EL APOYO MÚTUO
Con ya sesenta años, estoy en unas condiciones -más que razonables- como para poder afirmar que Piotr Kropotkin tenía razón, en el sentido de alegar que la colaboración entre personas y grupos -y el apoyo mútuo entre los mismos- constituye un evidente factor de progreso dentro del conjunto de la sociedad. Creo -firme y sinceramente- en el apoyo mútuo: en la ayuda desinteresada a todo aquel que lo merezca. Y sobre todo en estos tiempos -inhóspitos y terribles- en los que, incontenible, la miseria moral y económica se cierne sobre todos nosotros como una sombra terrorífica. Escribía el militante peronista Juan Julio Roqué que descubrir el dolor ajeno, y sentirlo como propio, es el primer paso para convertirse en revolucionario. La verdad es que no puedo estar más de acuerdo: la colaboración positiva entre seres humanos no sólo por razones de amor o de parentesco, sino también de rotunda solidaridad.
Con ya sesenta años, uno tiende a pensar en todo el mal que ha ocasionado y en las maneras que pueda tener de reparar sus estropicios. Si algo bueno tiene esta edad es la perspectiva con la que te hace mirar las cosas. Volviendo hacia atrás la cabeza, se siente el vértigo profundo de las vidas vividas y se percibe la cálida sensación de aquellos sentimientos que fueron ciertos, así como de aquellos que no lo fueron tanto. Me he equivocado tantas veces y conozco tan bien la hiel de la derrota que, de esta forma, la ayuda que yo pueda prestar es un instrumento válido no sólo de redención personal, sino de activación positiva de aquellas personas que lo puedan estar pasando tan mal como yo lo he pasado. Con ya sesenta años, esforzarme por comprender a las personas y escucharlas me aleja -de manera firme- de mi sempiterna sensación de fracaso y de mis tristes sentimientos de vacío.
Y -por lógica- lo que sirve a un nivel individual también sirve a un nivel colectivo.
Desde un punto de vista político, puede contar conmigo todo aquel que pretenda una profunda y sincera transformación de la sociedad española en algo más justo, habitable y democrático. Con ya sesenta años, sigo creyendo en los limpios horizontes de una Revolución y en la implantación de una necesaria solidaridad entre los que menos tienen: año tras año -desde que tengo uso de razón- he visto acrecentarse la injusticia, el deshonor y la desidia criminal dentro del actual estado de las cosas. La única postura coherente y digna es la de oponerse -hasta tu mismo último aliento- a la miserable situación que nos ha venido impuesta. A mi juicio, una suprema forma de oposición activa es la de poner tu experiencia y tus posibilidades -aunque siempre sean pocas- al servicio de quién de verdad lo necesita.
Con ya sesenta años, pienso que debemos demostrar al mundo que son posibles otras formas de relación social: que todavía queda un poco de respeto y de consuelo en nuestros modos de actuar y de sentir, y que la rabia militante y que las firmes posiciones ideológicas son compatibles con una cierta sensibilidad a la hora de encarar nuestra vida en comunidad, así como a la hora de forjar nuestros hábitos de comportamiento respecto de los que nos necesitan. Esta sociedad que nos ha tocado vivir no puede ser más egoísta y cicatera: más cutre, chata y vejatoria para nuestra dignidad. Estas posturas de colaboración recíproca -si bien no son suficientes en sí mismas para realizar ningún cambio social efectivo- no sólo son capaces de ir tejiendo pequeñas redes de solidaridad entre la gente sino también -y de una forma clara y sencilla- de dignificar y de reestablecer la confianza en uno mismo de todas aquellas personas que han sido excluídas de las reglas ordinarias de este siniestro campo de juego.
Con ya sesenta años, allí se me va a encontrar siempre: entre la triste humanidad de los que sufren y entre la perplejidad desconsolada de los que han sido volteados por una vida perra. Cada sonrisa y cada momento arrancado al desconsuelo me distancia de tristezas presentes y pasadas y me hace una mejor persona. Al final -ya veréis- el bien vencerá al mal. Porque somos más y porque tenemos la razón.