CELIA EN EL CORAZÓN DE TODOS

13.08.2022

Este opresivo mes de Agosto, en esta España cubierta de fuego y de malas noticias y de augurios apocalípticos y de toda clase de basura, hemos enterrado a Celia Domínguez.

En el Cementerio Viejo de Galapagar, en una calurosísima mañana, se han depositado sus cenizas junto a los restos de su padre. No pudimos menos que recordar las múltiples ocasiones en las que Celia -de manera emocionada- había expresado su deseo de abrazar a su padre para siempre en la eternidad. Y si bien ese deseo se ha cumplido, nos queda ahora la tristeza inconsolable de los que nos quedamos: de los que continuamos bregando sobre esta vieja piel de toro y sobre este árido y pobre país de odio y mala leche. Celia tiene la suerte de estar ya por encima de esta cochiquera y nos contempla, serena como siempre, desde cotas más altas y desde horizontes más limpios.

Constituía Celia un sensible eslabón en la eterna cadena entre los vivos y los muertos: entre nuestros vivos y nuestros muertos. Celia era la única superviviente de uno de los episodios más sucios, miserables y mezquinos dentro del falangismo: aquel que acabó con el fusilamiento de su padre -Juan José Domínguez- el 1 de Septiembre de 1.942. La felonía que terminó por mostrar -para todos aquellos que todavía tuvieran dudas al respecto en 1.942- la verdadera cara del Régimen del 18 de Julio así como la exacta identidad de los que, de verdad, habían ganado la Guerra en 1.939.

Celia era una Dama. Sin seguir las enseñanzas de las chachimujeres de la progresía absurda -las mujeres independientes, fuertes y valientes existían muchísimo antes de que ninguna de estas marionetas entrara en un Ministerio- Celia tiró de su vida y de sus cuatro hijos hacia adelante enfrentándose, con la cabeza muy alta, al cerco de silencio social impuesto por el trágico final de su padre. Celia no sólo aprendió a sentirse orgullosa del supremo sacrificio de Juan José Domínguez sino que, en constante recuerdo, nos enseñó a nosotros a apreciar, en su justa medida, este ejemplo único en su dignidad y valentía.

Hablar con Celia era trasladarse a ese tiempo. Cómo se iluminaban sus ojos al mostrarnos su álbum de recuerdos y sus cartas y cómo su rostro se encendía -con una sonrisa franca y abierta- al hablarnos de Narciso Perales y de Manuel Hedilla. Por el contrario, Celia mostraba un rechazo frontal a todos aquellos figurones que, por activa o por pasiva, habían tomado parte en el fusilamiento. Esos mismos figurones que son tan apreciados por el mismo francofalangismo al que que Celia no interesaba en absoluto. Sin embargo, y como muy acertadamente se recordaba el otro día en Galapagar, Celia no sabía odiar: relataba los hechos desde el amor y desde la altísima perspectiva que otorga la dignidad moral. Celia nos ha enseñado a pasar de un modo decente por esta vida dura: cuando tu propia actitud personal es suficiente -en sí misma- para establecer una diferencia nítida con la bajeza oscura de la ruindad moral. Celia era luz y su brillo ya no nos va a abandonar nunca.

Así era ella. Con sus largas conversaciones y con sus anécdotas curiosas: con los míticos objetos que habían pertenecido a su padre y con sus irreductibles deseos de reivindicación y de justicia. Algo de todos nosotros se ha ido con ella o -tal vez y bien mirado- algo de ella se ha quedado entre todos los que la queremos. Unida a nuestras vidas de una manera inolvidable, Celia permanece aquí, junto a las personas de nuestra generación. Allí estuvimos -esa ardiente mañana de Agosto- los que la quisimos y los que nunca vamos a olvidar el ejemplo sencillo de una mujer valiente. Allí estuvimos los que pensamos que se ha marchado alguien muy especial en nuestra vida.

Hasta siempre Celia. Descansa para siempre en la paz eterna de las buenas personas.

Pedro Peregrino - Calle la provincia 5. Burgos. 09128
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