ESTA ESPAÑA DE RAQUEL MORAGUES. MI COLUMNA EN "SIERRA NORTE DIGITAL"
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Mucho antes de que existiera Raquel Moragues, el marxismo nos enseñaba que las contradicciones del capitalismo constituirían un elemento esencial -y determinante- para su destrucción definitiva. El marxismo y su concepción de choque frontal entre elementos antitéticos que -desde luego- no tenía nada que ver con Amador Mohedano. Al menos en principio.
De un tiempo a esta parte, vengo manteniendo que el llamado mundo rosa es capaz de ofrecernos ejemplos valiosos dentro de este proceso de voladura controlada de nuestra pobre España. Personas que, pasando por encima de estúpidos convencionalismos y de engranajes anticuados -aprovechándose perfectamente de los resquicios abiertos por el curiosísimo negocio de la comunicación de consumo-- saben hacer frente a las circunstancias adversas y a las perspectivas pesimistas sobre nuestra falta de recursos. Personas que se han adaptado a un medio hostil y que libran -muchas veces en medio de una ingrata soledad- sus particulares batallas. Personas que se enfrentan a lo establecido -en escaramuzas dialécticas breves, intensas y durísimas- y que intentan defender -frente a todo y frente a todos- sus particulares puntos de vista y su visión del mundo. Personas que no tragan y que, al mismo tiempo, patentizan -con su simple presencia diaria en nuestras casas a través de la tele- los grandes socavones abiertos en nuestra sociedad enferma.
Podrá aducirse que estas actuaciones son muy lucrativas, y podrá decirse también que estos combates mediáticos son librados con un exclusivo interés económico. Podrá decirse todo esto con algo de razón. Se trata, en el fondo, de una cuestión de simple supervivencia cotidiana. Se dirá que -todo esto- se hace por dinero. Algo que, por lo demás, se encuentra firmemente asentado en la arraigada tradición del pícaro español: puro Siglo de Oro entrando -vigente y luminoso- en nuestras casas de la mano del Sálvame Deluxe.
Estas intervenciones -un mes sí y el otro también- ponen de manifiesto las contradicciones existentes en el seno de nuestro modelo social. Esto es lo que ha ocurrido aquí. Una mujer libre y adulta decide conocer a un hombre separado, y así lo hace. Este hombre separado es tremendamente conocido por el gran público a causa de haber sido aireados -hasta la aburrísisima saciedad- muchos extremos relativos a su crisis matrimonial. Por eso -y de pronto- esta relación es sometida a la crítica y al escrutinio de millones de telespectadores. Los medios analizan -mediante meticulosa radiografía- esta simple historia entre dos personas. Es entonces cuando empieza un aquelarre mediático tendente -en todo momento- a linchar públicamente a esta mujer.
Casi automáticamente, y de forma contundente, salen a relucir los peores tópicos de la España negra y reconcorosa. Lo peor de nosotros mismos. La esposa despechada que -a pesar de haber relatado cientos de veces su situación de separación y crisis matrimonial en horas de tarde de máxima audiencia- monta en cólera y organiza ante las cámaras una explosión de insano cabreo, de decepción y de orgullo herido. El comentarista fijo del programa que -olvidando la circunstancia de ser el trabajo ajeno siempre digno de respeto y consideración- procede a exponer y valorar las pasadas actuaciones de una mujer en el mundo del espectáculo como algo negativo y deplorable. El contertulio de ese mismo programa que muestra -como valor negativo- el siniestramente llamado pasado de esta mujer, en alusión a sus anteriores relaciones sentimentales, y sin privarse de utilizar expresiones dignas del más acendrado nacionalcatolicismo, tales como ligerita, pilingui y similares.
En definitiva, un alarde de doble moral dentro de nuestros valores sociales imperantes. Porque Raquel Moragues se ajusta a los patrones sociales de una mujer libre del Siglo XXI. Los mismos patrones que, además de ser plenamente válidos, son constantemente publicitados y ensalzados por los propios medios de comunicación que después -y siempre en función del entertainment- se ocuparán de denigrarlos. Un negocio que, del mismo modo que dice asumir un conjunto de valores positivos, no vacila en cargárselos cuando las circunstancias -los azares del business- así lo requieran. España de 2.013. Una España que dice creer en todo pero que no cree en nada. España de contradicciones miserables y de existencia a la deriva. Porque una mujer tiene pleno derecho a trabajar dignamente en lo que pueda o en lo que la dejen, y a tener todos los novios que la dé la gana -no faltaba más- y a cometer errores grandes y pequeños -como tiene también a obtener aciertos grandes y pequeños- o a defenderse siempre que -a raíz de uno de estos acontecimientos mediáticos- se vea aludida y atacada sin demasiados miramientos. Porque una mujer tiene derecho a aprovecharse -de esta misma forma- de los recovecos y demás ardides de una industria que, precisamente, consiste en una explotación -sin límite- de estas cosas: a nadar sobre la tempestad y a obtener beneficio de estas aguas revueltas.
Raquel Moragues ha puesto de manifiesto -un ejemplo más entre muchos- las contradicciones de esta hipócrita España de la recesión y del desconcierto. Esta España de los dobles lenguajes, de la doble lectura, de los dobles principios y de las dobles intenciones. Esta España en la que, con una mano, se hace gala de posiciones sociales avanzadas mientras que, con la otra, se te pega un estacazo desde la caverna o desde el cirio. Esta España que dice ser moderna pero que -en cuanto se dan condiciones idóneas para ello- te golpea con sus creencias más desfasadamente rancias. Esta España que conoce tan bien Raquel Moragues.
Acusaciones de montaje se ciernen sobre esta mujer. Para eso están los Tribunales. El tiempo pondrá, como siempre, todo en su sitio.