EL FRENTE SINDICALISTA REVOLUCIONARIO
Que el Movimiento Falangista de España (M.F.E.) haya suscrito ayer un sencillísimo acuerdo político con otra organización del sindicalismo nacional en aras de una defensa común y coordinada de los derechos sociales y de las libertades democráticas -tal y como reza expresamente la nota dada ayer a los medios de comunicación- es algo que no debería suscitar la más mínima sorpresa o sobresalto a cualquier persona que, bien informada, siga los precisos avatares de nuestro pequeño ámbito político. En primer lugar, porque el Movimiento Falangista de España (M.F.E.) -y mucho más bajo la presidencia de Juan Luis Bagüés- se ha caracterizado por una propuesta constante de articulación de instrumentos conjuntos de coordinación entre los falangistas. Por cierto, propuesta siempre rechazada haciendo gala de una profundísima mala educación y de unos pésimos modales. Nosotros y nuestra manía impenitente de pedir peras al olmo y de querer sacar agua de pozos secos.
Pero es que, además, si la otra formación con la que estamos alcanzando el tan traído y llevado acuerdo es Izquierda Falangista (I.F.), entonces es cuando asistimos al recital acostumbrado de rebuznos y coces de nuestra muy particular reata de mulas desatadas. El insulto permanente y la constante vejación de todos aquellos a los que parece molestar nuestra simple existencia.
Nada de lo que ocurre dentro de nuestro entorno político tiene, por desgracia, la más mínima importancia dentro de la sociedad española. Que un puñado de tarados insulte a los firmantes de este acuerdo no impedirá que nosotros lo firmemos ni hará que ninguno de estos curiosos ejemplares deje de insultarnos. Esto carece absolutamente de relevancia dentro del orden actual de las cosas, salvo en lo que tiene de desahogo personal de este puñadito de insultantes y de diversioncita por parte de los insultados.
Me da una profunda pena de algunos de los que nos increpan. Sobre todo después de haber podido conocer a muchos de ellos personalmente. Profunda lástima y todo mi respeto hacia estas personas en su calidad de muy desgraciados seres humanos, pero nula empatía por mi parte en el campo político. Notas de indigencia moral, de fracaso personal y alcohólico, de megalomanía hilarante, de mucha ingratitud y de no menos mala leche, de síntomas de enfermedad mental diagnosticada o todavía sin diagnosticar, de falta de higiene personal y de la otra, de pedantería horterita y de un tremendo mal gusto, de grosería harapienta y de una ausencia total y pavorosa de cualquier idea de señorío. Esa es la gente -a grandes rasgos porque de todo hay- que nos insulta en las redes sociales. Nada nuevo bajo el sol de Castilla: ellos se desahogan y nosotros nos reímos. Un mínimo circo de pulgas saltarinas sobre esta vieja piel de toro.
Y que me perdonen quienes, no mostrando su conformidad con nuestras actuaciones políticas, nos exponen su opinión contraria de una forma culta y educada. Mi saludo cordial a todos ellos allá donde estén y sean quiénes sean, porque se salen de la norma y porque ponen una nota de cordura en este caos.
Nada de todo esto importa lo más mínimo en la dura realidad de España. Por eso, absoluta calma y total tranquilidad -¡¡¡ah los mares calmos y las favorables corrientes de la conciencia limpia!!!- ante unas posiciones personales o políticas que dejaron, en la ya lejana bruma de un pasado remoto, de ofrecernos ideas ilusionantes o modelos de actuación positiva. Por el contrario, nos unen con los miembros de Izquierda Falangista (I.F.) años de amistad, experiencias comunes y una visión muy similar de la política, de la actuación pública y de la Revolución. Muy recientemente, estuvimos unidos bajo los pliegues de La Bandera Negra: una curiosísima experiencia organizativa y táctica de la que sólo los tontos malintencionados -ambas cualidades forman a veces un todo inseparable e inequívoco- no han sabido encontrar valiosas enseñanzas sobre lo que debemos y sobre lo que podemos hacer. Y también unas diferencias lógicas de contenido y de continente que -café tras café y en amigable discusión- han podido ser consensuadas y pulidas sin mayores problemas.
El FRENTE SINDICALISTA REVOLUCIONARIO (F.S.R.) no es más que una plataforma de actuación conjunta: un instrumento político de trabajo que nos coordina en torno a un puñado de cuestiones que, desde nuestro espectro ideológico, deben ser encaradas de manera práctica y posibilista. Nuestras organizaciones no se extinguen ni se fusionan: trabajan juntas en una serie de puntos concretos. Leyendo el acuerdo, uno puede darse cuenta tanto de la modestia de los objetivos formulados como de la simplicidad de los mecanismos organizados para ello.
Llegados a este punto, aparece una pregunta recurrente y siempre sin respuesta... ¿por qué los falangistas no hemos podido organizar a un nivel mayor algo tan sencillo como esto? ¿por qué no hemos sido capaces de organizar una fácil coordinación entre todas nuestras organizaciones? ¿por qué no son capaces ciertos sectores de desprenderse del complejo inoperante de con ese o con el otro a ningún sitio? ¿por qué no se dan cuenta de que este es el momento preciso de hacer política y de pactar acuerdos?
Yo digo siempre que, por fortuna, no se trata de irnos a cenar juntos sino de llegar a acuerdos provechosos. No se trata -a Dios gracias- de caernos todos bien. Se trata de asumir que no nos va demasiado bien trabajando aislados y de actuar en consecuencia. Y esta verdad, que es de sobra conocida por nuestras individualidades más avanzadas y conscientes -por poner dos ejemplos brillantes, los magníficos artículos de Eduardo López Pascual en El Municipio o los análisis de nuestra realidad política realizados por un cada vez más incisivo Josele Sánchez- es contumazmente negada, ralentizada y torpedeada por un ambiente ideológico ganado por el inmovilismo rutinario.
Leí el otro día una frase que es toda una bandera. La de que, frente a los frentes nacionales, tal vez haya llegado la hora de los frentes revolucionarios. El momento claro y radiante del nacionalsindicalismo frente a la llamada del pastiche populista que muchos quieren imponernos. Una vez más, estamos no sólo donde queremos estar sino también con quien queremos estar. Todo un lujazo. Cositas de la independencia, del libre criterio y de ponernos, una vez más, el mundo por montera. Y lo siento, esta vez de verdad que lo siento con sincero compadecimiento, por aquellos a los que todo esto desagrade.