HONOR Y PATRIA
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Hemos escuchado muchas veces las palabras Honor y Patria durante los últimos años.
La ofensiva separatista en Cataluña trajo, como una de sus primeras consecuencias, un cierto resurgimiento de ese concepto borbónico, centralista y antiguo de la Patria. España concebida como un simple conjunto indisoluble de territorios dotado de una cultura uniforme y única. Nos han aburrido muchísimo con esa visión limitada y pacata de la Patria. Y ha pasado lo mismo con una cierta visión sentenciosa y grandilocuente del Honor. Cuando Pedro Sánchez desenterraba a Franco y los agentes de la autoridad no permitían las concentraciones para protestar por ello, resultaba ser que tanto el Presidente del Gobierno como la Guardia Civil habían perdido el Honor. Cuando nuestro Tribunal Supremo no condenaba a los malversadores catalanes con el número de años que esta caterva consideraba justo, nuestros Magistrados habían perdido el Honor. Cuando se articulaba una moción de censura parlamentaria, los promotores carecían de Honor y odiaban a la Patria.Antes de la guerra apocalíptica que estamos sufriendo en los abiertos pulmones de España, aquellas eran frases habituales y aquellos eran comentarios frecuentes: las palabras Honor y Patria quedaban concatenadas de forma inseparable en estas lastimeras peroratas de los que, un mes tras otro, iban alejándose cada vez más de la realidad española.
Se habían usado con tanta ligereza y con tanta prodigalidad que -cada vez que llegaba el momento de reflexionar sobre lo que estaba pasando en España- uno llegaba a dudar sobre la propia existencia no ya sólo de la Patria -recordad que la Patria no existe en 2.020 y que nuestra tarea inaplazable es la de empezar a construírla- sino también del Honor: ese Honor de formulación calderoniana tan presuntamente arraigado en los genes de los españoles.
Pero la presente emergencia sanitaria nos ha descubierto que, efectivamente, el Honor existía entonces, como existe ahora, en nuestra desarbolada tierra. Y que no se trata de ese Honor apolillado y pomposo que muchos pregonan desde el vacuo orgullo de una estéril llamada a la Reconquista o al recuerdo de Don Blas de Lezo. Todo eso, en las actuales circunstancias españolas, no es más que chatarra emocional: patriotera casquería basada en las gestas malinterpretadas de un pasado mítico.
Hoy, en este 2.020 apocalíptico, el Honor de España está en ese personal sanitario que trabaja veinticuatro horas para salvar vidas enfermas: en aquellos médicos, enfermeras y auxiliares que han hecho de su bata una bandera de dignidad. Hoy el Honor de España está en la chica que nos atiende en el supermercado detrás de su mascarilla y de sus guantes o en el barrendero que durante la noche ha recogido tu basura. Hoy el Honor de España está en todos los trabajadores que han hecho que esta máquina inhumana no se pare del todo con nosotros dentro: en aquellas personas que, tragándose su miedo y apartando sus reivindicaciones justas, se han puesto a conducir un autobús o un camión o un taxi.
Hoy el Honor de España está en los gestos valientes de los valientes y en los gestos justos de los justos. Hoy el Honor de España está en los Guardias Civiles de los turnos de doce horas y en nuestros soldados y en nuestros marineros y en nuestros aviadores. Hoy el Honor de España está en los que ayudan y en los que están siendo ayudados: en los que, como siempre, están pagando la factura que nos pasa este modelo injusto. Hoy, el Honor de España está en la solidaridad de aquellos que están convirtiendo en algo hermoso una epidemia horrible. Ese es -se mire por donde se mire- el Honor de España en Abril de 2.020.
Uno sueña despierto sobre las metas que podrían alcanzarse con todas estas personas excelentes: en lo que podría ser una sociedad dirigida por estos ciudadanos -por todos y para todos- frente a la panda incalificable de la política melíflua de la Moncloa, de la Zarzuela y de la Carrera de San Jerónimo. Una nueva política para -ahora sí- una Patria reconstruída y triunfante. Porque siempre será posible la Patria si transformamos este tremendo esfuerzo colectivo en la creación de un mundo nuevo. Porque, tal vez y al final de este túnel oscuro, nos espera -ahora sí- una Patria nueva que, solidaria y justa, haya sido construída por y para las personas honorables.