EL VALEROSO PRODIGIO DE LA VIDA. PARA QUINO: MI AMIGO

19.08.2014

Estoy unido a Joaquín Rivera por esa clase de lazos invisibles tejidos por la amistad antigua y por el afecto duradero. Tenemos exactamente la misma edad y nos conocimos antes de 1.970. Colegio San Patricio Promoción de 1.980 y CEU de Julián Romea Promoción de Derecho de 1.986. Eso debe significar algo, sin duda, dentro del misterioso equilibrio de las cosas. Hemos pasado juntos muchos años -esas inolvidables noches de niebla y de canciones que Quino ha sabido describir tan bien en sus relatos cortos- en una España que crecía vertiginosamente al tiempo que crecíamos nosotros, y que se adentraba en los nuevos escenarios de una sociedad renovada y cambiante. España se echaba p´alante, con la primeriza ilusión de un novillero, y nosotros con ella. Después, vinieron miles de horas de trabajo también juntos. Codo a codo luchando en el mismo Despacho: barrenando, en lo posible, nuestro sistema procesal, litigando en pleitos a menudo imposibles, llorando las derrotas y celebrando -como sólo nosotros sabíamos hacerlo- nuestros rotundos éxitos. España había cambíado y nosotros también: presuntos adultos en el país presuntamente adulto de los felipismos, aznarismos, pelotazos... en el país olímpico del irás y te forrarás, en el que el dinero parecía ser fácil para todo el mundo menos para nosotros. Qué bien y qué mal lo pasamos entonces. Pocas líneas que -ni tan siquiera de forma aproximada- podrían contar todas aquellas cosas que aprendimos, todas aquellas cosas que vivimos o todas aquellas cosas que sentimos. Porque tú y yo sabemos que se trata de una simple cuestión de sentimientos: de risas y de lágrimas a corazón abierto. Después de muchos años sin habernos visto, volvemos a tener un contacto frecuente y divertido. Haber vuelto a Madrid ha tenido muchas cosas buenas. En esta triste España de Felipe VI y de Rajoy, hemos recuperado nuestro trato, después de tantos años de distancia y de caminos bifurcados. España ha envejecido y nosotros tampoco. La amistad.

A lo mejor, es eso la amistad. Un confuso conglomerado de emociones y de vivencias de muy distinta naturaleza y que nos llegan de sitios muy distintos. Confusas corrientes que se mueven, constantemente y en un sentido y en otro, entre las personas. Y así, la amistad serían las desgracias y las alegrías, las penas y los chistes fáciles. La amistad serían los cotilleos y la cultura compartida, y los pensamientos profundos, y los anhelos, los lamentos y los chascarrillos, y las risas y las lágrimas. La amistad serían la rabia y el miedo, y las tardes de tedio y el afecto y el tiempo transcurrido, y el hondo desencuentro y la diversión y el aburrimiento. Todo esto es la amistad: cuando dos personas han combinado estos elementos en el tiempo y en el espacio. Mirando hacia atrás, y habiendo superado ya el medio siglo, uno puede hacer tranquilamente esta clase de balances humanos, y recuperar muchas cosas que, en realidad, nunca se habían marchado: es posible así entender la amistad con la debida perspectiva. Mi amigo Joaquín Rivera y la profundísima alegría que nos ha regalado este verano.

Dice Quino que nos hemos equivocado muchas veces. Nada más cierto que eso. No creo que pudiéramos contar el número exacto de veces en la que la hemos cagado. Errores de verdad: de aquellos que determinan tanto nuestra forma de vida como la manera que hemos tenido, y tendremos, de encarar nuestras cosas. Monumentales errores que nos han hecho ser como somos, y que crearon, en su momento, una enfangada espiral de dolor, desilusión y miedo. Errores que marcaron -y que siguen marcando- el daño que nos hicieron y el daño que hicimos. Esa clase de equivocaciones que uno -como aquel niño tímido acurrucado en un rincón oscuro- no puede deshacer cerrando los ojos y queriendo creer que se trata de un sueño del que, más tarde o más temprano, te acabas despertando acogido en un hogar feliz y cálido.

Quiero creer -a nuestros cincuenta y un años- que la noticia que nos ha dado Quino es una prueba cierta de la posibilidad de redención de esta clase de errores. Una noticia que absuelve, en sí misma, los pecados propios y los ajenos, y que nos devuelve la sonrisa: nos hace más felices en el convencimiento de que las cosas, las cosas de esta vida dura y muchas veces triste, pueden ser mejores. A sus cincuenta y un años, Quino va a ser padre de gemelos. Nada más y nada menos, y sin haber tenido hijos antes de todo esto. Joaquín Rivera me ha devuelto la fe en la valentía de las personas enamoradas, y en el hecho de que el milagro de la vida es per se tan poderoso y bello que supera cualquier resistencia, limitación absurda o consideración negativa. El mundo por montera y un ejemplo de valor y de optimismo. Así se hace amigos.

No sabes lo que aprecio lo que me estás demostrando con esto Quino. Tus hijos van a ser una sonrisa franca y una pirueta de alegría en este mundo loco. Una noticia que me ha llegado al corazón. A lo mejor, porque llevo unos años pensando en que tener un hijo con la mujer que amas es lo más bonito y honorable que puede hacer un hombre. Tú sabes lo triste -lo profunda e irremediablemente triste- que me pone no haberlo hecho. Y, aunque sé que las cosas son así aunque las haya dado muchas vueltas, pienso muy a menudo en esa niña que me hubiera gustado haber tenido, como también me acuerdo de esa mujer maravillosa que hubiera debido ser su madre. Estas cositas del amor que afloran en el momento menos pensado, con su inevitable bagaje de desdicha. A la larga, uno acaba pensando en que vale la pena renunciar a tus sueños siempre que aquella persona a la que amas sea capaz de cumplir con los suyos. Por fortuna, vosotros no habéis tenido que renunciar a nada, y estáis encarando juntos un futuro difícil pero libre. Valientemente honesto y libre. Todavía no han nacido y tus hijos ya me están enseñando cosas... ¿has visto?

Mientras tanto, casi todos los días, esa niña que no tuve aparece en mi cabeza con el suave sonido de sus leves pasitos. Soñar con ella me hace sentir mejor, y me acerca a muy valiosos momentos del pasado. Es tan real que puedo verla cada vez que cierro los ojos. Envuelta en un aroma de baño reciente, camina entre la bruma sutil de los recuerdos que uno hubiera querido conservar. Me hace pensar en que ella está todavía aquí. Es una niña guapísima. Ha heredado los ojos grandes de su madre, y tiene el pelo de su mismo color castaño. Es una niña muy lista. Curiosea constantemente entre nuestros papeles y nos imita mientras trabajamos o leemos. Ha llenado nuestra casa de llantos y de risas, y de lamentos y de quejas, y de gritos y de exclamaciones de muy diverso tono. Ella es muy feliz, y transmite esa emoción de la felicidad a todas las personas que la rodean. Aunque a veces nos desesperan sus caprichos cursis, y aunque hayamos agotado el catálogo de los castigos que merecen sus frecuentes maldades, me llena de luz cada vez que me abraza. Ella es la niña más guapa y más lista del mundo. Es igual que su madre.

Felicidades amigo. Con el corazón.

Pedro Peregrino - Calle la provincia 5. Burgos. 09128
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