LA OFENSIVA UCRANIANA

18.09.2022

Justo antes de publicar esta columna me llega la triste noticia de que R.K, el hermano de una queridísima amiga ucraniana, ha caído en combate. Una amiga del alma que me ha ayudado muchísimo a comprender este conflicto desde ese ya lejano Maidan. Los que mueren por la Patria siempre estarán presentes en el corazón de los que luchan.

Se estaba poniendo de moda justo al final de este verano. Se estaba clamando por obligar a Ucrania a sentarse con la Federación Rusa en una mesa de negociación, al objeto de renunciar a parte de su territorio y de su soberanía en aras de alcanzar la deseada paz en Europa. El otro día escribía sobre el omnipresente Revilla y su indisimulada petición de rendición al Presidente Zelenski. Europa no quiere pasar frío, como tampoco quiere pasar por la mayor recesión de su historia. Europa no quiere problemas aunque -para evitarlos- haya que sacrificar al inocente para aplacar la ira de los culpables. Esta idea se estaba extendiendo como una nauseabunda marea de fango cayendo sobre nuestra conciencia colectiva.

Sin embargo, existe una verdad incontestable. La Rusia de Putin ya ha perdido esta guerra: ocurra lo que ocurra y dure lo que dure. El fracaso de intento de anexión en tres días de Ucrania- un anschluss cutre y muy mal planeado- ha obligado a la Federación a embarcarse en una guerra larga y costosa para la que no estaba preparada. Las consecuencias adversas para Rusia ya se han dejado sentir en el transcurso de estos meses: ampliación de la OTAN, desprestigio internacional, sanciones económicas y un coste político para Putin y su camarilla de todavía difícil valoración. Los jóvenes rusos caen a miles mientras este sátrapa sigue manteniendo sus sueños imperiales.

Somos muchos los que creemos que con la Rusia de Putin es imposible negociar. No es sólo porque sean una banda de trileros de muy mal estilo sino porque -y esto no debemos olvidarlo en ningún momento- es la Federación Rusa la que ha roto las reglas de juego. A estas alturas de siglo no se pueden normalizar -dando por válidas- las actuaciones rusas de constante agresión frente a Ucrania desde 2.014. Una política exterior imperialista que ha desembocado en una guerra abierta con la nación ucraniana y en la más grave crisis mundial desde 1.945. Al agresor no se le premia sentándole en una mesa al mismo nivel que el agredido: al agresor se le aisla como un apestado, se le sanciona y se le derrota: no se le equipara al agredido colocando a ambos bandos en un nivel parejo.


Y en esto, justo cuando esta Europa súbitamente cobarde y friolera se planteaba un movimiento de presión sobre el Presidente Zelenski al objeto de frenar la guerra, los ucranianos han vuelto a sorprender al mundo con una ofensiva brillante y existosa. Una vez más, la absoluta obsolescencia de las bandas armadas rusas -me resisto a llamarlo Ejército Ruso porque un Ejército no roba, ni viola ni asesina de forma sistemática- ha quedado al descubierto. Una baja moral, un armamento anticuado, una logística inadecuada y un ínfimo nivel de adiestramiento han convertido las iniciativas bélicas rusas en Ucrania en una máquina de hacer derrotas. Decía el otro día Guillermo Pulido que la ofensiva ucraniana de Járkiv ha sido elegante: movimientos rápidos de infantería ligera apoyada por armas modernas y por la inteligencia occidental. 

Además, y de forma previa, se había engañado al estado Mayor Ruso haciendo creer que todos los esfuerzos ucranianos se centraban en el frente de Jersón. En fin, que entre esto y aquello se ha vuelto a infringir una gran derrota a los ocupantes, liberando más de siete mil kilómetros cuadrados de territorio ocupado y frenando definitivamente la ofensiva rusa en Dombas.

Somos también muchos los que creemos que la Rusia de Putin puede ser militarmente derrotada mediante una combinación inteligente de recursos. Las Fuerzas Armadas Ucranianas, bien pertrechadas con armamento moderno, bien entrenadas en las últimas doctrinas tácticas y bien apoyadas por las redes de inteligencia occidental pueden expulsar a los rusos no sólo del territorio ocupado en la invasión de 2.022 sino también de lo que quede de las autodenominadas repúblicas del este y de Crimea.

El mundo occidental se encuentra ante una oportunidad única e inimaginable hace unos meses: la posibilidad de destruir la capacidad ofensiva de la Federación Rusa -la aniquilación de los restos del bluff armamentístico ruso- y la vuelta de los invasores a las fronteras anteriores a 2.014. Y eso sin contar con la posible liberación de territorios tales como Armenia -sujeta a pactos de defensa con la Federación Rusa inoperantes al día de hoy- o Georgia. Un auténtico vuelco en la situación geoestratégica de Europa derivada, de un lado, de la manifiesta debilidad rusa y, de otro, de nuestro hartazgo ante las amenazas de este gang mafioso. La próxima gran disyuntiva a la que Europa va a tener que enfrentarse -dentro de muy poco- es la de si permite al Ejército Ucraniano terminar su trabajo -la expulsión de los rusos de la totalidad del territorio de la República- o la de si se impone un frenazo a la guerra permitiendo una salida honrosa a la Federación Rusa de terminarla.

Yo soy de los que creo que cualquier acuerdo con la Rusia de Putin en las condiciones actuales supone otra guerra en un máximo de tiempo de diez años. Vuelve a planear el fantasma de Chamberlain sobre Europa, olvidándonos de una verdad evidente que se nos ha enseñado históricamente a coscorrones: cualquier acuerdo con regímenes tiránicos será sistemáticamente incumplido y producirá una guerra peor que la que se hubiese pretendido evitar. 


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