"ÉRASE UNA VEZ EN AMÉRICA". SOBRE LA INCONSISTENCIA DE LOS SUEÑOS.
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Es una historia de ilusiones perdidas y de sueños rotos. Un cuadro grandioso sobre vidas destrozadas y sobre pérdidas irremplazables: sobre la triste certeza de un fracaso envuelto en melodías de Ennio Morricone. Erase una vez en América (Sergio Leone. 1.984) nos llega al corazón porque, a través de un relato cinematográfico magistralmente construido, nos sabe describir la triste nostalgia de los anhelos malogrados. Tal vez, por esa razón, esta película conecte tan bien con aquellos de nosotros que seguimos considerándonos como hijos del desarraigo y del destierro personal: aquellos de nosotros que, al igual que Noodles, tomamos alguna vez un tren a ninguna parte huyendo de nuestros fantasmas.
Cuando, en un asombrosamente bien concebido recurso narrativo, David Aaronson "Noodles" descubre que el agujero de la pared del baño, desde el que en su infancia espiaba a Deborah, no ha sido tapado y sigue en el mismo sitio que siempre y cuando, en un gesto mil veces repetido, vuelve a mirar a través del tabique, Sergio Leone nos está contando cómo el pasado siempre retorna a nuestras vidas y cómo, con la debida perspectiva que da el tiempo, uno puede volver a asomarse al abismo de su propia historia y constatar cómo el peso de la culpa -esos viejos errores que han determinado tu vida tal y como la has terminado viviendo- pueden volver a destaparse igual que se destapa un antiguo agujero en la pared.
Noodles se asoma a su propio pasado descubriendo, a su vez, el peso de una culpa irredimible. Se abre así una profunda reflexión sobre la culpa y sobre las consecuencias de tus propios actos: sobre como la idea que se tiene de un pasado remoto puede no ser tan exacta, ni tan inmutable, como uno piensa y sobre cómo esas conclusiones a las que hemos llegado hace tiempo pueden no ser tan firmes como parecen. Se trata de la posibilidad de que el pasado -ese viejo e incansable enemigo- retorne al presente para hacernos ver la realidad después de tanto tiempo y de tanta tristeza.
Esta película es un cuento. Un cuento despiadado y cruel sobre un tiempo, un lugar y unas personas. La historia de muy pocos países puede ser resumida de la manera en la que podemos hacerlo con la historia de Norteamérica. Su historia no es más, ni menos, que una grandiosa mezcla entre el mito y la violencia: entre la leyenda y la sangre. Este es uno de los guiños que nos hace Sergio Leone en esta obra maestra. Porque nada es lo que parece: los Estados Unidos no son ese faro de la libertad que proyecta su luz de manera intachable, como tampoco la vida de Noodles ha tenido el claro devenir que él mismo piensa. Ambas circunstancias nos devuelven una imagen deformada en el espejo del relato, porque los fundamentos de una vida pueden ser tan directamente falsos como los pilares morales en los que se fundamenta una nación.
Decía Hubbell Gardiner-Redford en Tal como Éramos que América era un país hecho de helado. Una nación construida sobre el pilar de los grandes mitos y sobre la difusa épica de la leyenda. Sin embargo, ahora sabemos que bajo el mito se esconde una cadena de feroces ensañamientos y de capítulos crueles: una serie de episodios violentos que han configurado a ese país tal y como lo conocemos hoy en día. Leone nos muestra una maldad sin concesiones: una historia sin ningún ribete de una épica ejemplar. Un grupo de amigos carentes de cualquier virtud que no sea la de la lealtad y el respeto recíproco. Unos personajes tan moralmente abominables que, sin embargo, cuentan con todo nuestro afecto. Tal vez porque entendemos perfectamente que los miembros de esta banda son hijos de una época y de un lugar. Un Manhattan inmigrante caracterizado por la corrupción, la extrema pobreza y la violencia. Una sociedad profundamente injusta que, sin embargo, constituye el alma verdadera de América.
Jennifer Connelly niña -su primer papel en el Cine- simboliza la belleza inalcanzable dentro de ese ambiente turbio y despiadado. Deborah -a la que tampoco faltan inquietantes aristas- supone no sólo el sueño de la sublime perfección de una mujer diferente a todas las demás, sino también el símbolo de la imposibilidad de salir de ese concreto ambiente social. Deborah es todo aquello que Noodles nunca podrá ser, así como todo aquello que nunca podrá tener. Por eso, cuando en una de las escenas más crudas de la Historia del Cine, Noodles viola a Deborah de una manera furiosa y despiadada está -al mismo tiempo- cortando puentes hacia cualquier forma de redención: se está negando a cualquier posibilidad de vivir de otra manera y de alcanzar otras metas distintas de las que constituyen su mundo. Todos nos damos cuenta de que, a partir de esa escena durísima, Noodles no será el mismo. Robert De Niro sabe dotar al personaje de un matiz de desilusión y de frío escepticismo y lo hace único. Uno de los papeles más complejos y bien estructurados de su carrera.
Esta película es la historia de una traición y de un sueño hecho pedazos. También es un cuento sobre el amor y sobre la amistad, y sobre la forja de una nación basada en la violencia, en la corrupción y en una feroz lucha de clases. Sin embargo, sobre todo este lodo emocional, pueden verse reflejos de unos asombrosos principios de moralidad y de ética: de lo que toda persona sabe reconocer, a pesar de todo, como valores positivos frente a la arbitrariedad, al miedo o a la simple injusticia. Porque eso, también, puede ser una definición de América: un relámpago de esperanza sobre un fondo terriblemente oscuro.
Cine, Cine y Cine con las mayúsculas de la genialidad.