar, para conocerse mútuamente y llegar a acuerdos políticos ventajosos. Porque, por encima del amigo de mi amigo y de su truncada historia de amor, por encima de nuestras disputas cotidianas, planea -como el buitre- la sonrisa de Otegui, el entreguismo socialista y la impotencia de los populares ante esta cuestión. Y estas cuestiones son tan graves, tan urgentes, que todo instrumento y mecanismo es válido para una imperiosa estructuración de nuestra lucha. Para una articulación de las razones de nuestra negativa a la aceptación de este estado de cosas.