EMILIA, OLIVIA Y MELANIA
La historia es bonita y triste a la vez, al igual que lo están siendo muchas otras historias de la guerra en Ucrania. Es la historia de un matrimonio muy joven de la ciudad de Chernihiv, al norte del país. Hanna y Andriy. Una pareja que -antes de esta locura criminal- intentaba organizar su vida alrededor de un trabajo y de una casa: formar una familia y vivir en paz y en libertad, al estilo del impagable brindis de The Quiet Man. Hanna se quedó embarazada y, muy pronto, conoció el alcance completo de la noticia. Esperaban trillizos. Hanna debía ingresar en el Maternidad de Chernihiv para practicarse una cesárea el día 22 de Febrero de 2.022. Y para allí fueron Hanna y Andriy ilusionados y asustados. Hanna y Andriy no sólo iban a ser padres por primera vez: lo iban a ser de tres niñas el mismo día. Un poco antes de su ingreso, comenzaron a llegar las alarmantes noticias del ataque ruso. Nadie creía posible algo así y, sin embargo, había ocurrido: los rusos estaban penetrando en territorio ucraniano con varias potentes columnas blindadas y se estaba empezando a combatir en todo el país. Chernihiv se encontraba justo en medio de uno de los ejes de ataque de la invasión.
Las niñas nacieron el día después. Las llamaron Emilia, Olivia y Melania. Eran preciosas, por supuesto. Lo eran como toda niña recién nacida pero estás mucho más. Pasaron su primer mes de vida en un refugio porque se estaba luchando en toda la región. Escuchaban constantemente el ruido ensordecedor de la artillería y de los bombardeos de aviones y misiles. Chernihiv -como toda Ucrania- estaba pugnando por su propia supervivencia. Las niñas no pudieron ser vistas por el resto de la familia, porque nadie podía moverse en medio de los combates más espeluznantes y sangrientos con los que se había encontrado Europa desde hace casi un siglo. Ocurrieron entonces cosas muy grandes: la contraofensiva ucraniana que expulsó a los invasores fuera del sector de Chernihiv y la resistencia de una nación entera que quería seguir siendo independiente. Pero también ocurrieron cosas muy tristes: la muerte del padre de Hanna luchando en Terny -en la disputada Donetsk- sin poder haber conocido personalmente a sus tres nietas; y la salida hacia el frente de Andriy.
No ha dejado de conmoverme esta historia contada ayer por la BBC. En lo que tiene de nota humana -demasiado humana- dentro de la corriente general de la Historia con mayúsculas. De como la vida de tres pequeñas niñas puede constituir una nota de esperanza en medio de tanta destrucción. Y no dudo que el símbolo puede resultar obvio y facilón. Pero también -en lo que tiene de cálida humanidad y de verdad indiscutible- puede ser algo lo suficientemente honesto y sincero como para hacer que salga el sol detrás de las nubes negras de la muerte. El nacimiento de estas tres niñas nos arranca una sonrisa dentro de la general desesperanza de esta guerra injusta.
Cuando estas niñas sean mayores, escucharán de boca de sus padres todas las circunstancias que rodearon su nacimiento bajo las bombas, sus primeros días en un refugio junto a otras madres y a otros niños, la muerte en combate de su abuelo, la resistencia a muerte de un país que -también y en cierto modo- estaba naciendo al tiempo de Emilia, Olivia y Melania. La joven nación que -mecida en la cuna de las explosiones, del terror y de la muerte de sus mejores hijos- se estaba construyendo sobre la mística del compromiso y del valor. Una nación que tendrá también la edad de las niñas cuando todo esto acabe y que -sin duda- se construirá en torno a un relato heróico que, sin duda, pasará también a las hijas de Emilia, Olivia y Melania. Un relato que nunca podrá ser olvidado por toda persona decente de las que queden todavía en esta Europa cómoda y cobarde del bienestar a ultranza y del gana hoy para gastar mañana.