LA DERROTA DE LOS PRINCIPIOS.

23.09.2023

Nunca he creído en los políticos españoles. Desde que tengo uso de razón, tengo para mí que estos peculiares personajes se mueven a golpe de improvisación, de chapuza, de visceralidad irracional y de más o menos afortunadas intuiciones. Nunca he creído que la casta política española -nosotros les llamábamos casta mucho antes que los inaseados farsantes que vinieron después- fuera capaz de obrar con arreglo a un plan preconcebido a largo plazo. El New Deal, los planes quinquenales o el Plan Marshall siempre han sido cosa de fuera. Sin embargo, y visto lo visto en los últimos meses, estoy cayendo en un paulatino -y preocupante- conspiracionismo. Tengo la sensación -cada vez más desazonadora y escalofríante- de que nuestros gobernantes están encaminando a la nación, de una manera conscientemente planeada, hacia un modelo político y social cada vez más caracterizado por el sectarismo, por la unilateralidad y por la anulación del adversario. Esta particular forma de entender las política nos lleva directamente al triunfo de un falso progresismo que -bajo la cobertura de la defensa de nuestros derechos y de la lucha por la extensión de los mismos- tan sólo sirve para el fortalecimiento del capitalismo más salvaje, el reaccionarismo más indisimulado y la triste derrota de los que menos tienen. 

No os engañéis. Las maniobras de Sánchez con el aldeanismo identitario de Puigdemont, Otegui, Junqueras y Urkullu no sólo tienden a la destrucción de las formas administrativas vigentes de España -hoy no tenemos Patria que defender sino Patria que construir y, por eso mismo, me es bastante indiferente la suerte que pueda correr el orden constitucional- sino también a la instauración de un nuevo sistema político mucho menos democrático y transparente -todavía- que el actual. Sánchez quiere terminar con el Régimen de 1.978 pero por la vía menos adecuada para ello: en vez de abrir un proceso constituyente de base popular y democrática, lo que hace es pergeñar una serie de remiendos chapuceros entre distintas minorías tan opacas con él mismo. Hoy más que nunca, Sánchez es Kerensky: el ambicioso socialista que, sin otros principios que los de mantenerse en el poder, está abriendo la caja de los truenos de un más que incierto futuro colectivo.

Sánchez dijo la hilarante frase de que en España no había presos políticos sino políticos presos. Sánchez apoyó expresa y repetidamente la aplicación del art. 155 y la intervención pública del Rey ante el referéndum secesionista de Octubre. Sánchez prometió traer a Puigdemont para ser juzgado y Sánchez respaldó íntegramente el trabajo judicial del Tribunal Supremo. Ahora nos sorprende -si es que este impresentable es capaz todavía de sorprender a alguien- diciéndonos que todo este follón nunca debió ser judicializado, y que se trata de una cuestión política que debe resolverse por vía política. Es decir, y en palabras más sencillas, cuando un político se salta el Código Penal no debe ser nunca juzgado ya que, en opinión del Doctor Sánchez, este molesto asuntillo de un asalto al orden jurídico nacional orquestado mediante la utilización de fondos públicos puede solucionarse mediante acuerdos políticos. El ya se lo dijo entonces al Presidente Rajoy. El ya lo había avisado, porque es onmisapiente y omniprevisor. Todo un hombre de Estado. Ese hombre de Estado que siempre parece estar dirigiéndose contra alguien cuando habla.

Estos días me he acordado mucho de Winston Churchill. Ese que dijo algo así -ante los pactos de Munich- que tendríamos el deshonor sin evitar la guerra. Calcado. Y es que no me imagino a Winston Churchill pactando con Goering -planificador de los bombardeos sobre Londres- y convirtiendo en papel mojado las Sentencias de los Juicios de Nuremberg. Me troncho. Churchill diciéndole a su pueblo que, en definitiva, la guerra contra Alemania era un problema político que debería haberse resuelto por unas vías políticas, y que había que alcanzar un razonado acuerdo dialogado con los nazis y con el militarismo japonés. Inimaginable en Winston Churchill. Y perfectamente imaginable en Pedro Sánchez. Y que no se me diga que ambos problemas no son equiparables y demás zarandajas.Hoy más que nunca, Sánchez es Kerensky: el ambicioso socialista que, sin otros principios que los de mantenerse en el poder, está abriendo la caja de los truenos de un más que incierto futuro colectivo.

Sánchez dijo la hilarante frase de que en España no había presos políticos sino políticos presos. Sánchez apoyó expresa y repetidamente la aplicación del art. 155 y la intervención pública del Rey ante el referéndum secesionista de Octubre. Sánchez prometió traer a Puigdemont para ser juzgado y Sánchez respaldó íntegramente el trabajo judicial del Tribunal Supremo. Ahora nos sorprende -si es que este impresentable es capaz todavía de sorprender a alguien- diciéndonos que todo este follón nunca debió ser judicializado, y que se trata de una cuestión política que debe resolverse por vía política. Es decir, y en palabras más sencillas, cuando un político se salta el Código Penal no debe ser nunca juzgado ya que, en opinión del Doctor Sánchez, este molesto asuntillo de un asalto al orden jurídico nacional orquestado mediante la utilización de fondos públicos puede solucionarse mediante acuerdos políticos. El ya se lo dijo entonces al Presidente Rajoy. El ya lo había avisado, porque es onmisapiente y omniprevisor. Todo un hombre de Estado. Ese hombre de Estado que siempre parece estar dirigiéndose contra alguien cuando habla.

Estos días me he acordado mucho de Winston Churchill. Ese que dijo algo así -ante los pactos de Munich- que tendríamos el deshonor sin evitar la guerra. Calcado. Y es que no me imagino a Winston Churchill pactando con Goering -planificador de los bombardeos sobre Londres- y convirtiendo en papel mojado las Sentencias de los Juicios de Nuremberg. Me troncho. Churchill diciéndole a su pueblo que, en definitiva, la guerra contra Alemania era un problema político que debería haberse resuelto por unas vías políticas, y que había que alcanzar un razonado acuerdo dialogado con los nazis y con el militarismo japonés. Inimaginable en Winston Churchill. Y perfectamente imaginable en Pedro Sánchez. Y que no se me diga que ambos problemas no son equiparables y demás zarandajas. Lo son, de modo pleno, en la medida en la que ambos -los nazis y los identitarios catalanes- constituyen una amenaza directa para el Estado de Derecho y para la convivencia entre todos. Un hombre de Estado debería tener siempre presente que una nación fuerte y unida es la última garantía que salvaguarda los derechos y las obligaciones de todos. Eso es mucho pedir para Kerensky. 

Pedro Peregrino - Calle la provincia 5. Burgos. 09128
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