JUAN GERARDI O EL PRECIO DE LA VERDAD

Siempre es algo positivo -y muy alegre- el poder hablar bien de algo y de alguien. Y cuando ese alguien es un amigo mucho más todavía. Por eso ahora -olvidándome de tanto gaitero sin gaita, de tanto baboso engolado y de tanto pasayo sin zambomba- voy a hablar del reciente libro de Luis Miguel Villegas Juan Gerardi o el Precio de la Verdad. Me alegra poder hablar muy bien de alguien, aunque no sea oportuno -ni mucho menos- deseable en estos tiempos de confusión y cambalache. Y eso que, desde luego, se trata de una obra singular. Y no es que el libro no esté bien escrito -que lo está- o que no sea ameno -que lo es- o que no se lea de un apasionado tirón -que se lee- sino que, además de todo eso, supone todo un descubrimiento. El descubrimiento de una historia de violencia y sufrimiento que -como todos los relatos que se precien de serlo- tiene sus propios héroes y villanos... sus culpables y sus inocentes. Porque el libro trata acerca de una situación muy poco conocida en este lado del mundo: una de esas historias que podemos ver -casi a diario- en las imágenes distantes de un telediario a la hora de cenar, y que escuchamos sin ninguna atención. Matanzas aquí, huelgas allá y demás. Esa larga lista diaria de sufrimientos a los que -de manera terrible y desapasionada- se ha habituado el hombre occidental a mirar sin ver mientras come.
El libro trata de una de esas historias y de uno de esos países: Guatemala. Una situación política y social absolutamente desconocida en España. Guatemala y su turbulenta Historia durante el último tercio del Siglo XX: miseria de muchos y riqueza de pocos, guerrilla, paramilitares, golpes de Estado, elecciones trucadas, intervención yanqui y contrainsurgencia. Leer que estos han sido los elementos habituales del día a día guatemalteco no sorprende ya que, por desgracia, son comunes a toda Centroamérica. Lo que sorprende no es la sangre, sino la forma y condiciones en que la misma se vertió: la planificación de una violencia armada diseñada y ejecutada por un Ejército contra su propio pueblo. Un escalofríante panorama de represión, violencia y tortura que -como siempre- afecta a los más débiles. Un horrendo y salvaje aquellarre de sangre y dolor muy difícil de asimilar desde nuestro lado -la orilla acomodada y satisfecha- del río. Máxima tensión social entre poseedores y desposeídos que se traduce en una dura -durísima- confrontación armada que hace imposible cualquier intento no sólo de una solución pacífica al problema, sino del simple diálogo o debate político.
Y sobre esta perspectiva de sangriento enfrentamiento se hace grande la -hasta ahora y al menos para mí- desconocida figura de Monseñor Juan Gerardi Conedera, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Metropolitana. Juan Gerardi creyó -con razón- que el papel de la Iglesia en esta terrorífica confrontación no era la de ser un espectador pasivo -meramente caritativo- del dolor del pueblo. La Iglesia debía estar con el pueblo y servir de instrumento de transformación social. La Iglesia no sólo reconforta, sino que trabaja decididamente por una nueva sociedad más justa. En otro caso, la comunidad católica pierde su principal finalidad dentro de un mundo en conflicto: luchar contra las situaciones de injusticia, concebidas como el mayor atentado contra el orden querido por Dios. El capitalismo entendido como el mayor de los pecados y Cristo como ejemplo de redención viva entre un pueblo que lucha...
Y así, la Iglesia se convierte no en un simple refugio de pecadores que huyen de la violencia y de la muerte, sino en un instrumento activo de la transformación social. Cristo es Revolución. Como falangista, me siento más cerca de esa Iglesia militante y comprometida con la causa de los pobres que con aquella otra a la que -muchos de nosotros- seguimos fieles. Esa Iglesia introvertida y enfrascada en interminables debates teológicos que tienen su centro en la liturgia o en una lectura reaccionaria -cuando no de simple y mero rechazo- del Concilio Vaticano II. Frente a esta visión eclesial de los países ricos, se alza -principalmente en el Continente Americano- el ejemplo del sacrificio de Jesús entendido como doble liberación: individual y colectiva. El Hombre Nuevo que lucha por un mundo más justo siguiendo el ejemplo de Cristo.
No entiendo ni una sola palabra de Teología ni me siento capaz de brindar una interpretación sólida y fundamentada del Nuevo Testamento. Sólo sé que existen sectores de la Iglesia que se han comprometido con la misma causa con la que debemos comprometernos todos los falangistas. La Causa de los Pobres. Y como falangista, también sé que han dejado de importarme hace mucho todas aquellas lecturas del Evangelio que no nos conduzcan a una Fe socialmente transformadora y solidaria. La salvación del alma a través de la salvación del hombre. Y es en esta concepción del Catolicismo militante donde brilla, con la luz propia de los justos, el ejemplo de Monseñor Gerardi.
Juan Gerardi es asesinado en Guatemala por una conspiración ultraderechista gestada en las más oscuras cavernas de los servicios estatales de inteligencia. Las cloacas del Estado frente a la honesta solidaridad de un hombre bueno. Dos concepciones del mundo frente a frente. Se enmarca así Gerardi dentro de un nuevo martirologio que ha venido a darnos ejemplaridad cristiana: concepción del Magisterio entendido como opción preferencial por los pobres, en la línea de Ignacio Ellacuría o de Óscar Romero. En el caso de Gerardi, además, la cuestión está estrechamente relacionada con algo que está tocando muy de cerca a la sociedad española. Nada más y nada menos que la llamada Memoria Histórica.
Una vez terminado el conflicto armado en Guatemala, la Conferencia Espiscopal de ese país entiendió que -a los efectos de lograr una auténtica y definitiva paz social- se imponía el deber de llegar a un conocimiento exacto, exhaustivo y profundo de lo que había ocurrido en Guatemala. Se partía de la base de que las víctimas deben hablar. Relatar sus vivencias personales de violencia. Dar datos, extremos y circunstancias. Designar a los culpables. Y así, contando en todo momento con la inspiración de Monseñor Gerardi, se publica el Informe REMHI: Informe del Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica.
La tesis de Gerardi -y de la Iglesia de Guatemala- es muy simple. La impunidad de los culpables perpetúa la situación de violencia y de injusticia. La impunidad no sólo consiste en la ausencia de castigo a los culpables, sino en el silencio de las víctimas. Los afectados pueden paliar su sufrimiento no sólo buscando un resarcimiento material, sino relatando extensamente las situaciones de violencia a las que han sido sometidos. Liberarse de esa pesadísima y dolorosa carga, así como buscar remedio y consuelo dentro del seno de la Iglesia. Bajo los auspicios de Gerardi, no sólo tiene lugar esta extensa recopilación de nombres, fechas y datos -las espeluznantes circunstancias del horror recogidas en miles y miles de fichas- sino también la búsqueda de mecanismos de diálogo. Foros de comprensión y debate dónde se aproximen posturas enfrentadas. Construir los cimientos de una futura -y duradera- paz social.
Gerardi comprendió perfectamente el concepto de Memoria Histórica. Porque, a diferencia de lo que ha ocurrido en España, este proceso de recopilación testimonial se abre justo al terminar el conflicto, y no como ha ocurrido aquí: iniciado más de cuarenta años después, y tiene lugar entre las personas que han sufrido directamente las consecuencias de la guerra, y no entre descendientes que, por fuerza y por lógica, tan sólo son conocedores indirectos de los hechos expuestos. Gerardi reúne, por si esto fuera poco, a todos los elementos humanos del conflicto e intenta reconciliarles a través de esta búsqueda de la verdad. De esta forma, el proceso adquiere una sincera profundidad que, desde luego, dista mucho de tener en España. Aquí, se han reabierto heridas que ya estaban cerradas, quedan pocos supervivientes, se escucha sólo a una de las partes del conflicto y, por si todo lo anterior no bastara, la cuestión no deja de tener un más que marcado barniz electoralista. Una forma de galvanizar los sentimientos de las distintas izquierdas españolas a la hora de homogeneizar su respaldo al Gobierno socialista, pero que no resulta útil en la búsqueda de una efectiva reconciliación nacional.
Monseñor Gerardi es asesinado nada más presentarse este Informe REHMI. El silencio que la violencia pretende imponer o el precio de la Verdad del que habla el título. Ejemplo pastoral que es contado por Luis Miguel Villegas de una forma amena y ágil. Si entendemos que la sangre de los Mártires es semilla de nuevos cristianos, encontraremos en Monseñor Gerardi inspiración y guía para luchar por una sociedad más justa. Un libro que -evidentemente- hay que leer, y que han editado recientemente nuestros amigos de Barbarroja. Imprescindible.