DÓNDE ESTÁ JOSÉ ANTONIO (SOBRE LA EXHUMACIÓN).
No resulta honorable trajinar entre difuntos. Pero -aunque no me apetezca lo más mínimo- estos levantamuertos me obligan a referirme, una vez más, a José Antonio. Y es que tan vomitivo me resulta iniciar una campaña electoral trayendo y llevando sus despojos mortales como -al mismo tiempo y de idéntica forma- organizar tu propuesta política a través de la exclusiva exaltación iletrada e incorrecta de su obra. El caso es que entre los unos y los otros no le dejan descansar en paz.
Hace ya muchísimo tiempo que José Antonio no vive en Cuelgamuros. Y eso si alguna vez estuvo allí. Sepultado entre las losas frías de la exaltación de la vida y de la obra de Francisco Franco, pocas cosas han simbolizado -con la enorme fuerza expresiva de una sola imagen- el secuestro de un mensaje político y de un compromiso personal por parte del Régimen político que había contribuído, más que ningún otro factor, no sólo a su muerte física sino también -irónicas piruetas de la Historia- a su muerte política y a la absoluta desactivación de su mensaje. Por eso, creo que con la salida de José Antonio de El Valle no sólo se está cumpliendo su verdadera voluntad -netamente expresada en el testamento que tan bien conocemos- sino que se está ejecutando, finalmente y después de tanto tiempo, un acto de justicia histórica y de reparación frente al pasado infeliz de nuestra opción política.
José Antonio no está en El Valle de los Caídos: está muy lejos de allí desde el mismo momento en que la Dictadura impuso una losa de granito sobre su memoria. No está ahí José Antonio, aunque tantos y tan buenos recuerdos puedan traer -a la memoria personal de cada uno- las largas marchas en la noche y las guardias sentidas y la solemnidad gélida de los relevos ceremoniales y todo aquello que -de una forma u otra- vino a llevarse nuestra plena madurez política.
Sin embargo, el asunto de la tan traida y llevada exhumación nos lleva a una reflexión mucho más profunda: la de la infinita insustancialidad del traslado de un simple cadáver. Porque José Antonio -al contrario de lo que creen los usurpadores de su obra- es mucho más que unos restos mortales. Porque José Antonio -tal y como creemos todavía muchos de nosotros- no ha muerto. José Antonio vive y respira porque -precisamente- es el símbolo de una revolución viva.
José Antonio no está ya en el féretro triste que mañana será transportado a San Isidro. Ya no vive en la caja mortuoria alrededor de la cual se articulará la respuesta vocinglera e inútil de los cinco de siempre. José Antonio está vivo y es Revolución. José Antonio vive en los anhelos de todos y cada uno de los que deseamos una transformación profunda de España y de los que propugnamos la íntegra destrucción de un modelo económico visceralmente injusto. José Antonio vive aquí y allá: en los destellos de genio de una Patria que merece ser reconstruída. José Antonio vive en la esperanza de los miserables descartados y en los afanes de los que -habiendo perdido ya todo- siguen oteando el horizonte en busca de momentos más felices. José Antonio vive dando sentido a una lucha de liberación y a unos ejes de política práctica. Fuera de su tumba en El Valle de los Caídos, José Antonio sigue inspirando a todos los que han aprendido a conocerle. Y también vive en el sufrimiento de los que todavía no saben ni quién es.
Porque -tampoco debemos olvidarlo- él viene a ofrecernos una luz de entrega y de sacrificio en medio de unos tiempos oscuros marcados por la ignominia y por el deshonor: en medio de los que trasiegan sobre los cadáveres ya sea con la intención de denigrarlos ya sea con la intención de engrandecerlos. Por esta razón, yo hace mucho que no me pregunto dónde está o debe dejar de estar José Antonio. Porque sé -con la firme certeza de las resoluciones justas- que José Antonio vive en las aspiraciones de Justicia de muchos de nosotros. Así sin más.